Invitación

1904 Words
Fred sentía temblar desde sus huesos hasta su médula. ¿Una señora tan fina y adinerada proponerme algo así? Nunca antes había pasado cosa igual en mi vida. Al tenerla frente a él, le pareció atractiva y muy segura al expresarse. Algo desde lo más profundo de su corazón se sintió tentado a decirle que sí. Ella estaba sola, él estaba solo. A ella le sobraba lo que a él le hacía falta, y él tenía lo que ella necesitaba. En sus ojos observó el brillo sin igual en cuanto habló de su esposo fallecido. Cualquier mujer soltera tenía derecho a enamorarse de nuevo o encontrar ese amor sin importar la edad o quizá los medios. Ella había sido específica: llevaba tiempo observándolo. Una parte de sí quería tener todo listo para marcharse, pero la otra lo impulsaba a quedarse al menos sólo por esa noche. Escuchó la puerta abrirse, se volvió al umbral totalmente aún desconcertado. —Fred, no quería asustarte. Creo que la soledad me impulsa a hacer imprudencias y la riqueza me las consiente. Te pido que por favor que tomes a algo onírico nuestra conversación. Puedes quedarte aquí, tal como lo has hecho antes, no me molesta. Recibiré tu paga cuando la dejes en la mesa frente a los sillones en donde conversamos así no tendremos que volvernos a encontrar. Que tengas buena noche. Sin darle la vista se dispuso a salir, pero Fred no pudo dejarla ir así. Ella en verdad le parecía muy atractiva y en muy en el fondo no quería que ella se sintiera mal. —Señora Graham… Ella se volvió a él, manteniendo la barbilla alzada y en sus ojos una cierta dureza. Fred supo que esa señora seguramente estaba acostumbrada a llevar a hechos sus berrinches, se sintió profundamente apenado y en congruencia con sus principios no pudo simplemente quedarse callado. —Por favor discúlpeme si la he ofendido con mi negación. Creo que me tomé a muy personal lo que me dijo. Percibió como su mirada fuerte se volvía suave. —Debería de asegurarse de saber quien soy. —¿Conocerte? —Preguntó Diana serenamente Aunque de eso ya se había asegurado. —Sí. Probablemente no tengo los modales a los que usted está acostumbrada, pero podríamos compartir un paseo, o quizá comer algo, prometo invitarla en cuanto pueda. Además, quizá se adelanta al creer que sabe suficiente de mí, posiblemente al tratarme termine desencantada. Diana mostró una sonrisa amplia. —¡Vaya! Eres toda una sorpresa de persona Fred, con mayor hombría y caballerosidad de muchos que dicen llamarse así. Debes saber que mi último hijo es tres años mayor que tú. Fred sonrió, al reconocer que intentaba hacerlo pensar mejor su invitación. —Mi intención es no incomodarla, pienso que es lo mejor para los dos ya que como usted dijo vivimos en la misma casa. Mantuvo un gesto de alegría Diana en sus ojos. —Me parece. Te espero mañana cuando vuelvas para que tomemos te o café. Fred sonrió sin creer que tendría una cita. —De acuerdo. —Feliz noche, Fred. —Descanse, Señora Graham. Él la vio cerrar la puerta. Mucho en ella le atrajo profundamente a diferencia de muchas chiquillas o alguien de su edad la señora Graham parecía madura y saber muy bien lo que quería, además de mostrar serenidad y tener una experiencia que a él le atraía irresistiblemente. Sonrió y sin pensar más se desvistió para acomodarse en la cama. Nada tenía de malo conocerla ni nada que perder, ya muchas chicas antes se habían aprovechado de él sin ofrecerle nada a cambio más que heridas y sinsabores. Después de un rato se quedó profundamente dormido. Muy dentro de sí se sentía muy agradecido por tan rara propuesta. Al siguiente día mantuvo una jornada normal en el trabajo, volvió a su habitación tan cansado como siempre. Tomó una ducha y se vistió lo mejor posible, apenado regresó a la preciosa sala de estar. Pero al llegar no vio a la señora Graham por ningún lado, se sentó y esperó un buen rato. Al no estar seguro si ella llegaría prefirió ponerse de pie, estaba por regresar a su habitación cuando la escuchó hablarle. —¿Te vas tan pronto? La observó caminando hacia la inmensa sala de estar. Sorprendido quedó ante su manera de aparecer. Todo el tiempo dudo que ella acudiera para comer algo juntos. —Pensé que no se encontraba en casa. —Sí, no estaba. salí hace un rato, pero preferí apartar mi tiempo para cenar a tu lado, espero que no hayas comido nada todavía. Fred no pudo evitar suspirar. —No, hace un rato que llegué. —Perfecto, justo a tiempo, acompáñame. Él la siguió hasta el comedor. —Por favor siéntate. Aceptó su cortés manera de invitarlo a la mesa. Tomó asiento. Le sorprendió verla salir y volver rápidamente con una bandeja en color plata con comida. La puso sobre la mesa y ella misma le sirvió un platillo que olía deliciosamente. —Espero que te agrade, no es mi especialidad, pero quería compartirlo contigo. Fred estaba profundamente sorprendido. Ninguna mujer antes que no fuera su tía le había dedicado una cena. Ella también se sirvió y comenzó a comer. Fred comió encantado en silencio. No sabía qué decirle. Pero Diana había actuado así para convencerlo e igual llevar a hechos sus caprichos, ya que le pareció Fred un hombre joven pero tradicionalista en sus principios. —¿Qué te parece? —No soy del tipo de persona que hace rendibúes, pero es lo mejor que he probado desde hace mucho, mucho tiempo. Ella se encontró con sus ojos.  —¿Lo dices en serio? —Se lo aseguro y se lo agradezco. Mostró una sonrisa que evidenciaba complacencia. —Nada que agradecer, en todo caso sería yo, quien de una u otra forma siempre está a la mesa sola. Él suspiró comprendiéndola. —Ha sido un placer señora Graham. Escuché decirme que tiene hijos. —Sí, dos. Débora, es mi hija mayor, y el menor se llama Vincent. Ambos están casados y viven en el extranjero. Raras veces nos visitamos, odio la palabra abuela. Nunca tuvimos mucha cercanía, en su crecimiento tuvieron institutrices, o nanas. Mi esposo falleció cuando ellos eran pequeños, así que me he hecho cargo a muchas cosas sola. Y sé de la vida y sé del sufrimiento Fred, aunque me consideres una mujer con comodidades. Ciertamente el dinero concede grandes placeres y algunas dichas, pero nada tan propicio a saberse feliz. Él asintió en completo acuerdo. —En verdad lo siento. Creo que ningún ser humano está exento del sufrimiento. Diana sonrió saboreándose los labios. —Es posible, Fred. ¿De qué manera se entretiene un hombre como tú? —Me gusta leer. Sonrió casi extasiada con la respuesta. Quizá eso explicaba que fuera tan buen conversador. —Un hombre que le gusta la lectura, es asombroso. Sonrió como ella. —No cuento con mucho tiempo, pero en verdad me gusta y mucho. —¿Bebes algún tipo de licor, Fred? —Sé que es probarlo, pero por compartir, más allá de eso no lo considero apropiado. —¿Te gustaría compartir conmigo un vodka? Fred notó en sus labios una seductora sonrisa, y al notar el color carmesí en sus labios carnosos no pudo oponerse. Sonrió sin poder apartar sus ojos de los labios rojos de Diana. De pronto un teléfono sonó. Parecía provenir de la sala contigua, en el profundo silencio de la casa, el sonido hacía eco. Diana frunció el ceño y paso de estar relajada a ponerse algo seria. —Lamento tener que ir, pero tengo que contestar. Fred asintió, inclinando la mirada. —Comprendo, no hay problema. Escuchó sus zapatos de tacón sonar al tocar el suelo. Elevó la mirada y vio sus largas piernas andar y con un suave caminar ir apresuradamente hacia la otra sala. Aun con intención de no querer escuchar lo que diría, fue inevitable. —Habla ella. No es necesario que me molesten por eso, bien sabes que no me interesa. Si tengo que ir, iré cuando pueda, estoy ocupada y lo que menos quiero es verles la cara. La vio asomarse de nuevo hacia el comedor, parecía de nuevo estar más relajada. —Fred, tengo que ser sincera contigo. Cuando ayer te propuse aquello, lo hice pensando en muchas cosas. Sabes, necesito que alguien me apoye en diferentes asuntos y me estresa tratar con mi familia. Me desagrada hacerme cargo directamente, son como una pequeña alfombra de pirañas, y detesto hablarles. Además, no seré falsa me pareces bastante atractivo, y al saber que estás solo, y yo también, creí que… Soltó un suspiro y se sobó el cabello. —Olvídalo, creo que mi comentario está de más. Pero agradezco mucho que hayas aceptado venir. Por favor termina de comer. —Agregó. Dejó la servilleta sobre la mesa, y sin darle la vista se puso de pie. Dio la vuelta saliendo a toda prisa del comedor, sin terminar por completo la comida. Fred, se quedó estático sin saber por primera vez que hacer. No pudo terminar y ya que ella lo había invitado prefirió ayudar con levantar los platos y dejar la mesa limpia. Volvió a su habitación y no pudo conciliar el sueño. Muy temprano se despertó deseando encontrarse con ella, pero al pensar qué le diría su mente se ofuscaba; brotaba el nerviosismo al no tener claro cómo retomar esa conversación. Cada día que volvía del trabajo sentía la necesidad de buscarla, pero no sabía cómo acercarse a alguien como ella. Y así pasaron casi tres semanas. Al llegar el día de pago, tal cual ella lo había solicitado dejó el dinero del alquiler de la habitación sobre la mesa de cedro al centro de la gran sala de recibimiento en la parte principal de la mansión. Esperó pacientemente durante casi media hora, hasta que vio a Don Paco cruzar la sala. —Hola, disculpe me gustaría conversar con la señora Graham. ¿Sabe si se encuentra? — No ha usado ninguno de sus automóviles durante varios días, supongo que está de viaje o está recluida en su alcoba. ¿Para qué la busca? —Es sobre…  Mi contrato de arrendamiento, es que ya se venció. ¿Podría decirle que… —No. Nadie la molesta en su habitación. Además, usted nunca me dijo que quería renovar ese papel. Y sé que la señora ya fue a verlo a su habitación no hace mucho. ¿No será que la busca para otra cosa? Fred guardó silencio un momento, tragando saliva. —Mire jovencito si ella intentó ofrecerle algo a cambio de que duerman juntos no se sienta afortunado, usted no es el primero que le hará ese favor. Esa mujer no se enamora ni quiere a nadie, sólo sabe utilizar todo a su conveniencia y por eso vive sola y no le gusta estar rodeada de nadie, ni de sus propios hijos. No se encariñe con la señora, usted es joven y puede hacer de su vida algo diferente que andar tras ella. Yo que usted mejor me alejaba a tiempo de la Dama de n***o. Se dio la vuelta Don Paco, llevando en sus manos muchas llaves. Fred quedó estático por un rato hasta que lo vio salir de la casa. Regresó a su alcoba algo apesadumbrado meditando cada palabra. 
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