Prólogo
Un tiempo después…
Mire mi imagen en el espejo fijamente. Mi barriga estaba cada vez más grande y esto ahora solo me recordaba una cosa, lo que estaba por suceder después de sus nacimientos. En vez de disfrutar esta etapa y estar feliz por sus llegadas, la emoción que me dominaba en este momento era la del pánico.
―En cuanto nazcan esos bastardos se desharán de ellos ―anuncio una voz potente y perversa que ya conocía, que me hizo vibrar de pies a cabeza.
Podía percibir unos pasos que se acercaban hasta la puerta de la alcoba donde me encontraba encerrada.
― ¿Pero qué haremos con ellos? ―pregunto otra voz que me erizaba los vellos de la piel.
―Lo que les venga en gana. Pueden echarlos en el río, regalarlos en algún puto burdel, tirarlos o matarlos, yo que mierda sé. La idea es que se deshagan de ellos. Para que nada más seamos ella y yo, sin ningún estorbo de por medio.
Retrocedí atemorizada, muerta de miedo y colisioné en el borde de la cama, me deje caer lentamente para sentarme mientras llevo mis manos a la boca para cubrirla y evitar que se me escape un sollozo.
― ¿Y te has puesto a pensar que si se entera te odiara? ―interroga el mismo hombre.
Un pequeño silencio invade el lugar, para después continuar con su plan macabro.
―Le estaré haciendo un favor. Y si eso pasa, tarde o temprano, se tendrá que hacer a la idea de que no fue hecha para ser la madre de esos engendros del demonio ―mascullo encrespado.
¡Por Dios! Querían arrebatarme a mis hijos, alejarlos de mí. No, eso no se los podía permitir, dejaría que me hicieran daño a mí, pero a ellos jamás. Tenía que hacer algo, ¿pero cómo qué? Me tenían encerrada en esta habitación en lo alto de esta mansión donde muy apenas había percibido la luz del día y de la noche. Y no había forma de salir de este oscuro infierno.
Escuchar a ese monstruo decir que les hará daño a mis hijos, eso me perturbaba demasiado, tanto que no podía llevar un embarazo normal. Bruno Mancini es el demonio más cruel que había conocido, no había nada ni nadie que nos protegiera de él, tal vez ni el mismo Diablo lograría hacerlo. Mi querido Dante.
¿Dónde estás mi amor? Constantemente me preguntaba todas las noches donde se encontraba Dante, ¿Por qué aún no venía a rescatarnos? ¿Será que se dio por vencido? No, él nunca haría eso. Él no conocía la derrota y mucho menos nos abandonaría.
No tenía ni idea de si algún día nos rescataría y nos sacaría de este infierno. Tengo miedo de que eso jamás pase y me quede por siempre aquí y sin saber el futuro de mis hijos.
Deslice lentamente mis manos por mi abultado vientre para acariciarlo y susurre ―Estarán bien, nadie les hará daño porque mamá siempre los protegerá ―con lágrimas en mis ojos les prometí a mis pequeños algo que ni yo misma estaba segura de conseguir. Pero lo que si podía asegurar, era que nunca dejaría de luchar por ellos, que los protegería hasta con mi propia vida si era necesario.