Jimmy salió del ascensor en cuanto las puertas fueron abiertas. Con cansancio, arrastro su agotado cuerpo hasta la única puerta de aquel piso e introdujo la puerta.
—¿Micah? —llamó apenas recordando sacarse sus zapatos antes de internarse más en el departamento.
Arrastrando los pies hasta el cómodo sofá de la sala, prácticamente se dejó caer sobre este con un quejido cansado.
Después de haber tenido dos turnos seguidos y de recorrido en emergencia, no podían culparlo. Ser médico significaba sacrificar varias horas de su día, aunque esta vez no había sido culpa de nadie, ya que por voluntad propia había decidido ayudar en la sala de emergencia luego de enterarse del horrible choque colectivo que tomó a varias personas.
Cuando su teléfono sonó, lo sacó del bolsillo de su pantalón e inmediatamente gimió sonoramente con disgusto al leer el nombre en la pantalla.
Rodando sus ojos, lo dejó caer a un lado suyo y se levantó, dirigiéndose a la cocina, cuando algo llamó su atención en la entrada.
Dirigiéndose nuevamente a la puerta, se agachó y recogió un sobre blanco que no estaba seguro de que no había estado ahí antes. Con un mal presentimiento, Jimmy lo abrió y un escalofrío recorrió toda su columna vertebral hasta su nuca al leer su contenido.
—Amor, abre la puerta —gritó aquella voz golpeando la puerta y asustando hasta la muerte a Jimmy—. Sé que estás ahí, te vi cariño. Vamos... Hablemos —pidió u ordenó, mejor dicho.
Cuando la puerta comenzó a ser forzada para abrirse, Jimmy llevo una mano a su boca con miedo y retrocedió en silencio.
Tal parecía que su ex en verdad, no se iba a rendir tan fácilmente con él.
De un momento a otro las bisagras de la puerta finalmente se rindieron ante la bruta fuerza y cayo.
Jimmy gritó.