Los días se presentaban sorprendentemente tranquilos y como lo había prometido mi padre, logramos disfrutar de nuestra mutua compañía. Cabalgábamos en las mañanas después del desayuno, paseábamos en el jardín para después disfrutar de un buen picnic en el jardín y para finalizar nuestro día, después de la cena, disfrutábamos de un buen libro y chocolate caliente frente a la chimenea de su despacho, pero de todas esas actividades lo que más disfrute fue del ser yo misma. Mi padre respondía algunas cartas, algunas de negocios y algunas otras eran comunicados de deudas por vencer, las cuales torpemente intentaba esconder de mi vista escondiéndolos en un cajón de su escritorio, pero lo que él no sabía era que yo reconocía la tinta azul con la que sellaban esas cartas, era frustrante ver esa c