Normalmente no era de esas mujeres que se alteraban y desesperaban por cosas triviales, cómo el deseo de conseguir un hombre o formar una familia.
Era de las que iba por la vida sin apuros, que salía disfrutar del aire fresco en verano y se quedaba tomando un chocolate caliente y leyendo en su cuarto en el invierno, solo contemplando una rosa florecer o encontrando placer en ver una serie o película al final de la tarde.
Pero hoy era diferente, necesitaba un nuevo trabajo y con urgencia.
Había sido despedida de mi anterior empleo en un local de comida rápida. ¿El motivo?, arrojarle la comida y un refresco a uno de los clientes que pasó a recogerlo por la ventana del auto servicio. El muy maldito me había dicho que debía trabajar en algo más apropiado; cuando le pregunté a qué se refería, me dijo que con mi cara bonita no debía preparar salchichas, sino arrodillarme y comerlas.
No pude evitarlo, era un anciano grasiento y desagradable, nadie me trataba así.
Para mi mala suerte, mi jefe pasaba por allí en ese momento y me pilló infraganti, con el hombre vociferando insultos y las manos crispadas por la furia.
Ni siquiera me dijo nada, yo solita me quité el gorro de la cabeza y me fui de allí, apretando los dientes y maldiciendo el universo. También estaba sin casa desde el año pasado, esta se había quemado en un incendio, sucedió mientras yo estaba en el trabajo.
Mamá y papá murieron en él.
Mi amiga Estela, de la universidad, me dio un lugar donde quedarme pero hasta ahora, ella era la que estaba trabajando y yo no necesitaba dinero, si no, debía irme.
Había estudiado una carrera, ¿y para qué?, para terminar en un puesto de comida rápida con viejos morbosos que me miraban demasiado y decían cosas obscenas.
Arg, odiaba a los pervertidos.
Mi amiga me había dicho que podía conseguir un trabajo, pero que no sería fácil; ya que muchos habían renunciado a él. Eso fue algo que me llenó de curiosidad, haciéndome preguntar qué clase de empleo era; que hacía ahuyentar a las personas que querían formar parte.
—No te olvides de llegar temprano a la entrevista —me advirtió mi amiga, alzando un dedo.
—Hablas como si siempre llegara tarde a todos lados —rodé los ojos y ella puso sus manos en las caderas, mirándome con reproche—. ¡Está bien! Prometo no llegar tarde, ¿ya estás feliz?
Refunfuñé durante un largo rato, maldiciendo todas mis desgracias y esperando que me cayera un rayo encima o de plano, me orinara un perro.
"No digas tarugadas, que todo lo que piensas, se cumple", atacó mi conciencia.
—¡Tú cállate, metiche! —Espeté en voz alta.
—¿Disculpa? —Estela exclamó, entre molesta e incrédula.
Me volví hacia ella rápidamente, alzando las manos y deshaciéndome en disculpas. ¿Tenía que aclararle que a veces me volvía loca y hablaba conmigo misma?
Ni hablar.
—No hablaba contigo, hablaba con… migo misma — dije avergonzada, con las mejillas ardiendo.
Pensé qué se reiría de mí, pero se limitó a encogerse de hombros, dándome una sonrisa comprensiva.
—A veces también lo hago, descuida.
—¡Eres la mejor! —la abracé con efusividad y ella me quitó de la repentina invasión de espacio personal, riéndose a carcajadas.
—Sí, sí, sí —puso los ojos en blanco—. Guarda esa energía para la entrevista, ya te dije que no era fácil.
La miré con el ceño fruncido.
—¿Qué no dijiste que el trabajo era difícil? —me crucé de brazos—. No me digas que ahora tendré que convencer a una vieja gruñona de más de cincuenta años que soy completamente apta para archivar papeles y contestar teléfonos.
—El puesto es para secretaria administrativa del vicepresidente, también está el de asistente personal del jefe de la compañía Norton & Brooks —me señaló—. Ese último es un puesto muy codiciado y a la vez temido.
—Estela, es una cosa o es otra —dije pensativa. ¿Cómo alguien va a codiciar algo y temerle a la vez?
—Cuando conozcas al jefe, lo entenderás —se encogió de hombros—. Pero no tienes que preocuparte, seguramente vas a toparte muy pocas veces con él, así que estás a salvo.
Ella fue a trabajar y yo me quedé viendo series y comiendo palomitas de maíz. Estaba completamente aburrida, me había acostumbrado a trabajar y a tener todo por mi cuenta, necesitaba dinero no solo para pagar el alquiler, sino para conseguir mi propio apartamento.
No sé en qué momento me quedé dormida, quizá por aburrimiento, pero cuando me vine a dar cuenta estaba en mi cama, así que seguí durmiendo porque continuaba oscuro.
El aparato del demonio no dejaba de sonar, me removí un poco sobre mis sábanas para tomarlo, estiré lo más que podía para alcanzar mi teléfono que reposaba sobre mi mesa de noche, pero al tocar esa zona, no hallé nada.
Levanté perezosamente la cabeza, achicando un poco mis ojos, por culpa de la luz del día que entraba por las persianas.
—¿Bueno? —dije al contestar.
—Sara, ¿qué haces aún durmiendo?
—¿Estela? —pronuncié, aturdida por su voz—. ¿Para qué me llamas?
—¡Tienes una entrevista de trabajo hoy, tonta! —Me levanté de golpe al escucharla.
—Mierda…
Salté de la cama, tirando el celular en ella. Caminé con prisa hasta mi baño y me recogí el cabello en un moño desastroso. No tenía tiempo que perder, así que lavé mis dientes con rapidez y dejé toda la ropa desperdigada por el baño, ya tendría tiempo para recogerla después.
Tomé lo primero que vi en mi armario, me regañaba mentalmente por quedarme dormida y además, me había acostado muy tarde viendo estúpidas y cursis películas de romance, un impulso ridículo que ni siquiera entendí por qué me dio.
Estaba capacitada en el área laboral, era bastante inteligente y tenía un buen currículum, todo lo que pedía en esa compañía y por suerte; todo lo tenía, excepto por mi vestimenta.
Seguramente tendrían una muy peculiar imagen sobre mí, al ver lo que llevaba puesto, pero qué más daba. Mi ropa no daría el trabajo, ¿cierto?
Por fin salí como alma que llevaba el diablo, pero mi estómago rugía. Necesitaba echarle algo al tanque o me desmayaría en brazos de mi jefe y seguramente terminaría vomitando, al ser un viejo gordo, calvo y panzón, como seguramente eran los jefes de compañías así de grandes y exitosas.
Me detuve en un pequeño puesto de comida y pedí un café y un pastel de manzana para llevar. Olía delicioso y mi estómago rugió con más fuerza, así que le di un buen mordisco a mi bizcocho, cerrando los ojos para deleitarme con la masa que se derretía mi boca como si fuera magia.
"Por Dios, esto es casi un maldito orgasmo", suspiré con deleite.
—Interesante comparación.
Quizá fue la voz qué se oyó muy cerca de mí o porque estaba con los ojos cerrados, pero pronto noté que había soltado mi café encima de alguien que murmuraba maldiciones en… ¿inglés?
Bueno había estudiado administración de empresas, pero siempre fue muy buena en inglés, no solo porque mi padre era americano, sino porque me encantaban los idiomas, así que entendí casi perfectamente lo que el hombre estaba diciendo.
—Disculpe señor, no fue mi intención echarle mi café encima —me deshice en disculpas y él alzó la mirada, con expresión irritada.
Era increíblemente atractivo como un rayo de sol en medio de la oscuridad, como una botella fría de refresco en medio de un desierto, como una melodía exquisita en medio de un baile.
"Basta de comparaciones idiotas, pareces tarada", atacó mi conciencia de nuevo.
—¿Cómo puedes andar a mitad de la acera con los ojos cerrados? —casi no sentí su acento, era ligero, pero ahí estaba. Se veía molesto—. Alguien puede llevarte por delante y en mi caso, echarse encima tu café.
Miré su camisa con una enorme mancha y apreté los labios, aguantándome las ganas de reír como posesa. Sus abdominales se veían bastante marcados, era como la fina pieza de una obra de arte.
—¿Ahora parezco un bufón? —alzó una ceja, mirándome con prepotencia y arrogancia.
Uff, no soportaba que me miraran así.
—No sea tan amargado, Don —puse los ojos en blanco—. Solo fue un accidente, mire que también he manchado mis zapatos —hice una mueca de disgusto—. Joder, esto es perfecto.
Me di media vuelta para irme, pero él me tomó del brazo y volteé a mirarlo, como si de pronto se hubiera vuelto verde.
—¿Qué no va a disculparse? —Esta vez se cruzó de brazos, sacudiendo la cabeza con reprobación—. Niña torpe y engreída.
Lo último lo dijo en inglés, pero lo entendí perfectamente. Estúpido millonario arrogante.
—No soy ninguna torpe y mucho menos engreída, ha sido usted el que me ha dado miradas despectivas todo el tiempo —respondí en su idioma, dejándolo petrificado.
—¿Hablas inglés? —Su tono de incredulidad, era incluso ofensivo.
—¿Cree que en este país no hay gente capacitada para hablar su idioma? —exclamé con ironía, alzando una ceja.
—No con su apariencia, señorita —me miró de arriba abajo y creí ver una chispa de burla en sus ojos azules.
—Cabrón —hablé entre dientes, antes de darme media vuelta y alejarme definitivamente de allí.
Ya me había hecho perder más tiempo de lo que ya había perdido y encima, me había insultado.
—¡Taxi! —llamé rápidamente a uno, alzando un brazo. Se detuvo a pocos metros de mí y subí.
Indiqué a dónde debía llevarme y en menos de 10 minutos, estaba a las afueras del edificio Korsak.
Había oído hablar mucho sobre esta corporación, era una compañía adinerada que ha pasado por una larga línea de linaje Norton. La cabeza de la familia es una mujer, cuya edad es confidencial para los medios de comunicación.
Sabía que había más mujeres, pero esta vez, el presidente era un hombre importante que lleva por nombre Harvey Norton.
Según los rumores, ese hombre era el demonio; no lo conocía y esperaba pasar desapercibida delante de él. Escuché también gracias a los medios, que era un rompecorazones, Casanova, inteligente pulcro en su trabajo y por supuesto, no buscaba un compromiso.
Já, como si me importara.
—Buenos días, vengo…
—En el último piso —comentó la recepcionista sin verme siquiera, se ocupaba más en ver lo que sea en su computadora, que a mí.
Le di las gracias y proseguí. Tomé el ascensor y quedé impresionada al ver que este edificio estaba compuesto por ochenta pisos.
Madre santa, en dónde vivía, apenas y tenía cinco.
Reaccioné y presioné el botón del último piso, sintiendo los nervios aflorar en mi estómago, por lo que tomé mi celular para distraerme.
Noté que alguien alto había entrado, pero ni siquiera le presté atención, trataba de reducir lo más que podía mis nervios, esperando que de verdad pudiera conseguir el empleo.
De un momento a otro, me entretuve detallando el vestuario del que estaba a mi lado.
No llevaba traje, así que no era ejecutivo, tenía en su cabeza un gorro de lana n***o, audífonos colgando hasta la nuca hasta el pecho, una camiseta roja que lo cubría y una chaqueta sin mangas, abierta de color n***o, de calzado tenía puesto unas botas grandes con agujetas.
El sonido del ascensor llegando a su destino, me sacó de mis cavilaciones.
Miré al frente y entraban más personas al ascensor, me empujaban un poco, logrando pegar mi cuerpo al espejo que decoraba el espacio. Sentí frío y me estremecí al sentir mi espalda chocar contra el cristal.
Al dar por finalizada la entrada de las personas, el ascensor continuó con su curso y se fue deteniendo en cada piso que subía, reduciendo el número de personas que antes se hallaban en el ascensor. En todo ese trayecto, ninguna persona decía nada, las pocas que quedaban, al parecer iban al mismo piso que yo, al igual que el hombre simpático del gorro.
Se abrieron las puertas del ascensor y fueron saliendo las primeras personas, después iba a salir yo, pero el hombre chocó su hombro conmigo.
—Disculpe, pase usted —lo escuché decir, pero no le presté mucha atención, solo me limité a hacer un gesto con mi cabeza, agradeciéndole.
Caminé antes que él, había muchas personas en cubículos charlando, unos trabajando en sus computadoras, habían unas cuantas mujeres platicando cerca de la cafetera al fondo. El último piso era impresionante, lo más seguro era que en todos los otros pisos había más personas trabajando.
—Hola, ¿me puedes decir dónde…? —Intenté hablarle a alguien, pero todos pasaban de largo, evitando mi pregunta.
—Hola, ¿vienes para la entrevista? —giré sobre mis talones, encarando a una chica pelirroja.
—Sí, gracias por no ignorarme —comenté riendo un poco, ella sonrió animadamente.
—Ven conmigo, es por aquí —caminó hacia unas escaleras.
¿Había otro piso?
—Tienes que formarte en la fila, todas ellas vinieron también por un puesto, así que deberás esperar hasta que termine con ellas —explicó, sin dejar de verme fijamente, parecía una mujer que en verdad se tomaba su trabajo en serio.
Me cayó bien.
Asentí y me formé detrás de la última mujer que se encontraba en la fila, la pelirroja terminó por dejarme y subir las escaleras.
Desde aquí no pude visualizar bien hasta donde había girado, si hacia la izquierda o la derecha, aunque no me preocupaba, de todas formas, esta fila me llevaría a donde tenía que ir.
—¿Llevas mucho tiempo aquí? —le pregunté a la chica delante de mí.
Ella me miró por encima de su hombro y volteó completamente hacia mí, observando mi atuendo de arriba a abajo, hasta que plantó su mirada en mi rostro.
—Desde las 6:00 —formuló con tono monótono.
—Entiendo…
Lo que entendía bien, es que esta fila iba muy lenta y no tuve siquiera tiempo de comer bien, por culpa del imbécil al que le había derramado mi café. Mierda, ahora tenía que esperar a que me pasaran.
Me entretuve mirando mis papeles, para revisar que todo estuviera en orden, tal parecía que sí lo estaba.
Volví la mirada a la chica al sentir que me miraban y efectivamente, era ella la que me veía con ojos críticos.
—¿Algún problema? —espeté, llevando mi carpeta a mi axila.
—Ninguno, excepto que no soporto tu ropa —respondió como si me conociera de toda la vida y le hubiera pedido su opinión.
Me di un vistazo desde mis zapatos bajos hasta mi camisa amarilla, observando luego a la chica con una ceja arqueada.
Repentinamente, me acordé del idiota con el que había tenido la discusión en dos idiomas. Arg, qué atrevido y ególatra.
—¿Y?
—No es de mi incumbencia, pero si quieres un consejo, te diría que esa ropa que traes no es la adecuada para una entrevista como esta.
—¿Y qué clase de entrevista es esta? —inquirí, rígida por lo entrometida que era.
—Una en la que hasta con tu vestuario, debes impresionar —finalizó sonriendo de lo mejor.
Apreté mis labios, sintiendo los latidos de mi corazón en mis oídos.
Solo esto me faltaba, por supuesto tenía que dejarme humillar de nuevo por la segunda persona desconocida del día y tan solo por mi ropa. ¿Era en serio?
Le di la espalda al verla sonreír triunfante, prefería que creyera que había ganado que dejarme ver irritada.
Al subir la mirada, quedé helada, porque por el ascensor iba saliendo un hombre bastante atractivo. Era rubio con reflejos castaños, ojos azules profundos y una mandíbula bien afeitada y marcada.
Llevaba un traje a la medida que le quedaba como anillo al dedo marcando sus fuertes y enunciados brazos.
Dejé de observarlo cuando lo vi caminar en nuestra dirección, bajé la mirada por inercia al sentir sus ojos apuntar hacia nosotras. Tan solo pude ver sus fino zapatos negros pasar por en medio de mi campo de visión.
Había bajado la mirada, no solo por su imponente presencia, sino porque me di cuenta de que era el mismo idiota al que le había derramado mi café encima.
"Genial, ahora sí estamos jodidas, le echamos el maldito café a alguien importante de la compañía", atacó mi inoportuna conciencia, hundiéndome en la miseria.
—Ahora sí que no voy a conseguir el empleo —murmuré en voz baja, pero la chica qué me había criticado, escuchó y me dirigió una mirada de suficiencia.
—¿Acaso esperabas lograrlo? —se burló y tuve que apretar los dientes para no soltar una grosería en ese momento.
Intenté levantar de nuevo la mirada, pero para observar el otro lado de donde nos encontrábamos, continúe observando todo e inevitablemente, miré las escaleras.
¿Realmente sería uno de los jefes?
Bueno, por lo menos si llegaba a conseguir el empleo, lo sería.