MARTÍN.
No me podía creer que de verdad este frente a mi, justo ahora su olor invade mi alma y me llena de felicidad, sus ojos reflejan una confusión total, pero no me importaba, se que esto que estoy haciendo no es sano para ninguno de los dos, sobre todo porque nuestro pasado sigue sin ser aclarado y mi pasado sigue persiguiéndome, aunque en realidad es Xiomara.
Finalmente me decido a tomarla por las caderas con fuerza y la alzó para poder sentarla en el lavabo y me olvido de todo, mis besos ruedan por su rostro, mis labios se mueven hasta su cuello, mientras mis dedos aprietan sus caderas y sutilmente mis manos empiezan a subir el vestido azul y vaporoso que lleva puesto, sus manos ya no están en puños a lado y lado de su cuerpo, ahora están sobre mi cuello y siento como una de ella se desliza por mi cabellera para apretar.
Nos detenemos por un segundo a respirar.
—Me odio tanto por esto Martín. —Sus ojos se cristalizan.
—Tienes que escucharme. Algún día tendrás que escucharme. —La miro con devoción.
Se que todo lo que haga hoy me traerá consecuencias, pero no voy a parar, así que atacó de nuevo, pero está vez mis manos, ya no son tan piadosas, casi arrancó su vestido, que está todo enrollado sobre sus caderas, con delicadeza sacó sus senos del hermoso escote lleno de pedrería y meto uno a mi boca, recordando su dulce sabor, mientras mis dedos se deslizan entre sus piernas, para llegar a su intimidad y darme cuenta que una vez más, no lleva ropa interior.
Mi cabeza se vuelve un remolino, porque me arden los labios al darme cuenta que sigue conservando esa loca costumbre, pero también me ataca la incertidumbre de que el hombre que la espera afuera, puede saber tan bien como yo, que Ana no tiene ropa interior.
—¿Cómo te explico que no puedes ir por la vida sin ropa interior Ana?. —Ella guarda silencio.
Mi cabeza, baja directo hasta su entrepierna y la meto de lleno, porque necesito tomarla, tengo sed de ella. De su cuerpo, de su ser y de lo que ella hace en mi.
Soy tan delicado como la necesidad me deja, sus gemidos tallan en mi pantalón y siento que no puedo más, me levanto y la beso, quiero que sienta que adoro su sabor, que amo tener parte de ella en mi, termino el beso mordiendo su labio y por primera vez, la miro fijamente, sus ojos están brillantes y oscuros, pero deja de mirarme enseguida, cierro los míos y sin pensar bajo mis pantalones y entró en ella.
Me abraza la espalda y me pega a su pecho, mis movimientos son salvajes, duros y no me detengo, la escuchó gemir, la escucho decir mi nombre y yo solo quiero quedarme así fundido en ella para siempre.
Me libero un poco de su agarre, porque quiero besarla, quiero llegar a sus labios y saborearlos de nuevo.
Siento que no puedo más.
—Ana, no voy a poder aguantar más. —Intento hablar.
—Ni yo Martín. —Dice en un suspiro, mientras entierra sus uñas en mi espalda.
Es ella quien me aferra más a su cuerpo, por medio de sus piernas, que me empujan más contra ella y yo estallo dentro, siento como se tensiona sobre mi, un gemido ahogado en mi cuello y sentir como sus piernas tiemblan, me anuncian que seguimos en sincronía como en los viejos tiempos.
Pero ninguno se mueve de su lugar, porque sabemos que al soltarnos, la magia se habrá ido. Se que también somos conscientes de que no podremos estar así para siempre. Tomó la decisión de levantar mi rostro que está frente al espejo y me doy cuenta que un par de lágrimas han invadido mis ojos y ahora ruedan libres por mis mejillas.
Me duele saber que la tuve, pero que ya no es mía, aunque su cuerpo me diga lo contrario.
Me visto con el rostro gacho, pues no quiero que me vea así. Y cuando nos miramos a los ojos, luego de haber acomodado nuestras ropas, es que veo que no soy el único que ha llorado, sus lágrimas son solo un reflejo de las mías.
—Ana… —Estiro mi mano, para intentar alcanzar sus lágrimas y quitarlas.
—No Martín, yo te elegí cientos de miles de veces, por sobre todo lo que me rodeaba y tú me dejaste sola a la primera. —Limpia sus lágrimas con rabia en sus ojos y sale del baño.
Intento ir tras ella, pero soy detenida por una mano pequeña que me aprieta el brazo de una forma casi dolorosa.
—¡¿Qué mierdas hiciste?!. —La mirada furiosa de mi cuñada Katerina me asusta.
—Yo…Katerina, lo siento, es que no pude resistirlo.
—Se te olvida por todo lo que pasaste, ¿por todo lo que pasamos como tu familia que somos?. Aún no superas muchas cosas y lo primero que se te ocurre es hacerle el amor en el puto baño. ¡Martín!. —Yo había visto molesta a Katerina, pero hoy la veo dolida.
—Lo sé, es que no quiero estar lejos de ella.
—Sólo vas a estar cerca de ella, cuando seas honesto con ella. Pero sobre todo contigo. —Su voz pasó a ser dulce, mientras acariciaba mis mejillas en un gesto de comprensión.
—Si, tengo que empezar a buscar la verdad.
—Te voy a ayudar, lo prometo.
Y así regresó a la fiesta de mi sobrina, junto a mi cuñada, viendo como todos beben y yo no, viendo como ese hombre toca a Ana y yo no, viendo como todos tienen una vida y yo no.