Cuando la niña nació, no pude soportar mirarla, negándome a alimentarla.
Su llanto resonaba en mis oídos como un eco incesante, recordándome constantemente mi propia impotencia y desesperación.
Para entonces, Gabriel ya se había casado con Lorena. Las pruebas de paternidad confirmaron que la pequeña era su hija, y él cumplió su promesa de proteger a ambas, a pesar de la desaprobación de sus amigos.
Lorena, otra víctima de Gabriel, conocía la situación en la casa, pero al igual que yo, le tenía miedo. Ambas éramos las mujeres de Gabriel, y él desahogaba su ira alternando entre una y otra, proporcionándonos un breve respiro cuando no éramos el blanco de sus abusos.
Con el paso de cinco años en esa dinámica, Strella comenzó a crecer. A pesar de todo, Gabriel mostraba un afecto genuino h
