Quizás debí decirle que desde que entro por esa puerta mi grabadora se encendió, tal vez debí preguntarle si le molestaba que lo hiciera, que grabara sus palabras, que lo expusiera de esta manera en mis hojas, seguramente debería haberlo hecho, pero no podía, porque había algo en mí que lo impedía.
Sus manos se movían mientras me contaba algunas de sus travesuras de niño, las cosas que hacía con sus amigos, sus juegos, las chicas que se juntaban con ellos en el colegio, esas pequeñas guerras entre hombres y mujeres que siempre aparecían cuando estaban juntos.
- Dentro de todo, fue una buena adolescencia – niego divertida.
- ¿Cómo fue que decidiste ser contador? – no lo entendía – Perdón, pero los números, dios, tu trabajo es aburrido – mueve su rostro hacia un costado.
