DOCE Escucharon el canto leve y suave a través del siseo del viento—. No reconozco a esa ave —dijo Melcorka—. Suena como el canto de los Gregorach, sólo que más ligero. —Yo tampoco lo reconozco —Bradan golpeteó el suelo con su bastón—. Nunca he estado en este lugar. Entraron en un llano, el pasto bajo sus pies era suave y verduzco, el sol se escondía detrás de unas nubes malvas y proyectaba sus sombras por todo el valle, cerca de ellos había un rebaño de ciervos que pastaban sin miedo de su presencia. —Son tan dóciles que parecen mascotas —dijo Melcorka felizmente mientras una cierva trotó hacia su pareja. —Demasiado dóciles —dijo Bradan—. Nunca había visto algo así, aunque sí he escuchado rumores —agachó la cabeza—. Por aquí Melcorka. Este lugar no me gusta. Se escuchó otro canto le
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