Todavía mirándome, alcanzó el teléfono. —¿SÍ? —gritó al auricular, sin dejar mis ojos. Presionó el teléfono contra su pecho. — Eso es todo, señorita Johnson —agarré mis cosas y me volví rápidamente, cerrando con un portazo más sonoro de lo necesario. Durante el resto del día, y casi de la tarde, el señor Norton entraba y salía de su oficina pisando fuerte, dando portazos con su habitual encanto. Sobre las 2, estaba sopesando en mi interior los riesgos sobre mi persona, si me pillaban echándole laxante extra fuerte en su carísimo café de moca y menta totalmente libre de azúcar y grasas. Mirando la hora, decidí dejar de pensar en eso. También me llegó un mensaje de texto del señor "maravilloso", informándome de que debía encontrarme con él en el parking para ir hasta el centro de la ciu