CAPÍTULO DOS-2

2566 Words
Una vez en el pasillo, la abrió y empezó a estudiar el mapa, en busca del aula de inglés y de su primera clase. Estaba en el tercer piso, así que Oliver fue en dirección a las escaleras. Allí, los chicos que se daban empujones parecían hacerlo más. Oliver se dejó llevar dentro de un mar de cuerpos, empujado hacia las escaleras por la m******d más que por su propia voluntad. Tuvo que abrirse camino a la fuerza dentro de aquel enjambre para salir al tercer piso. Salió al pasillo del tercer piso respirando con dificultad. ¡Esa no era una experiencia que quisiera repetir varias veces al día! Usando el mapa para que lo guiara, Oliver pronto encontró el aula de Inglés. Miró a través dela ventanilla cuadrada de la puerta. Ya estaba llena de alumnos. Sintió que el estómago le daba vueltas por la angustia al pensar en conocer a gente nueva, en que lo vieran, lo juzgaran y lo analizaran. Empujó el mango de la puerta y entró. Evidentemente, tenía razón para asustarse. Lo había hecho las veces suficientes como para saber que todo el mundo miraría con curiosidad al niño nuevo. Oliver había tenido esa sensación más veces de las que quería recordar. Intentaba no mirar a nadie a los ojos. —¿Quién eres tú? —dijo una voz ronca. Oliver se giró y vio al profesor, un hombre mayor con el pelo asombrosamente blanco, que alzó la mirada de la mesa hacia él. —Me llamo Oliver. Oliver Blue. Soy nuevo aquí. El profesor frunció el ceño. Tenía los ojos negros, pequeños y brillantes. Se quedó mirando a Oliver durante un largo e incómodo rato. Evidentemente, eso no hizo más que acrecentar el estrés de Oliver, pues ahora incluso más compañeros se estaban fijando en él y muchos más entraban a raudales por la puerta. Un público más y más grande lo observaba con curiosidad, como si fuera una especie de espectáculo de circo. —No sabía que tendría uno más —dijo por fin el profesor, con un aire de desprecio —Hubiera estado bien que me informaran—. Suspiró con poca energía, recordándole a Oliver a su padre—. Bueno, supongo que tendrás que sentarte. Oliver fue a toda prisa hasta un asiento libre, sintiendo cómo todos lo seguían con la mirada. Él intentaba hacerse lo más pequeño posible, lo más invisible posible. Pero evidentemente destacaba como un pulgar irritado, por mucho que intentara esconderse. Al fin y al cabo, era el chico nuevo. Ahora todos los asientos estaban llenos y el profesor empezó la clase. —Seguiremos por donde lo dejamos en la última clase —dijo—. Las reglas gramaticales. ¿Alguien puede explicarle a Óscar de qué estábamos hablando? Todo el mundo empezó a reírse por el error. Oliver sintió que se le tensaba la garganta. —Err, siento interrumpir, pero me llamo Oliver. No Óscar. Al instante, la expresión del profesor se volvió enojada. Oliver supo de inmediato que no era el tipo de hombre que agradecía que le corrigieran. —Cuando llevas sesenta y seis años viviendo con un nombre como Sr. Portendorfer —dijo el profesor fulminándolo con la mirada—, superas que la gente pronuncie mal tu nombre. Profendoffer. Portenworten. Lo he oído todo. ¡Así que te sugiero, Óscar, que seas menos preciso con tu nombre! Oliver subió las cejas, aturdido y en silencio. Incluso el resto de sus compañeros parecía sorprendido por el arrebato, pues ni tan solo tenían una risita nerviosa. La reacción del Sr. Portendorfer estaba por encima de lo que cualquiera esperaba y que fuera dirigida a un chico nuevo lo hacía incluso peor. De la recepcionista cascarrabias al inestable profesor de inglés, ¡Oliver se preguntaba si había ni que fuera una única persona amable en toda la nueva escuela! El Sr. Portendorfer empezó a hablar de forma monótona sobre pronombres. Oliver se agachó todavía más en su asiento, sintiéndose tenso e infeliz. Afortunadamente, el Sr. Portendorfer no se metió más con él, pero cuando sonó el timbre una hora más tarde, su reprimenda todavía sonaba en los oídos de Oliver. Oliver caminaba fatigosamente por las aulas en busca de su clase de matemáticas. Cuando la encontró, se aseguró de ir directamente a la última fila. Si el Sr. Portendorfer no sabía que tenía un nuevo alumno, tal vez el profesor de matemáticas tampoco lo supiera. Tal vez podría ser invisible durante la siguiente hora. Para alivio de Oliver, funcionó. Estuvo sentado, en silencio y anónimo, durante toda la clase, como un fantasma obsesionado con el álgebra. Pero Oliver pensaba que eso tampoco parecía la mejor solución a sus problemas. Pasar desapercibido era igual de malo que ser humillado en público. Le hacía sentir insignificante. El timbre sonó de nuevo. Era la hora de comer, así que Oliver siguió su mapa hasta el comedor. Si el patio había sido intimidante, no era nada comparado con el comedor. Aquí, los chicos eran como animales salvajes. Sus voces estridentes hacían eco en las paredes, haciendo el ruido aún más insoportable. Oliver agachó la cabeza y fue a toda prisa hacia la cola. Bam. De repente, chocó contra un cuerpo grande y ominoso. Lentamente, Oliver alzó la mirada. Para su sorpresa, estaba mirando a la cara de Chris. A cada lado de él, en una especie de formación de flecha, había tres chicos y una chica con la misma cara enfurruñada. Amigotes fue la palabra que le vino a la mente a Oliver. —¿Ya has hecho amigos? —dijo Oliver, intentando no parecer sorprendido. Chris entrecerró los ojos. —No todos somos friquis antisociales y perdedores —dijo. Oliver se dio cuenta de que esa no iba a ser una interacción agradable con su hermano. Pero, por otra parte, nunca lo eran. Chris miró a sus nuevos amigotes. —Este es el mocoso de mi hermano, Oliver —anunció. Después soltó una carcajada—. Duerme en un hueco. Sus nuevos amigos abusones también empezaron a reír. —Aquí lo tenéis para hacerle dar vueltas, tirarle de los calzoncillos hacia arriba, llaves de cabeza y mi favorito —continuó Chris. Agarró a Oliver y le apretó sus nudillos contra la cabeza—. Los coscorrones. Oliver se retorcía y revolcaba mientras Chris lo tenía agarrado. Atrapado en la horrible y dolorosa llave de cabeza, Oliver recordó sus poderes del día anterior, el momento en el que había roto la pata de la mesa y había mandado las patatas sobre el regazo de Chris. Si supiera cómo había reunido esos poderes, podría hacerlo ahora y liberarse. Pero no tenía ni idea de cómo lo había hecho. Lo único que había hecho era visualizar en su imaginación que la mesa se rompía, que el soldadito de plomo volaba por los aires. ¿Era eso lo único que hacía falta? ¿Su imaginación? Ahora lo intentaba, se imaginaba a sí mismo peleando hasta librarse de Chris. Pero no sirvió de nada. Con todos los nuevos amigos de Chris mirando y riendo con regocijo, estaba demasiado sintonizado con la realidad de su humillación como para cambiar su mente a la imaginación. Finalmente, Chris lo soltó. Oliver se tambaleó hacia atrás, frotándose su dolorida cabeza. Se aplanó el pelo con la mano, que se había quedado encrespado por la electricidad estática. Pero más que la humillación por el acoso de Chris, Oliver sentía el escozor de la decepción por fracasar en reunir sus poderes. Quizás todo lo de la mesa de la cocina fue solo una coincidencia. Quizá no tenía ningún poder especial después de todo. La chica que se apoyaba sobre el hombro de Chris habló en voz alta. —Estoy impaciente por conocerte mejor, Oliver —Lo dijo en una voz amenazante que Oliver entendió que quería decir justo lo contrario. Había estado preocupado por los abusones. Evidentemente, debería haber previsto que el peor abusón de todos sería su hermano. Oliver se abrió camino entre Chris y sus nuevos amigos a empujones y se dirigió a la cola de la comida. Con un suspiro triste, cogió un sándwich de queso de la nevera y se fue, hecho polvo, hacia el baño. El cubículo del lavabo era el único lugar en el que se sentía a salvo. *** La siguiente clase de Oliver después de la comida era ciencias. Deambuló por los pasillos en busca del aula correcta, con el estómago revuelto por la certeza de que sería tan mala como sus dos primeras clases. Cuando encontró el aula llamó a la puerta. La profesora era más joven de lo que él esperaba. Los profesores de ciencias, según su experiencia, acostumbraban a ser mayores y algo raro, pero la Sra. Belfry parecía completamente cuerda. Tenía el pelo largo, liso y castaño claro, que era casi del mismo color que su vestido de algodón y su chaqueta de punto. Se giró cuando lo oyó llamar y sonrió, mostrando unos hoyuelos en las mejillas y le hizo señas para que entrara. —Hola —dijo la Sra. Belfry sonriendo—. ¿Tú eres Oliver? Oliver asintió. Aunque era el primero en estar allí, de repente se sintió muy tímido. Por lo menos, parecía que esta profesora lo esperaba. Eso era un alivio. —Encantada de conocerte —dijo la Sra. Belfry, alargando la mano para dársela. Todo era muy formal, pero para nada lo que esperaba Oliver teniendo en cuenta lo que había experimentado en el Campbell Junior High hasta el momento. Pero le dio la mano. Tenía una piel muy cálida y su conducta amable y respetuosa le ayudó a sentirse a gusto. —¿Tuviste ocasión de leer un poco? —preguntó la Sra. Belfry. Oliver abrió los ojos como paltos y sintió un pequeño ataque de pánico en el pecho. —No sabía que había que leer algo. —No pasa nada —dijo la Sra. Belfry para tranquilizarlo, sonriendo con su amable sonrisa—. No hay de qué preocuparse. Este trimestre estamos aprendiendo acerca de científicos y algunos personajes históricos importantes —Señaló hacia un retrato en blanco y n***o que había en la pared—. Este es Charles Babbage, inventó la… —… calculadora —terminó Oliver. La Sra. Belfry sonrió y aplaudió. —¿Ya lo sabías? Oliver asintió. —Sí. Y a menudo se le atribuye ser el padre del ordenador, pues fueron sus diseños los que llevaron a su invención —Miró hacia la siguiente retrato que había en la pared—. Y ese es James Watt —dijo—. El inventor de la máquina de vapor. La Sra. Belfry asintió. Parecía entusiasmada. —Oliver, ya puedo decirte que vamos a llevarnos estupendamente. Justo entonces, se abrió la puerta y entraron los compañeros de Oliver a raudales. Tragó saliva, su ansiedad había vuelto en una enorme avalancha. —¿Por qué no te sientas? —sugirió la Sra. Belfry. Él asintió y se apresuró a ir al asiento más cercano a la ventana. Si se complicaba todo mucho, como mínimo podría mirar hacia fuera e imaginarse en algún otro lugar. Desde allí, tenía una gran vista del barrio, de todos los trozos de basura y las hojas crujientes del otoño que se llevaba el viento. Las nubes allá arriba parecían incluso más oscuras que por la mañana. Esto no ayudaba a la sensación de premonición de Oliver. El resto de los niños de la clase hacían mucho ruido y estaban muy alborotados. A la Sra. Belfry le llevó un buen rato tranquilizarlos para poder empezar la clase. —Hoy seguiremos donde lo dejamos la semana pasada —dijo, teniendo que subir la voz para que la oyeran por encima del escándalo, se dio cuenta Oliver—. Con algunos increíbles inventores de la Segunda Guerra Mundial. Me pregunto si alguien sabe quién es. Sujetó en alto una foto en blanco y n***o de una mujer sobre la que Oliver había leído en su libro de inventores. Katharine Blodgett, que inventó la máscara antigás, la cortina de humo y el vidrio no reflejante que se usó en los periscopios submarinos en tiempos de guerra. Después de Armando Illstrom, Katharine Blodgett era una de las inventoras favoritas de Oliver, pues pensaba que todos los avances tecnológicos que había hecho en la Segunda Guerra Mundial eran fascinantes. Justo entonces, se dio cuenta de que la Sra. Belfry lo estaba mirando expectante. Seguramente por la cara que ponía él podía decir que él sabía exactamente quién era la de la foto. Pero después de las experiencias de hoy, le daba miedo decir cualquier cosa en voz alta. Con el tiempo, su clase descubriría que era un empollón; Oliver no quería acelerar el proceso. Pero la Sra. Belfry le hizo una señal con la cabeza, entusiasta y alentadora. Contra su propia convicción, abrió la boca. —Es Katharine Blodgett —dijo, por fin. La sonrisa de la Sra. Belfry estalló en su rostro, mostrando sus encantadores hoyuelos. —Correcto, Oliver. ¿Puedes decir a la clase quién es? ¿Qué inventó? Oliver oyó unas risitas por lo bajo detrás de él. Los niños ya se estaban dando cuenta de su condición de empollón. —Fue una inventora durante la Segunda Guerra Mundial —dijo—. Creó montones de inventos importantes y útiles en tiempos de guerra, como los periscopios submarinos. Y las máscaras antigás, que salvaron la vida de muchas personas. La Sra. Belfry parecía entusiasmada con Oliver. —¡FRIQUI! —gritó alguien desde atrás. —No, Paul, gracias —dijo la Sra. Belfry seriamente al chico que había gritado. Se dirigió hacia la pizarra y empezó a escribir acerca de Katharine Blodgett. Oliver sonrió para sí mismo. Después del bibliotecario que le había regalado el libro de los inventores, la Sra. Belfry era la adulta más amable que jamás había conocido. Su entusiasmo era como un escudo a prueba de balas que Oliver podía ponerse sobre los hombros para parar las crueles palabras del resto de su clase. Se relajó en la clase, más a gusto de lo que había estado en días. *** Más pronto de lo que esperaba, sonó el timbre anunciando el final del día. Todos salieron a toda prisa, corriendo y gritando. Oliver recogió sus cosas y fue hacia la salida. —Oliver, estoy muy impresionada con tus conocimientos —dijo la Sra. Belfry cuando se encontró con él en el pasillo—. ¿Dónde aprendiste acerca de todas estas personas? —Tengo un libro —explicó él—… Me gustan los inventores. Yo quiero serlo. —¿Haces tus propios inventos? —preguntó, al parecer entusiasmada. Él dijo que sí con la cabeza pero no dijo nada sobre su capa de invisibilidad. ¿Y si ella pensaba que era absurdo? No podría soportar ver algo parecido a la burla en su cara. —Creo que eso es fantástico, Oliver —dijo, asintiendo—. Es importante tener sueños que seguir. ¿Quién es tu inventor favorito? Oliver recordó la cara de Armando Illstrom en la foto descolorida de su libro. —Armando Illstrom —dijo—. No es muy famoso, pero inventó un montón de cosas chulas. Incluso intentó hacer una máquina del tiempo. —¿Una máquina del tiempo? —dijo la Sra. Belfry, levantando las cejas—. Eso es fascinante. Oliver asintió, se sentía más capaz de sincerarse gracias a su apoyo. —Su fábrica está cerca de aquí. Pensaba en ir a visitarla. —Debes hacerlo —dijo la Sra. Belfry, con su cálida sonrisa—. Mira, cuando yo tenía tu edad, me encantaba la física. Todos los otros niños se burlaban de mí, no entendían por qué quería hacer circuitos en lugar de jugar con las muñecas. Pero un día, mi físico favorito absoluto vino a la ciudad a grabar un capítulo de su programa de televisión. Fui hasta allí y después hablé con él. Me dijo que nunca abandonara mi pasión. Incluso aunque las otras personas me dijeran que era rara por interesarme por ello, si yo tenía un sueño, debía seguirlo. Si no hubiera sido por esa conversación, yo no estaría aquí hoy. Nunca subestimes lo importante que es recibir ánimo de alguien que lo da, especialmente cuando parece que nadie más lo hace. Las palabras de la Sra. Belfry impactaron fuertemente a Oliver. Por primera vez ese día, se sentía optimista. Ahora estaba completamente decidido a encontrar la fábrica y ver a su héroe cara a cara. —Gracias, Sra. Belfry —dijo, sonriéndole—. ¡Nos vemos en la siguiente clase! Mientras se alejaba corriendo y dando saltitos, oyó que la Sra. Belfry gritaba: —¡Sigue siempre tus sueños!
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