Partes 2: Tell Don’t Care About Os

1370 Words
—Hace rato hijo, venga y le muestro. —toma su brazo y lo lleva a la estantería más grande del local. —Ve, tengo libros de Stephen King originales, relatos de Lovecraft que me llegaron ayer, orgullo y prejuicio de Jane Austen que me estabas pidiendo y también el cuento Barba azul, por si lo quieres mi niño. —A mí ni me da los buenos días y a él sí lo mimas, qué falta de respeto y consideración por tu hijo. —dice ofendido, asomado en la puerta mientras observa fulminante. De repente aparece un adulto mayor y empieza a cantar el pedacito de un clásico que hizo sonreír a todos. —¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón! Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón. Mezcla'o con Toscanini, va Escarfaso y Napoleón, Don Bosco y La Mignón, Carnera y San Martín. Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezcla'o la vida y herida por un sable sin remaches ves llorar la Biblia junto a un calefón… Siglo veinte, cambalache problemático y febril. El que no llora no mama y el que no afana es un gil… Dale nomás, dale que va… Que allá en el horno se vamo' a encontrar… No pienses más, sentate a un la'o… Que a nadie importa si naciste honra'o… Sí, es lo mismo el que labura… Noche y día como un buey… Que el que vive de las minas… Que el que mata, que el que cura… O está fuera de la ley. —El hombre hace una cara melancólica al final y luego hace reverencia a su público que le aplaude gustoso. —Uy, Don Alberto, usted canta, pero vea. —Marta, la madre de Julián, besa sus dedos. —Magnífico. —Gracias, gracias. —¿Viene por los libros de Gabriel García? Ya me llegaron apenas ayer y me hicieron un montón de encargos enseguida, pero yo le guardé los que me pidió desde la semana pasada. —Gracias, Martica. Pero pasé para hablar con el joven aquí presente, cuando termine con él hablo con usted sobre eso. Venga usted, que tenemos que hablar. —Lo llama con un gesto en sus manos para sentarse en las bancas del pequeño jardín del interior de la biblioteca. —Don Alberto, dígame. —dice mientras se sienta en la banca junto al señor que con una mirada llena de preocupación e indecisión suspira. —¿Qué le preocupa? —pregunta, inquieto. —Muchacho, ayer vi a un muchacho. —mira al cielo y se persigna. —Qué Dios me perdone si estoy echando mentiras, culpen a la locura, pero vi a un muchacho igual al que me mostraste en la foto ayer. —pone ambas manos en su cabeza y niega. —Ay, hombre, yo creo que vi mal. —¿Qué?, ¿dónde lo vio? Alberto, dígame. —pide casi suplicante y algo alterado, a lo que el señor toma sus hombros y lo agita ligeramente. —Cálmate, te me calmas o se te van a poner los ojos como la otra vez. —susurra esto último mirando a su alrededor con cuidado. —Ese muchacho estaba caminando por el centro al parecer y luego fue que lo vi entrando a la casa amarilla de Alejandra de Gálvez, ahí se metió. Ay, muchacho, hace rato que lo estaba viendo entrar allá, pero yo pensé que era cosa mía, usted sabe que estoy viejo y confundo cosas. —siente cómo el muchacho se levanta con la mirada perdida y lo toma del brazo para volverlo a sentar. —No se va a ir para allá, así como está, tranquilícese primero. —Alberto, ¿por qué no me llamaste y me lo dijiste antes?... Creí que estaba volviéndome loco cuando pude percibir el aroma a cerezas dulces desde la semana pasada, yo… creí… creí, Dios. —coloca sus manos sobre su cabeza y se encoge en su asiento sin saber cómo hallarse a sí mismo. —No le dije nada, hermano, exactamente porque pensé que era idea mía, pero ya veo que no. —Lo mira a los ojos y le advierte con calma. —No se le ocurra irse ahora y asustar a ese muchacho, usted sabe que no es lo mismo y no sabe quién carajos es usted, así que váyase ahora para la casa, tranquilo y descansa. Mire mañana a ver si va, solo si tiene cuidado. —hace un ademán con su mano y niega con la cabeza. —Usted puede ser más viejo que yo. —susurra. —Pero usted mire como se pone por una persona que sé que no ha visto en mucho tiempo, pero parece que se le olvida que el otro no lo conoce. ¿Usted quiere matar a ese niño del susto? —¿Niño? —pregunta con el ceño fruncido. —Bah, este muchacho no me escuchó, usted verá. Sí, hombre, es un niño, como de 17 años más o menos, ¿Por qué? —Nada, nada… solo es extraño. —dice pensativo y extrañado. —Ah, verdad. —asiente recordado lo que le contó Harriet cuando era joven. —Es muy joven la “ya sabe” ¿verdad? —Sí. —asiente sonriendo algo agraciado por la referencia. —Demasiado joven, tengo que hablar con Avellana y mi tío Harvey, gracias por contármelo. —con ojos llenos de ilusión agradece al anciano sentado a su lado. —Bah, mejor cómpreme chocolates y me los guarda para ir comiendo en su casa, que mi señora esposa y mis hijos no me dejan comer chocolates y los ves trayendo dulces de Francia y no sé dónde y no le dan uno. —dice fastidiado mientras se levanta y sacude su suéter. Harriet ríe y niega con la cabeza. —Tranquilo que yo se los guardo. Nos vemos Don Alberto. —dice burlón entre risas. —Nah, vaya coma mierda, antes yo era más alto que usted. —susurra lo último y se va caminando rápido para buscar a la señora Marta y sus libros. —Adiós, Alberto. —susurra para sí mismo mientras observa aquellas líneas negras formarse en las palmas de sus manos. —No, joder, debo irme. —toma los guantes y se los colocas para luego salir deprisa de la biblioteca. Caminaba a toda prisa entre la gente, empujando a uno que a otro y pidiendo disculpas sin parar. Sentía su cuerpo hervir, por lo que un médico vería como una fuerte fiebre, pero no, no era eso, era algo a lo que temía, apareciera cuando sus sentimientos suprimidos en su inconsciente salieran al encontrar a aquella persona que tanto anhelaba ver hace siglos. Aquel animal dentro de él desatará lo que por años había guardado. La tristeza, la ira y el dolor puro la sentiría aquella noche, esa noche quejumbrosa y más fría de lo normal. “Me extrañaste.” Aquella voz del ser sanguinolento que separaba de su humanidad apareció y susurro en sus oídos, aquel fantasma construido por la fiebre inhumana que padecía en aquel momento mientras intentaba con todas sus fuerzas abrir la puerta de su casa. Eran las 2 de la tarde y los sonidos que atravesaban sus oídos eran infernales y sufribles. —Maldito reloj. —masculló entre dientes mientras intentaba levantarse del piso bañado en sudores fríos. —Maldita sea. —jadea terriblemente agotado y mareado. —Hola, te habla Harriet 2.0, bastardo, ¿no piensas pararte maricón? —Harriet abre sus ojos débilmente y observa frente a él sentado en el sofá de su casa a una versión de él más sonriente y con un claro aura oscura pero atractiva para cualquier ser ingenuo. —Oye, te ves de la mierda. —sonríe y suspira. —Pero mírame a mí, como siempre más fuerte que tú. ¿De verdad te vas a morir porque ese tipo con carita de niña apareció?, das pena, deberías morirte, ¿no quieres morirte?, puedo ayudarte. —sonríe con malicia y ojos ennegrecidos y sin brillo. —Solo… solo eres una alucinación. Avellana llegará pronto… pronto. —balbucea una y otra vez con los ojos cerrados y cansados.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD