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Él me hacía sentir incomoda y por mucho que no deseara admitirlo también me atemorizaba y eso me hacía enfadar porque no habia hecho nada para merecer su frialdad, pero por más que lo pensara algo me decía que él ya era así y nada de lo que hiciera le haría cambiar. Me condujo hacia una carroza, quizás la suya y al llegar extendió la mano hacia mí, lo mire confundida porque no creí que él se animaría a mostrarme un poco de cortesía frente a tanta gente y luego de un instante supuse que se debía a la presencia de tantos ojos sobre nosotros que él me habia ofrecido ayuda. Al avanzar observe cientos de sonrisas y aunque las mejillas me dolían, me vi obligada a devolverles el gesto, no me conocían y aun así arrojaban flores desde lo más alto, se podía admirar una lluvia de pétalos blancos a