Volvió Una Noche

1295 Words
La noche fría y cruel, quemaban la piel de aquel joven que, con ojos inyectados en negrura y frente empapada de sudor, se retorcía apoyado a la pared, cansado y terriblemente adolorido. Las venas palpitaban con fuerza y la piel aún más pálida, fuera de una blancura natural y hermosa de costumbre, era lo más parecido al color de las cenizas de un hombre muerto. ¿Pero si ya ha estado muerto por siglos? Alguien dijo “No está muerto lo que aún yace, de manera incomprensible, con vida.” Ahora, quien sufre y se quema lentamente, vive y al mismo tiempo toca las manos de la muerte. Tan difícil el comprender la existencia de lo que está muerto, que la humanidad ha llorado de locura al intentar comprender la inmortalidad y la muerte de aquellos cuerpos que se mueven entre ellos. —¡Basta! —golpea su cabeza violentamente contra la baldosa de la sala de estar, lleno de desesperación. —Qué tipo de mierda eres en verdad. —sonríe complaciente mientras lo observa. —Harriet 0.0 ¿por qué simplemente no te tiras del balcón? Anda, ve, está hecho exclusivamente para ti. —dice de manera provocadora cerca de su rostro pálido y grisáceo. —Vete… desaparece… desaparece… —dice de manera forzosa, sintiendo sus pulmones débiles, cerrarse. —Muere, desaparece, vete… bla, bla, bla. Puto cobarde. —dice de manera burlona y suspira impaciente. —¿Desde cuándo tienes tantos deseos de vivir? —Él… está… —toca su garganta sintiendo como el aire deja de pasar. —¡Ay, no!, ¿en serio?, ¿por qué ese bastardo?, ¿recuerdas cómo lo mataron frente a nuestros ojos? —pregunta sonriendo, mirándolo a los ojos. Este por inercia intenta alcanzarlo con sus manos, con el fin de pedir ayuda. —El bebé ahora quieren que lo salven. Qué descarado eres, ahora si me dieron ganas de irme. —suspira. Se acerca rápidamente y aprieta su cuello, causando que este, abra sus ojos sorprendidos mientras intenta defenderse. —Muere. —gruñe. —Muere… muere… muere, Harriet, muere, muere, porque merecemos morir, muere, Harriet ¡muere!, ¡muere!, ¡muere! —¡Harriet! —grita su hermana, Avellana, mientras da una fuerte bofetada en su rostro, causando que este se voltee y pegue su frente a la pared por la conmoción. —Harriet. —llama desesperadamente al verlo inmóvil. —Harriet, despierta, ¡Harriet! ¿Han escuchado a las hienas comunicarse entre ellas? ¿Entre aquella forma de comunicación, graciosa e interesante, de ver en aquellos animales apestosos y regordetes? Eso que llamamos carcajadas y son adorables de ver, en un hombre enloquecido por el dolor, la tristeza y la ira, era todo lo contrario a algo gracioso, adorable e interesante de ver. La risa vibraba en aquella sala mientras Avellana, sorprendida, observa aquello que creyó nunca vería. “No, no te rías, no”, piensa alarmada entre sudores, acercándose rápidamente. —Hermano, no lo hagas. —súplica mientras lo voltea y observa aquel rostro pálido, sudoroso, junto a sus ojos llenos de dolor, perdidos entre la risa imparable y terrible. —Harriet, por Dios, Harriet, mírame, hermano, mírame. —sacude su rostro con la esperanza de que este reaccione. —¡Harriet! —grita entre lágrimas. —Déjalo. —dice una voz varonil desde el balcón. —Tío Harvey, debes ayudarlo. —pide con voz temblorosa. —No podemos, debe hacerlo solo, déjalo, ahora. —observa al joven reír sin detenerse entre lágrimas de dolor. Avellana, sin entender aquellas palabras, lo observa. —Si no hacemos algo va a morir, ¡tú dijiste...! —¡Yo dije que podríamos morir, nunca dije que hubiera una forma de intervenir!, ahora déjalo, debe hacerlo solo, si no logra, entonces nunca fue uno de nosotros, Avellana. —dice para luego subir las escaleras al tercer piso, se detiene y mira su rostro nuevamente. —No morirá, eso puedo asegurarlo, nunca morimos en el primer ataque y si tiene suerte, este podría ser el último. —¿A qué te refieres con el último? —pregunta mientras deja a su hermano suavemente en el piso y se aleja aturdida. —Apareció un chico, es un niño… Aun no entiendo por qué es tan joven. Nunca había pasado algo así. —dice y suspira cansado. —¿Qué?, ¿te refieres a..? —pensante observa a su hermano y abre sus ojos, sorprendida. —Sí, él. No lo menciones o se levantará y te matará. —observa atentamente a su sobrino. —Quizás dentro de una hora se desmaye, cuando lo haga, acuéstalo en la cama y ponle paños de agua fría. Estará inconsciente por un par de días, así que no te alarme si ves que nos despierta hoy o mañana. —Está… está bien. —frota sus sienes y respira con más calma. —¿Entonces solo lo dejaremos ahí tirado? —Sí, exactamente. —alza su mano y la mueve pensante. —Acércate a la farmacia y compra dos cajas de Paracetamol y tres cajas de Biodramina. Tráelos y los subes a mi recámara. —¿Medicamentos?, ¿pero de qué le servirán? —pregunta extrañada. —Para limpiar su estómago. —suspira y sube con calma las escaleras. —Es lo único que servirá para que vomite lo que se estará acumulando en su cuerpo en estos días. —hace un ademán y Avellana responde con una pequeña reverencia aun confundida por la situación. —Hermano. —susurra con suavidad mientras lo observa sufrir. —Más te vale despertar, bastardo, no puedes morir sin verlo, ¿entendiste? —sus labios tiemblan en signo de un posible llanto. Sintiéndose algo estúpida al darse cuenta del estado de inconsciencia de su hermano, se retira y sale de la casa, dando un portazo y dejando a su hermano agonizar en soledad. El mundo se preguntará ¿quiénes son Los Hienas Blancas? Es difícil de explicar, incluso para ellos mismos. Su existencia data del año 300 antes de Cristo. En un inicio eran un clan lo suficientemente grande para conformar a un pueblo entero de vampiros originales, pero al pasar los siglos estos iban desapareciendo, ¿por qué?, ustedes quizás supongan que fue culpa de la caza, de la pelea entre distintos clanes, pero no, la razón: Soberbia. Algunos Hienas Blanca empezaron a matar a diestra y siniestra a cualquier ser vivo diferente a ellos, lo que causó una epidemia entre la comunidad de vampiros y conmocionó a la población en general con la cantidad de asesinatos desaparecidos, que ahora ha sido pasados a la historia como “Los días de caza del lobo gris.” Por supuesto, no fueron lobos, fueron vampiros, más específicamente Los Hienas Blancas. A causa de todos estos desastres, Agares, ahora Tío Harvey, primer vampiro original y m*****o único de Los Hienas Blancas al inicio, decidió devolver almas humanas a sus cuerpos, logrando de esta manera matarlos en pocos segundos. Aquel ritual solo podían realizarlo los tres miembros elegidos por la luna, Agares, Bakar y Samael. Samael, el último m*****o, desapareció el día del exterminio y no se le volvió a ver y Bakar fue asesinado por tres vampiros del clan en una noche, pues Agares supo que un soplón informó al resto del clan lo que pasaría en los próximos días. Finalmente, fueron exterminados un total de 500 miembros, dejando con vida a Avellana, Harriet y Agares, pues respecto a Samael no hay nada seguro aún. Después de aquello pasaron los siglos y solo se conoce de tres originales, los cuales por acuerdo mutuo decidieron no involucrar a más individuos al clan, convirtiéndose entonces en el clan más importante y en el cual es imposible entrar hasta el sol del día.
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