CAPÍTULO TRES
Dejar la Escuela de Videntes siempre era difícil para Oliver. No solo porque esto suponía dejar atrás a los amigos y profesores que adoraba, sino porque la escuela estaba situada en 1944, justo en mitad de la guerra, y eso significaba que marcharse de allí era siempre arriesgado.
Oliver oyó que Hazel silbaba a su lado. La miró y vio que estaba mirando fijamente alrededor a la fila de ruidosas fábricas, todas construyendo cosas por el esfuerzo de la guerra. Sus altas chimeneas escupían humo al aire. Las escaleras de incendio de acero estaban colocadas en zigzag en sus exteriores. Unos pósteres grandes adornaban cada edificio, instando a los hombres a unirse a la guerra contra el telón de fondo de banderas americanas. Unos peculiares coches negros que parecían directamente sacados de una película de gánsteres circulaban sin prisa pero sin pausa.
—Había olvidado cómo era el mundo fuera de la Escuela de Videntes —dijo Hazel—. Hace mucho tiempo.
Como el resto de los estudiantes, Hazel había abandonado su antigua vida para formarse y convertirse en vidente, para participar en importantes misiones de viaje a través del tiempo para mantener en orden la historia. Esta era su primera misión. Oliver entendía por qué parecía tan abrumada.
Walter se acercó a su lado, quedándose en la acera mientras el tráfico pasaba zumbando.
—¿Y ahora hacia dónde? —preguntó.
David se acercó también a su lado. Él llevaba el cetro; Oliver pensó que tenía más sentido que guardara el arma el luchador que había entre ellos. Veía que la arena corría dentro del tubo hueco que tenía dentro. Saber que el tiempo estaba pasando para ellos le mandó un sobresalto de pánico.
—Debemos encontrar el portal —dijo Oliver con urgencia.
Rápidamente, sacó su brújula del bolsillo. Su guía, Armando, le había dado el artilugio especial. Había pertenecido a sus padres. Junto a un cuaderno de los viejos apuntes de clase de su padre, era el único vínculo que tenía con ellos. Le había ayudado en una misión anterior y Oliver estaba seguro de que le ayudaría ahora. Aunque nunca los había conocido, Oliver sentía que sus padres siempre le estaban guiando.
Los símbolos, cuando se interpretaban correctamente, le mostraban el futuro. Podía usarla para guiarlos al portal.
Miró la brújula. La manecilla principal, la más gruesa de todas, señalaba directamente al símbolo de una puerta.
Oliver pensó que eso era muy sencillo de entender. Su misión era encontrar el portal y eso, sin duda, estaba representado por el símbolo de la puerta.
Pero cuando miró de cerca las otras manecillas de oro, cada una señalando a símbolos que parecían jeroglíficos egipcios, se hizo un poco más difícil averiguar el significado que la brújula intentaba mostrarle. Una imagen parecía un piñón. Otra parecía ser un búho. Un tercer símbolo se identificaba fácilmente como un perro. Pero ¿qué significaban todos ellos?
—Un piñón. Un búho. Un perro… —reflexionó Oliver en voz alta. Entonces, de repente, se dio cuenta. Cuando se percató de a donde le dirigía, dijo con la voz entrecortada:
—¡La fábrica!
Si había interpretado correctamente la brújula, le dirigía a un lugar que a Oliver le resultaba muy familiar. La fábrica de Armando Illstrom, Illstrom’s Inventions.
La fábrica no estaba muy lejos de allí. El piñón podía representar la máquina en la que trabajaba, el búho era por los pájaros mecánicos voladores que se acurrucaban en sus vigas y el perro podía representar a Horacio, el sabueso de confianza del viejo inventor.
Oliver no estaba seguro de si su interpretación era correcta, pero sin duda parecía creíble que el portal pudiera estar en algún lugar dentro de los límites de la fábrica. No podía evitar sentirse emocionado ante la expectativa de volver a ver a su viejo héroe. Daba la sensación de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que Oliver había puesto un pie en la fábrica mágica.
—Por aquí —les dijo a los demás, señalando en la dirección en la que sabía que estaba la fábrica.
Empezaron a caminar, pasando por delante de una fila tras otra de fábricas de munición de tiempos de guerra. Trabajadores vestidos con monos marrones y beige entraban y salían en fila por las puertas de acero pesado, también muchas mujeres. Cada vez que se oía una puerta, los ruidos de sierras, taladros y maquinaria pesada crecían.
—Espero que Ester no esté sufriendo mucho —dijo Hazel mientras avanzaban.
Solo mencionar su nombre lanzaba flechas de angustia al estómago de Oliver.
—Están cuidando de ella —respondió Walter—. El hospital de la Escuela de Videntes es el mejor del universo.
David se acercó al lado de Oliver. Le sacaba por lo menos una cabeza a Oliver y se había recogido su pelo n***o, que le llegaba por la barbilla, en una pequeña cola. Con su vestimenta totalmente blanca y el cetro colgado en la espalda, se parecía un poco a un ninja.
—¿Por qué estás conmigo en esta misión? —le preguntó Oliver.
En cuanto lo hubo dicho, se dio cuenta de que su tono había sido muy directo. No había sido su intención, simplemente estaba confundido. Llevar a un extraño a la misión añadía otro nuevo nivel de incertidumbre.
David lo miró, con una expresión neutra. Tenía un aire serio.
—¿No te lo contó el Profesor Amatista?
Oliver negó con la cabeza.
—En realidad no. Solo dijo que eras un buen luchador.
David asintió lentamente. Su cara continuaba inexpresiva, de un modo que a Oliver le recordaba a un soldado entrenado—. Me han mandado como tu guardaespaldas personal.
Oliver tragó saliva. ¿Guardaespaldas? Él sabía que ir a misiones de viajes en el tiempo era peligroso, pero tener guardaespaldas parecía un poco desmesurado.
—¿Por qué necesito un guardaespaldas? —preguntó.
David frunció los labios.
—No me han contado todos los detalles. Pero el Profesor Amatista fue bastante claro acerca de mis instrucciones para esta misión. Mantenerte con vida. Hacer todo lo necesario.
Su explicación le sirvió poco de consuelo a Oliver. El Profesor Amatista nunca había considerado que necesitara protección extra, ¿por qué ahora? ¿Qué era tan peligroso en esta misión en particular?
Pero ¿quién era él para dudar de cómo dirigía el director? El Profesor Amatista era el vidente más poderoso de todos, tenía siglos de edad, y había visto evolucionar muchas líneas temporales. Sabía qué era lo mejor. Si el extrañamente militarista David Mendoza era parte de eso, entonces Oliver tenía que aceptarlo.
Mientras caminaban dando largos pasos por las calles, Oliver dirigía su atención una y otra vez al tubo hueco de dentro del cetro. La arena ya se había movido visiblemente, indicando que el tiempo ya se estaba colando. Pensar que a Ester se le estaba terminando el tiempo hizo que una descarga de dolor le apuñalara el corazón.
No había tiempo que perder. Tenía que llegar al portal.
Aceleró el paso.
El cielo empezaba a oscurecer cuando llegaron a la calle en la que estaba situada la fábrica. Pero antes de que Oliver tuviera ocasión de caminar directamente hacia allí, Hazel lo detuvo poniéndole suavemente la mano en el brazo.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Hazel señaló a la brújula que Oliver tenía en las manos.
—Las manecillas de la brújula, han cambiado todas de repente.
Con el ceño fruncido, Oliver se acercó la brújula a la cara para interpretarla mejor.
Todos se amontonaron para poder mirar también. Algunas de las manecillas habían cambiado de posición, aunque la manecilla principal continuaba señalando decididamente a la puerta.
—Todavía nos lleva hasta el portal —explicó Oliver—. Pero parece que ahora quiere que vayamos por otro camino.
Entrecerró los ojos, intentando descifrar los símbolos y lo que le mostraban ahora.
—No lo entiendo —murmuró frustrado—. Ahora señala a un árbol, una pared de ladrillos, una llave y… —Puso la brújula del revés para intentar encontrarle el sentido al último símbolo— …¿una boca de incendio?
—Oh —se oyó la voz de Hazel—. ¿Quieres decir como estas?
Oliver levantó la cabeza de inmediato y vio que Hazel señalaba al otro lado de la calle. En efecto, había una boca de incendio delante de un gran roble. Un poco por detrás de ellos, había una pared alta de ladrillos rojos. En la pared había una puerta vieja de madera con el ojo de la cerradura grande y oxidado.
Oliver se quedó sin respiración. La brújula debió de haberlo dirigido hacia la fábrica para llevarlo hasta este lugar concreto.
—¿Piensas que la puerta es el portal? —preguntó Hazel.
Oliver se volvió a meter la brújula en el bolsillo.
—Solo hay un modo de averiguarlo.
Llevó a los demás al otro lado de la calle hasta la puerta. Alzaron la mirada hacia ella. Parecía completamente normal. Sin ninguna señal de que fuera un portal.
Walter probó el pomo.
—Está cerrada con llave.
Entonces la inspiración le vino como un rayo a Oliver. Recordó el símbolo de la llave en la brújula. Se agachó y colocó su ojo en el ojo de la cerradura para mirar a través.
Al otro lado, un vórtice lila y n***o giraba en remolino, con unos rayos de un blanco brillante que se bifurcaban y golpeaban su superficie.
Estupefacto, Oliver dio un grito ahogado y se encogió hacia atrás de forma tan violenta que cayó justo sobre su t*****o.
—¿Qué viste? —preguntó Hazel, agarrándole el brazo para parar la caída.
David le cogió del otro brazo con la misma rapidez.
—Un portal… —tartamudeó Oliver—. Ese es el portal.
Mientras David y Hazel ayudaban a Oliver a ponerse de pie, Walter fue corriendo a toda prisa emocionado hacia el ojo de la cerradura y miró dentro. Cuando se giró para mirarlos, tenía una amplia sonrisa en la cara.
—¡Esto es una locura! —exclamó.
Él siempre era el más entusiasta de los amigos de Oliver, aunque también era propenso a los ataques de mal genio. Hazel era la lista. Ella había ayudado a Oliver a desactivar la bomba atómica de Lucas.
Hazel se apresuró a ser la siguiente en mirar por el ojo de la cerradura. Pero cuando se dio la vuelta, su expresión era bastante diferente a la de Walter.
—Parece un poco aterrador.
Oliver asintió lentamente. Se sentía igual que Hazel. Las luces lilas que daban vueltas en remolino y el largo túnel interminable eran más que intimidatorios. Pensar en entrar allí lo aterrorizaba. Ya había atravesado los suficientes como para saber lo extraño y desagradable que resultaba viajar a través de un portal. Pero sabía que no le quedaba elección. Tenía que ser valiente por Ester y por la escuela.
—¿Y cómo entramos? —preguntó David, agitando el pomo.
A diferencia de los demás, no parecía interesado en mirar el portal a través del ojo de la cerradura.
—Necesito intenciones puras —explicó Oliver—. Eso me conectará a donde sea que tenga que ir —Miró a sus amigos que estaban tras él—. Y todos me seguiréis.
Oliver sabía que existía un modo de asegurarse de que sus intenciones eran puras. Miró en el amuleto de zafiro.
En la superficie del reluciente ónix n***o, podía ver que Ester estaba durmiendo. Estaba igual de guapa que siempre. Pero parecía preocupada, como si estuviera sufriendo un dolor terrible.
A Oliver le dio una sacudida el corazón. Tenía que salvarla.
—Estoy preparado —dijo.
Cogió el pomo y lo giró. Pero la puerta estaba atascada.
—¡No funcionó! —dijo Oliver.
Su pecho palpitaba. ¿Sus intenciones no eran lo suficientemente puras después de todo? La duda empezó a apoderarse de él. Quizá el Profesor Amatista había cometido un error mandándolo a esta misión. Quizá no tenía un corazón suficientemente puro a fin de cuentas.
—Déjame probar —dijo Hazel—. Ester también es mi amiga.
Ella también agitó el pomo. Pero no se abrió.
Walter fue el siguiente en probar. Él también fracasó.
A Oliver se le cayó el estómago a los pies. ¡No podían caer en el primer obstáculo! Y el reloj haciendo tictac dentro del tubo hueco del cetro era un recordatorio constante de que el tiempo de Ester era finito, de que estaban en una carrera por salvarla. Tenían que darse prisa.
Justo entonces, David dio un paso adelante. Oliver sabía que David, que no tenía para nada ninguna intención hacia Ester, pues no la conocía, no podía ser de ninguna manera el que abriera la puerta al portal. Pero se habían quedado sin opciones, así que él también podía probar.
David parecía contemplativo mientras examinaba la puerta de madera que tenía delante, inclinando la cabeza de izquierda a derecha. Después dio un par de pasos hacia atrás, clavó los pies firmemente en el suelo y le dio una fuerte patada a la puerta con la suela de su bota. Usó la fuerza de un boxeador.
Para sorpresa de todos, la puerta se abrió de golpe.
El portal giraba delante de ellos, una bestia enorme y rugiente como un violento remolino agitado. Oliver soltó un grito ahogado cuando una enorme ráfaga de viento parecía intentar tragárselo hacia dentro.
Pero incluso ahora con acceso, no podía deshacerse de la sensación de ser un fracaso. ¿Por qué la puerta no se había abierto para él? ¿Por qué David?
Echó un vistazo, con el pelo volando delante de su cara, al chico que el Profesor Amatista había mandado con él a esta misión.
—¿Por qué funcionó para ti? —preguntó Oliver por encima del rugido del viento.
—Porque —respondió Davis gritando— imaginé que si el portal solo te lleva a donde tienes que ir con intenciones puras, quizá la puerta del portal solo se abre para alguien con la intención pura de abrirla. Tú estás completamente centrado en Ester, en el destino. Pero mi concentración está en ayudarte en cualquier cosa que deba. Así que mi intención pura era abrirte la puerta.
Sus palabras impactaron profundamente a Oliver. ¿Así que la única intención de David en esta misión era ayudarle? Su habilidad para abrir la puerta había demostrado su lealtad. Por eso el Profesor Amatista lo había mandado.
—Ahora te toca a ti, Oliver —dijo Hazel—. Te toca demostrar tus verdaderas intenciones.
Oliver lo entendió. La motivación entró rápidamente en sus venas mientras cogía de nuevo el amuleto y se concentraba en Ester durmiendo dentro. El corazón le dio una sacudida.
El viento daba vueltas.
Miró de nuevo a sus amigos.
—Allá vamos.
Saltaron.