Prólogo
Olivia, una Omega proveniente de una familia acaudalada, caminaba despreocupada por los pasillos de mármol del lujoso hotel de su familia, observando los detalles que, tras años de costumbre, le parecían tan familiares como su propio reflejo. Las cortinas de terciopelo y los candelabros dorados eran símbolos del poderío que su apellido ostentaba, pero en aquel momento, Olivia buscaba algo más que el brillo superficial de su entorno. Se dirigía a la terraza, donde solía relajarse antes de los grandes eventos, lejos del bullicio que pronto invadiría el lugar con motivo del cumpleaños de su hermanan.
La celebración de los White siempre reunía a lo más selecto de la sociedad, y aunque Olivia estaba acostumbrada a tales reuniones, esa noche sentía una mezcla de inquietud y aburrimiento. Mientras daba vuelta en uno de los amplios corredores, cerca de la cocina, diviso una charola de canapés en una esquina, iba a tomar uno, pero abruptamente fue interrumpida por una figura alta y fuerte que apareció en su camino. Un Alfa, con una mirada seria y determinante, se acercó a ella como si ya supiera quién era, o al menos creyera saberlo y le quito el canapé de las manos.
—Apresúrate —le dijo, con una voz autoritaria que no admitía réplica—. En lugar de estar comiendo deberías estar acomodando las mesas. El cumpleaños de uno de los herederos White está a punto de comenzar, y esas personas arrogantes y sin escrúpulos no pueden esperar.
Olivia lo observó, sorprendida. El Alfa tenía una expresión dura, como si el solo hecho de hablar de los White le resultara desagradable. Pero eso no le quitaba lo sexy y atractivo que era aquel alfa. Por un momento, el orgullo que llevaba en la sangre le gritó que le revelara quién era, que lo corrigiera por haberla confundido con una simple empleada. Sin embargo, sus palabras la dejaron paralizada.
—¿Por qué hablas así de ellos? —le preguntó, con un tono más suave de lo que había planeado. La curiosidad pudo más que su orgullo, y quería entender por qué aquel Alfa tan guapo despreciaba tanto a la gente con la que ella había crecido.
Él la miró con desdén, sus ojos grises reflejando una frialdad implacable.
—No hay nadie a quien deteste más que a los ricos. Son egoístas y solo piensan en ellos mismos. No sé cómo puedes trabajar para esta gente sin sentir asco.
Olivia sintió un nudo formarse en su garganta. Ella no quería que pensara eso de ella. Sus palabras la golpearon con una fuerza inesperada. Por un momento, quiso defender su mundo, su familia, decirle que no todos los ricos eran como él imaginaba, pero se contuvo. Algo en su mirada la hizo vacilar. ¿Cómo sería ser vista desde su perspectiva, solo como una empleada? ¿Cómo sería vivir sin los lujos que ella había dado por sentado toda su vida? En lugar de enfrentarlo, optó por callar.
—Sí... son muy exigentes —respondió con una media sonrisa, siguiendo el juego.
El Alfa asintió sin mirarla de nuevo, como si lo que ella había dicho solo confirmara sus sospechas. Él comenzó a caminar hacia el salón principal, donde ya se escuchaban los preparativos para la fiesta. Olivia, aún aturdida por la conversación, lo siguió con la mirada, observando cómo su figura desaparecía entre las sombras y su corazón se empezó a decepcionar al mismo tiempo que empezó a latir con fuerza.
Cuando él se fue, Olivia se apoyó contra una de las columnas de mármol, tratando de procesar lo que acababa de suceder. Nunca había sentido tanta confusión. Por un lado, la atracción inmediata hacia aquel Alfa la había dejado sin aliento. Pero sus palabras, llenas de desprecio, habían golpeado sus ideales y su sentido de pertenencia. Olivia nunca había sentido que el dinero definiera quién era, pero se daba cuenta de que para muchos, como ese Alfa, su riqueza era todo lo que importaba y de una manera mala.
Sin embargo, el eco de los pasos de otra persona la sacó de su ensoñación.
—¡Olivia! —la voz brillante de Harper resonó mientras se acercaba rápidamente, con una energía contagiosa—. ¡No sabes lo emocionada que estoy! Mañana será increíble, todo está quedando perfecto.
Olivia, aún un poco ausente, intentó recomponerse y sonrió de forma automática al ver a su hermana. Harper, con su vestido impecable y sus rizos perfectamente arreglados, parecía estar en las nubes, claramente emocionada por la inminente fiesta.
—Sí, claro, será... será una gran noche —respondió Olivia, aunque su mente seguía volviendo al Alfa desconocido y sus palabras. Trató de concentrarse en lo que Harper decía, pero le resultaba difícil sacarlo de su cabeza.
—¡Todo va a salir perfecto! He estado viendo los últimos detalles, y ya me aseguré de que la decoración esté lista. ¡Todos quedarán impresionados! —continuó Harper con entusiasmo—. Además, ya sabes cómo es Patrick, quiere que todo esté absolutamente impecable. ¿Tú qué crees? ¿Todo parece bien, no?
—Claro... todo estará perfecto —dijo Olivia, apenas registrando las palabras de su hermana mientras intentaba ocultar su distracción. Harper no notó nada extraño y continuó hablando, como siempre lo hacía cuando estaba entusiasmada.
—Estoy tan emocionada por ver a todos reunidos, ¿te imaginas? Va a ser el evento del año, seguro. Además, escuché que vendrán invitados muy importantes, no solo los Moor. ¡Es una oportunidad increíble! —Harper hablaba sin pausa, con los ojos brillando de emoción, pero Olivia apenas podía concentrarse.
Mientras caminaban por los pasillos, charlando de las preparaciones y los detalles de la fiesta, ambas parecían estar en sintonía, pero en realidad, ninguna de las dos estaba prestando verdadera atención. Olivia estaba atrapada en sus pensamientos sobre el Alfa, sus palabras, y lo que podría significar conocerlo mejor sin revelar quién era. Harper, por otro lado, seguía inmersa en la planificación de la fiesta, sin notar que su hermana no compartía su entusiasmo.
Al final, las dos siguieron conversando superficialmente sobre la fiesta, las decoraciones y los invitados, pero ninguna de ellas realmente escuchaba a la otra. Estaban juntas, pero al mismo tiempo, completamente desconectadas, cada una sumida en su propio mundo. Olivia se decepciono al percatarse que por primera vez había algo que no podía comprar con dinero y era el amor de aquel alfa.