Y claro que volvió, sus visitas cada vez eran más seguidas, entendió donde Sebástien la estaba metiendo, en un sexo de confianza, ella la ponía toda en él sabiendo que siempre miraría por darle placer, un placer diferente, mucho más intenso. Se lo daba cuando quería y como quería, él sabía el mejor momento, Giselle se convirtió en su total sumisa, aquella casa se convirtió en un pequeño paraíso para ella, su amo la guiaba, la amaba, la castigaba, la mezcla de dolor y placer era más intenso a medida que pasaba el tiempo, era como aquel pajarillo que le dejan la jaula abierta y no quiere salir, dentro lo tiene todo, se siente protegido y feliz. Sexualmente estaba tan llena y satisfecha que ya no buscaba follar con otros, le parecía demasiado flojo, sin aliciente.
Giselle en un bar conoció a un hombre muy atractivo, lo primero que pensó es que ese macho tenía que probarlo, follárselo y disfrutar de él, entablaron conversación y a los veinte minutos estaban en el lavabo encerrados, el hombre le puso ganas y a ella no le pareció que fuera mal amante, al revés que en otro momento se podía haber corrido unas cuantas veces y volver a quedar con él para repetirlo. Pero ese día se dio cuenta que había dado un paso adelante sin retorno, el sexo para ella ya no sería lo mismo, necesitaba su paraíso y su amo, no se pudo correr y tuvo que ir a casa de Sebástien para que le quitara el calentón, él se enfadó, no por follar con otro, por no saber a aquellas alturas lo que le convenía, ya tenía que haber entendido que para satisfacerse necesitaba un hombre especial, alguien que la dominara, que le hiciera sentirse sumisa. Le impuso un duro castigo que Giselle aceptó y acabó teniendo uno de los orgasmos más intensos y largos de su vida. Definitivamente Giselle fue otra Giselle a partir de conocer a Sebástien.
Fue otra pero en su interior quedaba aquella chica inconformista y rebelde que siempre había sido, así que aprendió a buscarse placer de otra manera con los hombres que no tenían el carácter ni la habilidad para hacer que fuera su sumisa, los convertía a ellos en sumisos. Al principio alguno se fue asustado, pero pronto aprendió a conocer al que estaba más predispuesto y desechar a los que no le servirían por muy guapos que fueran. A veces desayunando sola en una cafetería se entretenía en mirar a los hombres de su alrededor intentando adivinar, este parece que sería un buen amo, este otro es sumiso seguro, a este mejor ni intentarlo porque saldrá huyendo. A base de prueba error fue conociendo a las personas y llegó un momento que pocas veces se equivocaba.
También supo aprovecharlo en el trabajo, ¿por qué no? pensó, el sexo es algo importante para la gente, se dio cuenta que uno de los socios de su bufete en París podía ser un buen candidato, y lo fue, aprovechó una comida de trabajo para hablar con él, se le insinuó y a media tarde entraban en su casa. Salvador era más mayor que ella, casado con varios hijos, lo fue calentando hasta tenerlo como una estufa, él intento besarla y ella le respondió con una buena ostia en toda la cara, antes que pudiera reaccionar le agarró el paquete, el pobre tío no sabía que pasaba, le acababan de pegar un ostión del quince y por otro lado le agarraban el paquete apretándole la polla dura como la tenía, se la pajeaba y le miraba a los ojos. Le hablaba con una voz muy sensual.
— ¿Quieres que siga?
Salvador no podía ni hablar bajando y subiendo la cabeza. Le desabrochó y bajó los pantalones y la ropa interior, le hacía una paja lenta mirándole a los ojos viendo su cara de placer, le puso la otra mano en los huevos y se los apretó sabiendo que le haría daño, el tío cambio el careto de placer por dolor y Giselle se metió su polla en la boca chupándosela volviendo a darle placer, le fue combinando una cosa con la otra adaptando lo que le hizo a ella la primera vez Sebástien, se lo folló cabalgándolo pellizcándole los pezones, Salvador tenía una erección como pocas veces se la había visto y se corrió como un animal. Giselle aprendió a correrse con el dolor de sus presas. Y supo como correrse cuando cazaba algún hombre que sabía que no encajaría ni como amo ni como sumiso, se lo follaba de manera enérgica, casi violentamente y cuando estaba a punto de correrse necesitaba ostiarlo para acabar, verles la cara de sorpresa y dolor por la fuerte bofetada hacía que pudiera correrse, evidentemente no lo volvía a ver más pero ya se había satisfecho en aquel momento.
Salvador sí que le sirvió, se dejó dominar por ella hasta el punto de separarse de su familia para ser su sumiso cuando a ella le daba la gana, su ascenso fue meteórico, tan rápido que fue la persona más joven en conseguir ser socia. Se fue de París volviendo a España después de años sin importarle lo más mínimo dejar a Salvador. De Sebástien no podía separarse, el vínculo era demasiado fuerte, se prometió que un par de veces al mes viajaría para encontrarse con él.
Giselle salió de París con todos los deberes hechos, sabía con quien tuvo que “competir” para ser la socia, tenía todo un informe de Alan, había consultado por la red interna de la empresa varios casos importantes que había ganado y sabía que era bueno, muy bueno, vio varias grabaciones de los juicios y la manera que se comportaba, como hablaba, la seguridad que desprendía con aquel cuerpo. Estaba segura que Alan era un macho dominante, que por educación y estar con su mujer seguramente lo tenía muy escondido, ella se cuidaría de buscárselo y sacárselo a flote, necesitaba a un hombre como él, que la dominara, la sometiera, que le diera el placer que solo con Sebástien fue capaz de sentir.