Después de aquel día, Jane continuo molesta conmigo aunque mis intenciones habían sido buenas, realmente no pretendía ofenderla o discutir como ocurrió, pero ella no veía las cosas del mismo modo que yo y con lo que paso comprendí que no podía hacerla cambiar de opinión, así que para evitar empeorar las cosas mantuve silencio y permití que mi madre siguiera avivando sus esperanzas.
Mi reserva ante el asunto provoco qué, con el pasar de los días, mi hermana comenzara a olvidar nuestro pequeño altercado y de un momento a otro me abordara con preguntas y sugerencias sobre listones, guantes y abanicos que podrían combinar con mi vestido, siendo sincera, eso era de lo que menos deseaba hablar, pero tampoco quería volver a reñir con ella y por ello tuve que soportar con sonrisas falsas esos temas que tanto me aburrían.
Mi madre no paso por alto mi nueva actitud, había cambiado mis paseos en el campo por tardes encerrada en el saloncito con mi hermana tomando té y galletitas de vainilla, creo que dedujo que finalmente había llegado esa etapa de mi vida en la que era necesario madurar y mi hermana me estaba guiando por ese camino y lo supe porque ella comenzó a mostrarse más comprensiva conmigo, cuando hablábamos del baile ella tenía la amabilidad de pedir mi opinión al respecto y aunque no estaba del todo segura de que decir, ella sonreía complacida al escucharme.
Debía admitir que, aunque extrañaba mi soledad, ser incluida en sus charlas también tenía sus beneficios como el descubrir que mi madre había mantenido correspondencia con lady Shwarz y que entre ambas ya tenían planificado el encuentro de la pareja, de hecho, en esos planes yo estaba incluida.
Era un juego, pero era uno donde Jane se disputaría la corona contra un cierto número estimado de jóvenes que asistirían al baile. Saberlo no me sorprendió en lo absoluto, algo tan importante como lo era una corona, debía ser el objeto más anhelado entre todas las jóvenes nobles aptas para ser elegidas y aunque sabíamos que Jane era quien menos probabilidades tenía, confiábamos en su belleza. Aunque me desagradaba la idea de que Jane peleara en una guerra silenciosa entre abanicos y encajes, me disgustaba aún más el no hacer nada por ella, después de todo era mi hermana y lo quisiera o no debia apoyarla aun si su deseo no lograra realizarse.
Finalmente, el tan esperado día llego, debía admitir que al igual que Jane y mi madre, estaba nerviosa y no me contuve de contárselo a Melanie, mi única confidente.
—Tenga fe—musito mientras cepillaba mi cabello con un peine de plata con el que trataba de alisar mi cabello ondulado— y rece para que su deseo le sea concedido.
—No creo que eso realmente funcione—dude de que mis rezos fueran suficientes, últimamente en todas mis oraciones añadía una última petición, que Jane encontrara la felicidad que estaba buscando. Lo pedía con el corazón porque sabía que la corona que ella tanto anhelaba no traía consigo felicidad.
Una vez que Melanie considero que mi cabello estaba desenredado, comenzó a tomar mechones untando en ellos una esencia con aroma a rosas para después recogerlos en un moño que sujeto con algunos pasadores que imitaban la forma de una perla, el resto de mi cabello fue rociado del mismo aceite qué, además de perfumar mi cabellera, también me ayudaba a mantener los rizos que caían sobre mi espalda. Para finalizar me coloco una peineta que tenía varias margaritas talladas sobre su borde, un accesorio que me fascinaba al ser la margarita mi flor favorita.
Cuando pude mirarme al espejo, sabía que la persona frente a mí era yo, pero también vi a una joven extraña de rosadas mejillas y de rostro estilizado que no apartaba de mí su mirada color marrón y que me regalaba una dulce sonrisa que se dibujaba en sus labios que brillaban como si tuviesen un bálsamo humectante.
—Luce radiante señorita—aludió, quizás notando lo mismo que yo, había cambiado, solo que no lo habia notado hasta ver mi reflejo, pensé que tal vez ese vestido, así como el peinado solo realzaron ese cambio que yo ignoraba hasta ese día.
—Gracias—me ruborice.
Al dar las cuatro en punto, el reloj que estaba colocado justo frente a la entrada principal resonó y su eco se escuchó por doquier, me pareció que el sonido traspasaba los muros hasta llegar a mi habitación, solo para recordarme que ya era tiempo de partir.
Melanie me tomo de la mano al bajar por las escaleras en caso de que la crinolina de mi vestido me hiciera tropezar. Mi padre se encontraba en el vestíbulo aguardando a que bajáramos, lucía un traje n***o de gala, alrededor de su cuello llevaba puesto un pañuelo de lino con un estampado exquisito, el cual terminaba en un nudo de cascada que se introducía en el interior de su chaleco y que gracias a su abrigo entre abierto era fácil distinguir.
Por como miraba el reloj de su bolsillo supe que debíamos llevar varios minutos de retraso, pero cuando alzo la mirada, y me vio, sonrió, su expresión reflejaba dicha y quizás hasta orgullo.
—Mi niña...—hizo una pausa para acercarse en mi dirección cuando termine de bajar, me miro de pies a cabeza y me tomo de las manos, era como si no pudiese creer lo que sus ojos divisaban—luces preciosa.
—Gracias, papá— expresé avergonzada, recibir un halago de su parte, tan sorpresivamente, solo confirmaba esa extraña sospecha de que algo en mi era diferente.
—Al verte como luces hoy, solo pienso en los jóvenes que posarán sus ojos en ti y en lo desafortunados que serán si se atreven a cortejarte en mi presencia—aludió con cierto tono de sarcasmo en su voz, aunque probablemente no estaba bromeando.
—Sabes muy bien que no disfruto de este tipo de eventos y mucho menos de la atención de algún muchacho, son muy aburridos—respondí avergonzada de sus palabras, no era común ser observada por un chico, sobre todo teniendo una hermana tan bella que siempre acaparaba la atención de todo el mundo.
Justo en ese momento, ella y mi madre bajaban por las escaleras. Jane se veía como un ángel, uno dulce y puro, el brillo de su mirada revelaba la dicha que sentia y su sonrisa era la prueba más clara que necesitaba para dejar de preocuparme, ella sabía lo que hacía y a qué mundo estaba por enfrentarse, ya era tiempo de presentarse ante el rey.
—No sé qué voy hacer—expresó mi padre orgulloso— mis dos hijas lucen radiantes, temo que este baile pueda ser el inicio de la separación de nuestra familia.
—Tarde o temprano tendrán que irse de nuestro Adolf, ya no son unas niñas y que mejor que encuentren esposos esta noche ¿No crees?
Sospeche que tal vez él no tenía idea a que se refería mi madre, la miro confundido, pero no se atrevió a preguntarle algo para responder sus dudas.
El carruaje aguardaba por nosotros para llevarnos a Sacris la ciudad real, donde se celebraría el baile y donde finalmente se definiría la situación política del reino, así como la estabilidad emocional de mi madre y de mi hermana.
El viaje me pareció eterno, debíamos permanecer sentados al menos unas cuatro horas antes de llegar a la capital, vivíamos en una provincia no muy lejana, pero debido al mal clima el avance de los caballos debía ser meticuloso o estaba el riesgo de que las ruedas del carruaje quedaran atascadas sobre el fango. Todos estábamos tranquilos, todos, excepto mi madre, a quien no le parecía adecuado ir a la velocidad de un caracol, se quejaba en cada ocasión en que el cochero debía detenerse para revisar la estabilidad del camino, pero en un lugar tan inhóspito como lo era la región de Risus debíamos ser precavidos, ya que por lo general la zona siempre estaba cubierta de neblina, era casi un milagro disfrutar de un día despejado.
—No puedo creerlo, a este paso llegaremos cuando el rey se haya marchado —se quejaba mi madre abanicando con fuerza un hermoso abanico de plumas negras con preciosas piedras.
—No desesperes mujer —respondió mi padre para después añadir —vamos a buena hora, no exijas demasiado a los caballos, ellos no tienen la culpa de tu impaciencia.
—Si no llegamos a tiempo, te culpare a ti y a tus caballos — volvió a replicar.
—Por dios mujer, trata de relajarte. Vamos a un baile, no a un juicio— se burló de mi padre con mucho humor.
—No es solo un baile, esta noche nuestra suerte podría cambiar.
—Por favor, querida nuestra antigua vida no volverá solo por un baile— interpelo mi padre. Él al igual que yo, entendíamos que esa vida jamás volvería, que el conde y la condesa Hamilton, no volverían a pisar nuevamente el palacio. Tal vez a él le dolía no poder cumplir su anhelo.
—Nuestra vida está en Sacris, no aquí y así tenga que suplicarle al rey en persona, nosotros volveremos a tener la vida que merecemos—vocifero en voz alta, lanzándonos a todos aquella mirada mordaz que solo una madre sabe hacer para silenciar a sus hijos.
Después de atravesar el mal clima, el carruaje tomo un paso más acelerado y poco a poco observamos como el panorama rural desaparecía entre pequeños pueblos que posteriormente se convertían en grandes ciudades hasta que finalmente nos encontramos en Sacris. La Capital era un símbolo de poder, sobre todo porque cada lugar en el que posaba la mirada había algo que imponía riqueza y era inevitable sentirse pequeño ante esa descomunal majestuosidad.
Caída la noche, Sacris no dejaba de mostrarse impresionante, con sus edificios iluminados con grandes lámparas de aceite y sus calles iluminadas por faroles donde alcanzaba a ver velas de buen grosor. Las personas que caminaban en este entorno lucían tal y como la ciudad lo ameritaba, muy elegantes, luciendo hermosos vestidos y trajes muy refinados, era una ciudad muy suntuosa de la que pensé jamás volvería a pisar.
Al pasar por una glorieta vi el monumento que hacía de Sacris una ciudad privilegiada y es que, a lo lejos, situado en pleno centro de la capital estaba el palacio, tan único y esplendoroso como se suponía debía ser el hogar de un monarca. Jane también miro por la ventanilla, asombrada por la belleza que había afuera y de aquel lugar que anhelaba hacer su hogar. Una media hora de camino después, llegamos a la mansión de la familia Schwarz, los carruajes hacían fila para poder pasar, aquel baile era un evento de tal magnitud que se hablaría de el por semanas, pues el hecho de poder ver al rey era un motivo que admirar.
Era algo asombroso, la mansión había sido decorada por antorchas desde el gran portón y por todo el camino hasta llegar a la entrada principal. Mi impresión de aquel recibimiento fue de asombro al darme cuenta de la oportunidad que tendría al poder ser testigo de tan suntuoso evento. Todo el mundo o al menos todo el que se considerara alguien en Sacris estaba aquí, entre miembros de la nobleza, de la corte y el parlamento, eso fue lo que dijo mi padre al bajar del carruaje.
Camine sintiéndome fuera de lugar, sobre todo porque al mirar a mi alrededor, observe hermosos vestidos de escotes pronunciados que las jóvenes de hoy en día usaban, me di cuenta que, aunque lo deseara no lograría destacar entre la multitud con el atuendo sobrio y conservador que llevaba puesto. Al entrar era igual el asombro, la decoración era tan exquisita y si al menos en mi vida hubiera podido conocer el palacio seguramente podría compararlo con lo que mis ojos estaban viendo en ese momento
—Lizzie—pronuncio una voz femenina y al acercarme a mi madre pude constatar que se trataba de lady Shwarz, quien lucía un bello vestido rojo con hermosas flores verdes sobre la orilla. Mi madre sonrió al verla y al encontrarse frente a frente se dieron un cálido abrazo fraterno, eran las mejores amigas después de todo.
—Mi querida Katherine, muchas gracias por la invitación.
—No hace falta darme las gracias, te he extrañado todo este tiempo—manifestó llevando la mano a su pecho, justo en el lugar donde está situado su corazón, demostrándonos cuán difícil había sido vivir sin la presencia de mi madre.
—Y nosotras a ti—exteriorizo mi madre abriéndole paso a mi hermana, para que pudieran saludarse o quizás para recordarle cual era el verdadero motivo por el que estábamos ahí.
—Jane, tan preciosa como siempre. ¿Cómo has estado?
—Muy bien, gracias por preguntar lady Shwarz. Debería visitarnos alguna vez, el aire del campo es muy beneficioso para el cuerpo—mintió, odiaba el campo, pero a pesar de eso se esforzó para aparentar estar bien, su sonrisa era prueba de ello.
Súbitamente la mirada de la mejor amiga de mi madre se posó en mí, no sonrió como habitualmente lo hacía cada vez que nos encontrábamos, nunca había podido entablar una mejor relación con ella debido a que mi madre y Jane siempre acaparaban su atención, pero me pareció que algo era diferente y lo supe gracias a la expresión de su rostro, se llevó la mano hacia los labios como si no pudiera creer lo que estaba observando, a mí.
—¿Helena, eres tú?
No conteste, ni siquiera sabía cómo responder a eso, pero si me ruborice por el hecho de haber sido observada por lady Shwarz y de que ella se hubiese sorprendido con lo que estaba viendo.
—Querida, luces encantadora — aseguro al acercarse— a quien mejor le ha sentado el aire del campo es a ti.
—Muchas gracias—logre decir, la vergüenza no me permitió pensar en una mejor respuesta.
—No puedo creer lo mucho que has cambiado—continuo, esta vez mirando a mi madre, quizás para exigirle una respuesta de mi extraordinario, aunque poco importante cambio, ni siquiera yo lo había notado hasta esa misma tarde, pero, aunque ese cambio realmente fuese notorio no es que realmente le importara a mi madre y a Jane.
—Pronto cumplirá diecisiete años, ya no es una niña—explico Jane desde su sitio, quizás para ya no darle más vueltas al asunto.
—Si, ya no es una niña—repitió lady Shwarz con una sonrisa en el rostro, después se alejó de mi para guiarnos a un saloncito donde podríamos conversar del asunto que nos traía a este lugar.
Mi madre comenzó cuestionando cual sería el momento adecuado para poder presentar a Jane a su majestad, pero lady Shwarz nos informó algo que ninguna esperaba.
—Al parecer la reina madre vendrá al baile—informo para desgracia de mi madre quien pareció perder color en el rostro al enterarse de tan terrible noticia—ella también busca emparejar al rey con otra joven, así que es probable que el presentar a Jane con mi hermano será más difícil y el que puedan estar juntos será una tarea casi imposible.
—¿Qué sugiere que hagamos? —interpelo mi hermana angustiada.
La presencia de la reina madre era un obstáculo para todas, no solo porque ella también tenía el mismo objetivo que nosotras, sino porque nuestra familia había sido repudiada por ella en persona y el poder acercarnos al rey podría considerarse una ofensa si ella se diese cuenta de nuestra presencia o al menos la de mi madre.
—Continuaremos con lo que hemos planeado—indico, sin temor a ninguna represalia, pero mi madre no parecía tener la misma opinión, pude notarlo en su rostro, pero deposito todas sus esperanzas en su mejor y única amiga porque no se atrevió a contradecirla.
Antes de iniciar la cena, se prepararon algunos aperitivos para poder aguardar la llegada de su majestad, aunque después de una hora, los invitados comenzaron a inquietarse por el retraso de su llegada y de algún modo se creó el rumor de que el rey no vendría debido a las protestas que se habían llevado a cabo en el norte del reino esa misma tarde y que era solo cuestión de tiempo para que el mensajero real llegara con la noticia. Aquel rumor ocasiono un gran bullicio entre las damas del lugar, sin embargo, mi madre mantuvo silencio cuando el rumor llego a sus oídos, no es que no quisiera expresar su sorpresa y descontento, sino que simplemente no podía, ya que las personas a nuestro alrededor, incluso las mujeres a quien mi madre alguna vez llamo amigas, ni siquiera le dirigían la mirada.
A pesar del tiempo en el que habíamos permanecido en el exilio, nadie olvidaba el motivo que nos había llevado a dejarlo todo en Sacris, pertenecíamos a la nobleza, si, y por eso podíamos estar aquí, pero los murmullos y las miradas prejuiciosas estaban ahí, nos juzgaban e incluso podía asegurar que decían injurias sobre mi familia, todo eso frente a nosotros, pero disfrazado de conversaciones e indirectas llenas de veneno, sonrisas falsas de las que no podíamos protestar, pero si ignorar y solo aparentar que no habíamos escuchado nada y pretender estar cómodos a pesar de la situación.
Sir Archer Shwarz conocía muy bien el cómo era ser rechazado por esa sociedad, él tuvo que enfrentar más que solo habladurías de la gente, él fue un preso político debido al romance secreto que tuvo con la mujer que hoy en día llama esposa, pero gracias a la intercesión de muchas personas y por supuesto del actual rey, fue liberado y absuelto para poder contraer matrimonio con la mujer que amaba. Por esa razón, él nos trataba como si perteneciéramos a la misma familia, se esforzaba por hacer que olvidáramos el trato de las demás personas.
Mis padres conversaban con él al no tener a nadie más con quien compartir palabras, mientras que mi hermana y yo observábamos a los grupos de personas que hablaban entre ellos no muy lejos de nosotros.
Al prestar atención, escuche voz femenina expresar la impresión que ella tenía sobre el rey, lo había conocido cuatro meses atrás, en una audiencia que su esposo tuvo con él, referente al estado en que se encontraba una comunidad de la que cual su esposo era mandatario. Un rio se había desbocado llevándose la vida de casi cuarenta personas y los asesores del rey que fueron enviados a ese lugar no fueron capaces de proporcionar información que dejara al rey satisfecho en cuanto a la desgracia que había sucedido en aquel lugar.
Supe, gracias a esa mujer que su marido era el vizconde Wellintong y que, por la gravedad de la situación, él se arriesgó a inspeccionar la zona y después de un arduo trabajo determino que la inundación se había llevado a cabo por una gran explosión que destruyó una presa no muy lejos de aquel pueblo. Debido a eso tuvo la suerte de viajar con su esposo para poder conocer al rey debido al protocolo. La mujer relato con orgullo que el rey era un hombre gallardo de facciones hermosas, distinguido y un hombre verdaderamente admirable por su forma de gobernar, a pesar de ser muy joven, aunque demasiado serio y un poco antipático.
La dama frente ella, añadió más información acerca de nuestro monarca, quizás porque también deseaba alardear sobre el honor que significaba poder estar en la misma habitación que la realeza. Resulto que esa joven mujer era la esposa de un Lord de buena reputación del sur del reino, afirmo haber podido visitar el palacio el invierno pasado, habían sido invitados por la reina madre a su acostumbrada cena navideña. Expreso que, a pesar de estar sentada a una distancia lejana al rey, pudo escuchar su voz, era potente e imponente y que decir de su carácter tan serio, sobre todo porque durante el tiempo que estuvo en palacio jamás vio una sonrisa en sus labios.
Definitivamente era un hombre muy juzgado, pero sabía que para muchas mujeres esos eran por menores que podían pasarse por alto, lo que realmente importaba era la joya que posaba sobre su cabeza y el poder que poseía gracias a ella.
Mi hermana no dijo nada sobre lo que acabábamos de escuchar, algunas cosas buenas y otras no tanto, quizás ni siquiera le tomo importancia a esas conversaciones, pues su atención estaba sobre el pasillo de la entrada principal, su actitud me apenaba un poco. Seguramente creía que él no llegaría como todo el mundo comenzaba a sospechar.
Se creo un silencio sepulcral cuando uno de los sirvientes de lady Katherine entro apresurado, y al estar tan cerca de ella pudimos confirmar que la inquietud del chico era para anunciar la llegada del rey. Nadie daba crédito a lo que aquel chico había pronunciado, de verdad nadie esperaba que un hombre de tal importancia se presentara justo en ese lugar. Lady Shwarz le guiño un ojo a Jane antes de irse del brazo de su esposo y este se disculpó con nosotros por tener que abandonarnos para tener que recibir, quizás, al hombre más importante de nuestro reino.
—Helena—me susurro la delicada voz de mi hermana. Tomo mi mano entre la suya oprimiéndola con fuerza, estaba nerviosa y quizás tenía miedo de lo que estaba por suceder.
—Tranquila—murmure—todo estará bien.
Pero mis palabras no tuvieron el efecto que yo esperaba y todo empeoro cuando la multitud les abrió camino a sus majestades, el rey y la reina madre. Desde donde nos encontrábamos apenas logramos distinguirlos entre los peinados de las mujeres frente a nosotras, pero el panorama cambió drásticamente cuando todo el mundo se vio obligado a inclinarse para realizar una señorial reverencia y nosotras, al menos por unos segundos, logramos ver al hombre del que tanto se hablaba.
Tal y como lo habían descrito las damas que llegaron a conocerle, era atractivo, rubio y de ojos azules, su porte era el que un rey debe mostrar, muy recto y elegante. Llevaba puesto un traje n***o que tenía detalles dorados en los botones y en las hombreras, sobre su pecho se distinguían varias medallas conmemorativas de varios colores y a su lado, tomada de su brazo, caminaba la reina madre. Un extraño estremecimiento envolvió mi cuerpo, sin duda, aquel hombre era de temer porque tan solo su presencia doblaba los cuerpos de cientos de personas para mostrarle su respeto, admiración y quizás miedo o al menos eso fue lo que yo sentí.
Después de presentar nuestro respeto, el rey desapareció de nuestra vista gracias a los peinados, plumas y otros accesorios de las damas, así que nos fue imposible seguir observándolo y sabíamos que, para lograrlo, necesitábamos una vista más amplia del lugar, pero incluso subir las escaleras era una tarea imposible.
—¿Qué debemos hacer, madre?—interrogo Jane angustiada al ver que el lugar estaba repleto y no solo eso, quizás había visto lo mismo que yo antes de bajar la mirada al hacer la reverencia, el rey no solo iba acompañado de su madre, sino que también un sequito de seguridad y aún peor un par de mujeres jóvenes iban detrás de él, quizás por invitación de la reina.
—No te preocupes, tendrás tu oportunidad —le aseguro mi madre arrugando un poco la piel de su frente, gesto que me afligió pues ni ella misma estaba segura de sus palabras.
Al comenzar la cena, me di cuenta que mi hermana no dejaba de observar con mucho interés a su majestad, debo decir que yo, al igual que todo el mundo, estaba impactada, no solo era atractivo e imponente, sino que también era un hombre muy educado y elegante, mis modales sobre la mesa eran los mismo de un puerco al comer si me comparaba con él y es que normalmente no estaba acostumbrada a sentarme tan recta y pegada al respaldo de la silla, ni tampoco a mostrarme tan refinada mientras masticaba. El rey hacia parecer que todo eso fuese muy sencillo, aunque en realidad yo rogaba para que la cena acabara pronto.
Con mucho pesar descubrí que la cena estaba muy lejos de acabar, entre brindis y presentaciones de protocolo en los que algunos invitados debían mostrar sus respetos y sus deseos de buena salud al rey. De entre esas personas reconocí algunos rostros que había visto en el periódico que mi padre suele leer todas las mañanas, esos hombres que habían tenido el honor de brindar por la salud del rey eran distinguidos miembros del parlamento del nuevo régimen que su real majestad había implementado dos años después de su coronación.
Me sentía pequeña en aquel lugar, no tenía idea de cuantas personas influyentes se encontraban a pocos pasos de mí, era inevitable sentirse fuera de lugar ante la suntuosidad que se respiraba.
Cuando finalmente mi suplicio termino, mi hermana me tomo de la mano y me incito a caminar rápidamente por los pasillos hasta poder llegar al salón de baile, aún estaba cerrado, pero no con llave, así que pudimos entrar y echar un vistazo. El salón había sido decorado con varios candeleros de cristal que colgaban de un recién remodelado cielo raso en el que se distinguían ángeles con apariencia infantil que nos miraban tiernamente, además sobresalían dos lobos tallados sobre un excepcional y fino mármol, las figuras estaban paradas sobre sus dos patas y entre ellos se encontraba el estandarte azul del escudo de nuestro reino, y debajo de ese lujo se encontraban dos sillas enormes, los cuales deduje habían sido colocadas ahí para el rey y la reina madre. Los detalles eran magníficos, a mi parecer algo exagerados, aunque con la presencia del rey todo debía ser así.
Después de saciar nuestra curiosidad salimos antes de que algún alma nos descubriera espiando el lugar. Regresamos con nuestros padres quienes ya se encontraban en un pequeño vestíbulo escribiendo nuestros nombres en una pequeña tarjeta para poder ser presentados ante sus majestades cuando fuese el momento de entrar al salón, suponiendo que ellos ya hubieran ocupados sus respectivos lugares.
El tiempo que esperamos en ese vestíbulo me pareció eterno, pero cuando por fin llego nuestro turno, las personas que ya habían sido presentadas, nos miraron llenos de arrogancia, habían tolerado nuestra presencia la mayor parte de la cena, de hecho, habían logrado ignorarnos con éxito hasta ese momento. Era claro que nadie nos quería ahí, ni siquiera la reina madre, quien se mostró ligeramente disgustada al vernos, fue evidente cuando levanto una ceja y cubrió su rostro con su abanico mientras le susurraba algo en el oído de su hijo, fue entonces que comenzó el murmullo a nuestro alrededor
—El Conde Hamilton y familia— anuncio un vocero al recibir de mi padre nuestra tarjeta de presentación. Hicimos una reverencia y por supuesto el murmullo se acrecentó cuando todas las miradas se posaron en nosotros.
Cumplimos con dignidad a pesar ser la comidilla de la gente, no era secreto la aversión que la reina sentía por mi madre. Al igual que mi familia ignoré todo eso, quizás por orgullo o simplemente por amor a mi hermana, ella más que nadie debía odiar que hablaran de nosotros, sobre todo porque pretendía obtener la corona. Comprendí entonces que tal vez su verdadero objetivo no era solo la corona sino callar los murmullos que siempre nos perseguían a donde sea que fuésemos.
Cuando levanté la vista, pude notar que el rey nos observaba con interés, tal vez por los murmullos, pero yo quería creer que se debía a la indudable belleza de Jane. Era una mirada intensa, pero poco expresiva, no supe deducir porque nos miraba de esa forma hasta que finalmente debimos apartarnos de su presencia.
—Parece que mañana su apellido será tema de conversación— pronuncio Sir Archer al reunirnos junto a él.
—Me temo que si—respondió mi padre sin más remedio. Mi madre trato de conservarse tranquila, vaya que apenaba verla tan callada, después de todo ella era el motivo de tanto escándalo.
—Mi esposa tuvo que invitar a muchas personas debido a la presencia del rey, espero la sepan disculpar— expreso Sir Archer apenado de lo que había sucedido unos segundos antes.
—No hay necesidad de una disculpa, sabíamos perfectamente a que nos podíamos enfrentar al venir aquí. Ustedes son el motivo de nuestra visita a Sacris, no el rey y los suyos, así que pueden hablar y decir lo que se les venga en gana
Mi padre era un hombre de pocas palabras, sin embargo, cuando se trataba de defender a su familia, estaba obligado a hablar hasta por los codos, aunque habíamos aprendido cómo comportarnos en momentos como ese.
—Mi esposa asegura que el rey elegirá a nuestra futura reina esta noche—aludió Sir Archer alzando las cejas quizás para cambiar de tema.
—Ahora entiendo porque la reina madre se muestra tan ansiosa—respondió él dirigiendo la mirada hacia el lugar donde se encontraba sentada nuestros gobernantes
—Ha ocupado la corona por mucho tiempo, ya era hora de que dejara el puesto a una mujer más joven—expreso mi madre uniéndose a la conversación.
—No creo que vaya a irse, así como así, al menos no hasta moldear a su sucesora a su antojo. Siento pena por la desafortunada mujer que sea elegida como la próxima reina—manifestó sin ninguna idea de que una de sus hijas estaba dispuesta a ser moldeada con tal de obtener la corona.