MARTÍN.
No sabía en qué momento de mi vida me iba a enamorar, tampoco sabía si me iba a enamorar, no tenía idea de que se trataba el amor. Particularmente de esa clase, y de alguna manera me ha sido muy difícil sentirme amado.
Sé que es extraño que diga algo como esto, cuando tuve el amor de mis padres y el amor de mis padres adoptivos y el de mi hermano. Pero al mismo tiempo se siente un amor tan lejano, que se que puedo ser realmente desagradecido, pero siempre sentí que algo me falto.
Pero cuando la vi entrar, cuando me fije en sus ojos negros, su rostro, esa firmeza en su mirada. Sentí que el mundo se abrió en dos y me enamoré. No tenía ni idea de qué trataba el amor, pero yo sabía que la amaba.
Cuando vi su pequeña y carnosa boca, se me vinieron montones de cosas a la cabeza, entre esas darle un beso suave, pero el grito que me dio y me sacó de la ensoñación en la que estaba sumergido, me enseño que Ana tiene de todo, menos de ser una dulce mujer.
Es radical, es decidida, es de una muy buena y prestigiosa familia, con vínculos políticos y financieros, lo que no entiendo es porque no trabaja con su padre, es una mujer con contactos y fácilmente pudo obtener un gran cargo en la empresa familiar, pero aún así ella es fiel a mi hermano en todos los aspectos laborales.
Le otorgaron pocos días de incapacidad, que obviamente si hubiese estado en mis manos le habría dado más, pero no fue así, entonces, fueron dos días de mierda, tenía novio, me lo dijo justo antes de irse, lo que me confundió muchísimo porque pensé que todo el tiempo me estuvo coqueteando.
Estuve insoportable, entre molesto y desanimado. No entendía cómo es que fue tan fácil para ella gritarme frente a todo el mundo que tenía novio.
Voy caminando hacía la estación de las enfermeras jefes, voy a visitar a Lucilda, es mi enfermera jefe favorita, en realidad amo a está mujer, cuando la conocí apenas era una auxiliar novata.
—Luci, ¿cuantas carpetas faltan por firmar?. —Le pregunto sin siquiera mirarla a los ojos.
—Buenos días Lucilda, ¿Cómo estás hoy?. —La escucho decirme de manera sarcástica y ruedo los ojos. —Y no se te olvide que te cambie los pañales desde que naciste, no me ruedes los ojos. —Esta vez esta sería.
Mi madre la había contratado para cuidarme desde que nací y fue ella quien se encargó de consolarme los primeros días luego de la muerte de mis padres sobre la tierra. Ella sabía exactamente cómo ayudarme, pero como tuve que ir a casa de los Laponte, ellos decidieron que con Cristina era suficiente para Cristóbal y para mi, ciertamente al principio fue duro, pero también entendí que Lucilda la paso mejor, y que pudo hacer cosas mejores con su vida, que estar detrás de un niño como yo, pues los padres de Cristóbal la ingresaron directo a trabajar al hospital y desde ese día, ella ha sido imparable y hoy por hoy me siento orgulloso y entiendo lo sabios que han sido los padres de Cristóbal al asumir el rol como padres míos también, a pesar de que no era su obligación.
—¿Qué te pasa? —Me pregunta, mientras revisa una a una las carpetas que debo firmar.
—Nada, ¿Por qué lo dices?. —preguntó fastidiado.
—Es obvio que te pasa algo, tu pobre asistente ayer salió llorando.
—Lo siento, no es mi culpa que no haga bien su trabajo. —Ahora soy arrogante.
—Así no eres tu Martín, nunca hablas así de tu personal, —Levanta la vista y me mira de mala manera— es por la chica. —Se ríe.
—¿Qué? No, ¿cuál chica?. —Me sonrojo.
—Ana. La chica a la que le gritaste como un loco de extremo a extremo, por el pasillo de salida.
—Yo no grité como loco.
—Si lo hiciste. —Afirma— ¿Ya la buscaste?.
—¿Qué?. ¡¡¡Noooo!!!, como se te ocurre, ella tiene novio, me lo dijo ese día. —Y me vuelvo a sentir molesto.
—Pero si que eres idiota Martín. Para ser un excelente médico, eres bastante inmaduro. —Estira la montaña de carpetas, para que yo las sostenga ahora.
—Lucilda, ¿Pero qué te pasa mujer? Creo que merezco respeto, soy tu jefe.
—Pues eres un jefe muy menso. —Su risa es contagiosa, siempre ha tenido una risa muy contagiosa.
—No lo soy. —Me sonrojo un poco y por fin suelto una risita. —En fin.
—Ella te gritó que tenía novio y que su novio era un médico loco que le gritaba de extremo a extremo por un pasillo. ¿Adivina quién le grito por un pasillo? —Estoy terminando de firmar unas ordenes de esa montaña de carpetas y levanto mi vista para ver su cara de "te lo dije".
—Mierda Lu, soy un idiota, pendejo, tarado. Tengo que ir a buscarla, tengo que ir tras ella, debe estar pensando lo peor de mi.
Salgo corriendo del hospital a buscar unas flores, no tengo idea de que flores le gustan. Así que voy a la fija, unas rosas, se que ella entra a las 8 de la mañana y como estuve de guardia en la noche, tengo el tiempo justo.
Cristóbal, me advirtió que no la molestara, que no la buscara y sobre todo que no la fuese a lastimar, pero es que estoy seguro de que ningún hombre sobre la faz de la tierra, tomaría como opción lastimar a una mujer como Ana, si ya se no la conozco bien, pero me produce tantas cosas que creo que la amo sin siquiera haber cruzado palabras diferentes a lo del hospital.
Para mi hermano no fue fácil ayudarme y tampoco es que yo fuese fácil de manejar, sobre todo en mis épocas más… oscuras. Pero él siempre ha sido esa pieza en mi rompecabezas que une todas las fichas que están dispersas o que yo he dejado rezagadas sobre la mesa, porque no les encuentro forma, ni color para identificar a qué parte de mi como persona pertenecen.
Pero a pesar de todo el apoyo que mi hermano me ha podido brindar se que de todas formas, mi rompecabezas nunca va a estar terminado, porque esa pieza de mi pasado que está perdida no me va a dejar vivir la vida a plenitud.
Cristóbal había sido muy explícito en sus órdenes, no podía buscarla en las oficinas, por nada del mundo podía molestarla, pero supongo que mis ganas por verla y explicarle porque no la busqué antes, son más grandes. Llegó a la oficina de Ana, bueno en realidad no llegué, me metí a la fuerza. La recepcionista que me conoce por obvias razones me dejo entrar, solo que yo no sabía para qué piso iba, por lo que tuve que regresar y preguntarle cual era la oficina de Ana.
Cuando llegué al piso indicado, una chica de la edad de Ana me recibió, también sabía quién era yo, pero se mantuvo firme en no dejarme entrar.
—Señor Martín, no puede ingresar a la oficina. Por favor espere a que llegue la señorita Ana.
—¿Por qué?. —Estoy demasiado ansioso.
—Bueno, pues porque es lo que hacen todos.
—Pero yo no soy todos. Permiso. —Le sonrió travieso e ingresó a la oficina de Ana.
Toda una pared viva por un lado, que contrastaba perfectamente con una decoración sencilla, pero imponente, tiene toques de color fríos que contrastan con unos realmente cálidos.
Escucho murmullos afuera de la oficina y me pongo nervioso, no se si es ella, pero creo que debo salir y verificar.
La veo de pie, hablando con su asistente y está más hermosa que nunca. Más hermosa que el día que la vi entrar al hospital.
—Hola.
—Hola. ¿Por qué viniste?. —Me pregunta un poco desconcertada.
—Bueno, tengo que visitar a mi novia —sonrió—. La novia que tiene un molesto novio que le grita frente a todo su personal. —Su sonrisa se hace demasiado grande.
—Una visita tardía, su novia salió hace unos días del hospital.
—Lo sé, es que soy muy lento y hasta hoy me di cuenta del sentido de tus palabras, bueno en realidad no caí en cuenta por mis propios medios. —Levanto mis hombros, siendo un poco obvio.
—Entiendo, el problema es que estoy trabajando. Y no me gusta interrumpir mi horario laboral, con temas personales.
—Está noche, vamos a cenar.
—Está bien, pero que te quede claro que no será una cita. —Mi cara se transforma en una de cuestionamiento.
—¿Por qué?. —Pregunto ya exasperado.—
—Todavía no estoy lista para citas. —Y se ríe, supongo que por la forma de abrir mis ojos y mi expresión de tonto.
—Yo no dije que fuese una cita…eres mi novia después de todo.
—Bueno, debes irte, debo trabajar, esta noche te espero. Adiós.
Me saca de su oficina, pero antes de irme, me giro y le doy un beso en la mejilla, se sonroja y me empuja afuera, no dice nada más, pero la ansiedad en mi cuerpo aumenta de manera loca.