Sus caricias eran el cielo y hacían que mi cuerpo se estremeciera de una manera que hasta comenzaba a avergonzarme. ¿Y qué si alguien nos veía en esa situación? Aunque quise oponerme a esto, no podía negar que sus besos dulces provocaban una especie de cortocircuito en mi cerebro, así que cuando metió su mano debajo de mi falda, supe que no habría marcha atrás. —Vamos a la cama —dijo entre susurros, mientras me levantaba cual si fuese una ligera pluma y me colocaba de manera delicada en el colchón. Sus ojos hipnóticos se quedaron clavados en los míos por unos segundos, los suficientes para provocar nuevamente esas malditas mariposas que no parecían querer abandonar mi panza. —¿Te encuentras bien… Sara? —habló muy cerca, su aliento me hizo cosquillas. Tuve que reprimir un jadeo, por