ARTURO MASTRONARDI. Los días pasaron y no podía creer que volvía a sentir la tan nombrada felicidad, me sentía complementado. Elizabeth era una persona increíble, me entendía y comprendía. Desde el picnic en la playa conectamos, pude sentir que no era el único al que le pasaban cosas tan malas. Sentí que no estoy solo con esta desgracia, que existimos muchos condenados a un alma malévola. Nunca pensé decir esto, pero amaba ser un demonio y haber encontrado otro. Quizá sonaba egoísta, pero no pretendía dejar ir a Elizabeth, me encargaría de enamorarla así como ella lo hacía conmigo. Me tenía pensándola en casa instante, me tenía vuelto loco, veía cosas que les gustaban y era imposible no querer comprárselas. Me había vuelto muy consentidor, pero algo que me mataba por dentro era volver a
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