CAPÍTULO DIEZ Kevin no paraba de dormirse y despertarse, el balanceo del barco siempre que pasaban por una ola grande lo devolvía a un espacio que solo era medio despierto. Entremedio, las imágenes de los extraterrestres parpadeaban en su imaginación, imposibles de eludir. Corría por unas calles llenas de gente que conocía. Sus ojos eran blancos como el hielo y, mientras las personas controladas por los extraterrestres normalmente estaban calladas, estas hablaban mientras lo perseguían. —Tú sabes que los extraterrestres no existen, Kevin —la Dra. Linda Yalestrom, la psicóloga a la que lo habían llevado, decía mientras iba a toda prisa tras él. Kevin se escondió en un edificio para esquivarla y se encontró con que, de alguna forma, era su escuela. Allí estaban sus profesores. —Has perdi