25. La invocación (NV)

1179 Words
En los días posteriores, Hercus se dedicó de lleno a sus prácticas. Los jóvenes, adultos y ancianos que no participarían en los juegos se ofrecieron a encargarse de las tareas del campo, permitiendo que Hercus se enfocara completo en su preparación, elevando la intensidad de sus entrenamientos. Además, Hercus asumió el papel de instructor para el grupo que incluía a Zack, sus hermanos y Lysandra, aquellos que serían competidores en el torneo. Juntos practicaron diversas disciplinas, desde el manejo de la espada hasta el arco, pasando por el harpastum, y llevaron a cabo simulacros de asedio a la torre. Hercus compartía sus habilidades y conocimientos con el grupo, fomentando un ambiente de respeto y superación mutua. De forma simultánea, Hercus no descuidó su propia preparación para la justa, afinando sus habilidades con la lanza en compañía de Galand. El pueblo de Honor se volcaba en un esfuerzo colectivo para prepararse. Los lugareños les daban comida y bebidas y eran bien tratados. Nunca antes se había visto una unión tan generalizada, ya que eran sus representantes y deseaban que les fuera bien. En las mañanas, corrían por el campo y las calles del pueblo, con Hercus liderando la marcha. Levantaban yugos con baldes llenos de pesadas piedras, sometiéndose a un esfuerzo físico extenuante. Hacían flexiones de pecho, fortaleciendo sus cuerpos para la contienda que se avecinaba. Esta rutina se repetía tanto en la mañana como antes del anochecer, asegurándose de que cada día comenzara y terminara con un intenso entrenamiento. En las tardes, dedicaban tiempo a la práctica de habilidades específicas. Un día se enfocaban en técnicas de espada, al siguiente perfeccionaban sus habilidades con el arco, y así de forma sucesiva. Era importante resaltar que hacían actividades de cacería como un estilo de vida y no como un deporte de alto rendimiento. Siempre estaban activos, sin descanso aparente. La disciplina y el compromiso eran el pilar de su preparación para los juegos de la gloria. Eran los hombres los que quedaban. El herero Brastol y las gemelas solo podían hacer la mitad de la sesión, ya que la edad y la falta de actividad las confería limitada resistencia. El sonido de la práctica constante llenaba el aire, mientras el grupo dirigido por Hercus se esforzaba al máximo para superar sus propios límites. Era un periodo de intensa preparación física y técnica, donde cada movimiento, cada ejercicio, estaba destinado a perfeccionar sus habilidades y forjar una unidad que pudiera enfrentar los desafíos que les esperaban en el campo de batalla. Desde niños habían obrado cada quien por su lado. Pero por fin todos en Honor apuntaban hacia la misma dirección. El grupo se había distanciado del grupo en las tardes, sumergiéndose en su entrenamiento individual con la lanza. Mientras perfeccionaba sus habilidades de forma individual. Hercus estaba es las zonas lejanas de la pradera, donde podía mostrar su técnica sin contención, ni consideración. Estaba rodeado por la manada de lobos de Laso y Lisa, mientras que Heos jugaba con los cachorros y Sier estaba posado sobre una rama. Al estar haciéndolo, una lechuza revoloteó cerca de él. Reconoció el ave rapaz como la compañera de Heris, con la cual no se había comunicado desde su última separación. Aunque en algún momento estuvieron tan cercanos, el tiempo había tejido una distancia entre ellos. Portaba un mensaje en una de sus garras, revelando que Hercus ya podía regresar para visitar a su choza en el bosque. La noticia lo sorprendió, y una mezcla de emociones lo invadió. Había pasado mucho. Pero por fin podría ver de nuevo a su maestra y a su salvadora. Así, tal como en el pasado, bajo la luz tenue de la madrugada, Hercus se aventuró hacia la choza de Heris a lomos de Galand. El trayecto lo llevó a través de la naturaleza en su máxima expresión, saludando a los leones que reposaban, a los cocodrilos que acechaban a los orillos del río y a los monos que se mecían entre las copas de los árboles. La familiaridad de este ritual le traía recuerdos de encuentros anteriores. Al llegar a la casa de Heris, encontró a la herbolarea sentada en una mecedora, inmersa en la lectura de un libro. La quietud del bosque contrastaba con la vitalidad de la vida que la rodeaba. Hercus observó a Heris en silencio por un momento antes de saludar, consciente de la importancia de ese reencuentro y de las preguntas que podían surgir en la conversación que se avecinaba. Heris llevaba un vestido sencillo, pero encantador, confeccionado en tonos suaves que armonizaban con la paleta natural del entorno. La tela, ligera y fluida, se adaptaba a su figura con gracia, resaltando su elegancia natural. El diseño del vestido evocaba la simplicidad y la conexión con la naturaleza, con detalles bordados que recordaban a las hojas y flores que adornaban los alrededores de su choza. Sus facciones finas y bonitas, iluminadas por la luz tenue del amanecer, resplandecían con una serenidad que reflejaba su profundo conocimiento. Los ojos de Heris, enmarcados por pestañas largas y oscuras, destilaban sabiduría y una chispa de misterio. Su cabello castaño, suelto, eran perfectos para ella. Además de su apariencia madura, segura e intelectual, Hercus se sentía atraído por ella. Habían estado separados por varios días. Pero solo bastó un instante para que su corazón volvería a incendiarse por la pasión que Heris despertaba en él. —Heris —dijo Hercus con prudencia. La última vez ella se había mostrado cortante por casi besarla. —Hercus —dijo Heris. Cerró el libro en su poder. —Es un gusto volverte a ver —dijo Hercus—. Me disculpo por lo último que pasó entre los dos. —¿Qué sucedió entre nosotros? —preguntó Heris de forma neutra, sin molestia alguna. —Bueno… —No pasó nada. Estaba un poco sorprendida —comentó Heris, interrumpiéndolo—. Más importante aún. Entra y quítate la ropa. —¿Qué? —preguntó Hercus de forma automática, con cierta incredulidad. —Voy a revisar tus heridas —explicó Heris con calma y determinación. —Entiendo —dijo Hercus. Cada vez que se encontraba con Heris, tenía muchas preguntas para ella, y pocas eran las que podía hacer—. Escuchaste, Heris. ¿Los juegos de la gloria que va a celebrar su majestad? Es parecido a como lo platicamos nosotros. —Cierto. Por eso, desde que me enteré te mandé a llamar —dijo Heris con serenidad. Se puso de pie. —¿Crees su majestad nos pudo haber escuchado? —preguntó Hercus con seriedad. Nada más quería comprobar algunas cosas. Heris lo miró con fijeza. Mas, su semblante era imperturbable. —Si le rindes plegaria y dices su nombre puede escucharte —dijo Heris con calma y al tanto de lo sucedido en el pueblo de Honor—. ¿Recuerdas nuestra última conversación? Cuando te estaba contando mi historia, yo lo invoqué y más tarde tú… ¿Sabes cuántas veces la llamaste cuando expresabas tu deseo? Tres veces. Ahora, ¿crees que la reina Hileane pueda oírnos?
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