Llevaba cinco días en Italia, caminando entre viñedos o en medio del jardín de la casa de campo de mis padres. Aquel era un agradable sitio, tranquilo y lleno de paz, lejos de la concurrida ciudad, lo que me había ayudado a reflexionar en todo lo que sucedía en mi ajetreada vida en París. Cuando supe lo ocurrido, quise alejarme de todo, no soportaba mi cuerpo, el simple hecho de saber que no servía para engendrar un bebé, me hacía odiarlo. Me parecía increíble que Nicolás haya sido capaz de ocultarme por tanto tiempo aquel horrible secreto, yo merecía saber que estuve embarazada, era justo que me enterara que había perdido un bebé. Observé como el tallo de una rosa blanca caía al suelo con suavidad, justo cuando había cerrado las tijeras de podar alrededor de la misma. Miré hacia atrás