—Andando entonces —Baetan desenvainó su espada—. Déjame mostrarte cómo se lucha sin tu espada mágica.
—Deja a Defensor —la abuela Rowan le arrojó su espada—. Usa la mía.
Baetan le sonrió a Melcorka a través de la hoja de su espada. Melcorka apretó la empuñadura de su espada prestada y le devolvió la sonrisa. Ambos vestían sus leine, la camisa de lino de la región, y unos pantalones que les llegaban a las rodillas, con los pies descalzos para plantarse firmes en el suelo húmedo.
Melcorka se agachó, realizó una finta a la izquierda y se dobló del dolor al recibir el bloqueo de Baetan. Tensó los músculos y realizó una estocada, Baetan la esquivó haciéndose a un lado.
Sus audiencias, tanto los Cenel Bearnas como los Gregorach se quejaron del espectáculo.
—Vamos, Melcorka —gritó la abuela
