El sol se hundía lentamente en el horizonte, pintando el cielo con una paleta de cálidos y anaranjados tonos. El viento mecía suavemente los árboles cercanos, como si susurrase secretos al oído de Cirdán. Mientras salían de la ciudad fronteriza, el escenario ante ellos se transformaba en un camino abierto, un sereno valle salpicado de escasos árboles y solitarias torres amuralladas. Cada una de aquellas estructuras, altas y majestuosas, estaban protegidas con esos altos murales de piedra que los resguardaban de los forajidos, y cualquier otro tipo de amenaza. El cambiante ambiente del reino de las hadas se desplegaba frente a los ojos del rey de los elfos. Podía observar cómo las hadas volaban libremente en el cielo, deslizándose con gracia y ligereza como aves de hermosas alas. Aunque ya