Mientras las gotas caían de sus cabellos empapados y el agua acariciaba sus cuerpos con suavidad, los labios de Cirdán exploraban cada rincón del rostro de Liara, dejando un rastro cálido y excitante a su paso. Sus manos se entrelazaban en un abrazo firme, sin tener intención de soltarse. El rey no podía resistirse a los encantos de su humana; su belleza única y su sensualidad que emanaba sin que Liara se diera cuenta, estaban comenzando a enloquecerlo en secreto. Cirdán sentía que ella tenía algo que él no quería soltar. Durante todo el día, Liara ocupaba su mente y su cuerpo sentía como si hubiera esperado una eternidad para estar así con ella. Ahora que la tenía entre sus brazos, no quería dejarla ir nunca más. En ese momento, sus lenguas se unían en una danza exquisita, sus alientos