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Al principio habia creído que mi sacrificio valía la pena porque mi familia estaría a salvo de las amenazas de la reina y el enfado del rey, pero al ver que se desmoronaba por mi causa, el peso de las cadenas que mis decisiones habían forjado era casi insoportable. Me sentí culpable, si, por guardar silencio de aquellos a los que aun, descaradamente, continuaba llamando familia. La tensión que habia a mi alrededor fue sustituida por el nerviosismo, por causa del anillo que el rey habia colocado en mi dedo. La fecha de la boda se habia adelantado más de lo esperado porque se habia saltado la ceremonia de pedimento en el que la reina debía bendecirme como la esposa de su hijo. Después de que el rey se marchara, escuché rumores entre los cuchicheos de la servidumbre sobre lo ofendida que se