La cena

1078 Words
Llegamos a un restaurante muy prestigioso, me sentía totalmente fuera de lugar, todas las personas que había allí estaban muy bien organizadas y era lógico que tenían mucho dinero.  Traté de decirle que era mejor en otro, aunque siempre disimulando que el problema era que yo no me sentía bien. Siento que en el fondo conocía mis temores porque aparentemente disfrutaba ver que mi cara estaba sudando a comparación del perfecto maquillaje de las demás mujeres. —Sentémonos de la mesa de la terraza, hay una hermosa vista de la ciudad. Además, desde allí no notaran que una mujer está asustada por entrar a un restaurante —dijo Mateo mientras se reía. —¡Que cruel eres! No estoy asustada, solo que siento que no encajo bien aquí. En pocos minutos llegará alguien a tomarnos la orden y ni siquiera sabré que elegir porque no conozco los nombres de los platos. Podría tal vez basarme en los ingredientes para saber qué ordenar, pero tampoco conozco algunos. Creo que tu cita de esta noche será un fracaso, la próxima trata de elegir a alguien que esté a tu nivel —respondí mientras reparaba todo el lugar y con tono de indignación. —Vinimos aquí a pasarla bien, no tienes que dañar la hermosa noche. Yo te recomendare un plato delicioso, pediré lo mismo para ambos para que el mesero no sospeche que no sabes lo que haces. Estoy aquí para cuidar tu imagen y la de mi empresa. —Supongo que debo decir gracias. Esta es la cita más extraña de mi vida porque estoy fuera de mi círculo, lo que hace que me sienta insegura. Aunque es divertido porque estaría más insegura en mi barrio, en esa zona no deben robar a nadie. —No creas todo lo que ves en las novelas mi querida Paulina, aquí los ladrones son de cuello blanco. Estos roban más que cualquiera, pero la sociedad los ve como héroes, comen en los mejores restaurantes y se reúnen con gente muy poderosa, la justicia no existe para ellos. Hoy por ejemplo somos parte de ese gabinete y no te has dado cuenta. No vengo aquí por esas personas, sino por lo deliciosa que es la comida, pediré una pasta deliciosa para ambos, el postre lo dejamos para después. Todo lo que decía era tan perfecto que a veces yo me quedaba sin palabras, estando en ese lugar solo podía seguirle la corriente, no podía desencajar. Hubo un momento en el que puso su mano sobre la mía, era tan grande y suave que no fui capaz de retirarla, además, estaba caliente y la noche era muy fría. Algo que me impresionó del restaurante fue la rapidez con la que llegó la comida, no se parecía a los sitios que frecuentaba en mi barrio, donde se demoran más de cuarenta minutos para traer un plato por pequeño que fuera. —Veo que estás asombrada, con el tiempo te terminas acostumbrando —mencionó Mateo mientras empezó a comer su pasta— si te quedas conmigo te garantizo un mundo nuevo, de lo contrario, quédate dando vueltas en el taxi. —¡Qué grosero eres! —dije aun con comida en la boca— Julio es de pocos recursos igual que yo, pero una cita con él es incomparable, ni siquiera toda esta comida hace que me olvide de él. —¿Entonces por qué tiemblas cuando te hablo? ¿También te pasa con Julio? ¿Te pasa con todos? Sugiero que vayas al médico, debe ser un problema. —No me pasa con todos como dices, es solo que hace frío y no has sido tan caballeroso como para prestarme tu saco. —Me gusta verte con frío porque tu piel se pone diferente, aunque si quieres, este saco es tuyo. Con respecto a lo otro no creas que nací ayer, sé que tengo algo especial, no eres a la primera que le pasa, es un don divino. No te preocupes si luego no eres capaz de controlarte, es normal. —Mejor préstame el saco, estoy a pocos grados de sufrir hipotermia. Tenía que cambiar el tema, me había descubierto por completo. Sentía mucha vergüenza, no pensé que se notara lo nerviosa que me ponía. Continué comiendo en silencio, a veces lo miraba porque no podía evitarlo, él en cambio estaba maravillado con la luna y mis piernas. Cuando terminamos de cenar el mesero se llevó todo, mi jefe le dijo que nos íbamos a quedar unos minutos más allí y que no quería interrupciones. Sacó de su bolsillo un billete y se lo entregó como para cerrar el trato. Antes de que pudiera decir algo puse cara seria y le dije: —No es necesario que separes el espacio, yo ya me quiero ir. —¿Así de terrible te pareció la cita? ¿Fue acaso la comida? Puedo hablar con el personal de la cocina para que mejoren sus platos —contestó con sarcasmo. —La comida estaba deliciosa jefe Mateo, el problema eres tú. Te crees mejor que los demás y yo no tengo por qué aguantarme este momento tan incómodo. Creo que lo mejor será que nos dediquemos a lo meramente profesional, de ese modo los dos saldremos ganando. —Te equivocas, así solo ganaría yo y tú perderías la mejor oportunidad de tu vida. Yo no puedo obligarte a nada, pero seré sincero, desde que te vi te imaginé en mi cama, tu olor es algo que me atrae locamente. —Yo ya sospechaba eso, pero lamento informarte que no soy de esas mujeres que se meten con cualquiera. El hecho de que tu no respetes a tu esposa no quiere decir que yo haga lo mismo con Julio. Por cierto, ella me parece una buena mujer, que lástima que se tenga que conformar contigo. —Hay algo muy interesante en todo esto. Siempre que me rechazas pones sobre la mesa a Julio, pero nunca dices que el problema sea yo. Voy a hacerte una pregunta un poco incómoda, pero que puede servir para dibujar nuestro futuro. ¿Paulina, te sientes atraída por mí? En ese momento mi corazón empezó a latir tan fuerte que sentía que todos en el restaurante podían escucharlo, mire hacía la calle como para pensar mejor lo que iba a decir y disimular. Sin embargo, algo pasó, justo en frente estaba Julio recogiendo a una mujer, lo peor de todo es que me había visto.
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