A la mañana siguiente, Liara despertó antes que Cirdán. Como solía hacer cuando era la primera en despertar, le plantó un beso tierno en la punta de la nariz a Cirdán, quien yacía boca abajo con su rostro hacia Liara. Aunque ese pequeño beso no logró despertarlo, ella sonrió y se levantó con suma cautela para no desestabilizar la cama. La muchacha estiró su cuerpo y se dirigió sigilosamente hacia la mesita en busca de la jarra de agua que adornaba aquella hermosa habitación. Liara anhelaba abrir las amplias puertas de la terraza para recibir la frescura de la mañana y vislumbrar el ajetreo de las hadas volando aquí y allá, pero no lo hizo, temiendo perturbar el sueño de Cirdán, ya que raras veces lograba dormir profundamente. Así que, en su lugar, se asomó tímidamente tras correr la cor