Con los ojos vendados, Hercus sintió la presencia de labios más finos y fríos que se posaron sobre los suyos, como el contacto del hielo. En ese momento, comprendió que Heris le había devuelto el acto que él había intentado hacer hace tiempo atrás. Correspondió al beso con una entrega plena, dejándose llevar por la danza suave y apasionada que comenzó entre sus bocas. El tacto de los labios de Heris sobre los suyos era como un encuentro de contrastes, era frío o caliente. Era una algidez que evocaba a la nieve. La danza creaba un intercambio de sensaciones, lleno de gusto y placer, marcando el inicio de una unión entre los dos.
A pesar de estar vendado, Hercus se sumergió por completo en la experiencia, permitiendo que el beso sellara no solo el momento, sino también un vínculo profundo entre él y Heris. La oscuridad y el misterio añadían un toque especial a este encuentro, haciendo que cada roce fuera aún más intensa y significativa. Se movió un poco sobre su puesto, para quedar de espaldas a los espectadores que los observaban. En sus dedos el cabello de Heris se colaba como agua en su palmar. El pañuelo ajustado, no solo cumplía la función de ocultar su rostro, sino que también lo sumergía en una experiencia sensorial única. En ese instante, el tiempo quedó suspendido por un largo periodo. Las nubes grises y negras cubrieron los cielos, regalando una agradable nieve a Glories.
Hercus al quitarse la prenda, vio Heris frente a él, que se había subido en el banquillo para estar un poco más alta. Ella le entregó un anillo, el cual le puso en el anular izquierdo, y él hizo lo mismo con la otra joya. Luego, la cargó en sus brazos y la llevó a la cama. Solo mirando al rostro inexpresivo de Heris la parecía entender. Estando encima de ella, la volvió a besar con intensidad. Sus piernas estaban entrecruzadas de forma sugerente. Le acarició la mejilla y la vio con deseo. Sin embargo, sabía que era algo que todavía no iba a pasar. Se dejó caer a un lado de Heris y se siguieron contemplando a la cara. No supo cuando se quedó dormido, ni por cuanto lo estuvo, pero al despertar Heris lo estaba abrazando. Acomodó el brazo en la espalda de Heris y continúo descansando junto a su amada esposa.
En los días siguientes, Hercus se dedicaba a ir de la choza al pueblo, perfeccionando sus habilidades y afinando detalles para el evento que reunía todas las tribus y reinos del continente. La preparación para la partida era crucial, y Hercus sentía la responsabilidad de representar no solo su destreza, sino también a su esposa, Heris, en la competición. Aunque fuera en secreto.
En la choza de su esposa, Hercus se encontraba ocupado preparando su equipo para la travesía. Heris, previsora, había sacado varias mochilas y bolsas, llenándolas con elementos esenciales. Entre las pertenencias se encontraba ropa adecuada para diversas situaciones, alimentos, hierbas medicinales por si surgía alguna necesidad y ungüentos para el cuidado personal. El acto de empacar se volvía un ritual, donde cada elemento elegido llevaba consigo la intención de cuidar y respaldar a Hercus.
—Habrá bailes y banquetes —dijo Heris con naturalidad—. He comprado estos atuendos para ti. Uno para cada noche. Y este debes utilizarlo para la noche del cumpleaños de la princesa. Ábrelos cuando llegue la ocasión.
Heris entró a la casa a buscar más cosas. Hercus la observó con melancolía por todo lo que había hecho y estaba haciendo por él. Se acercó a ella y la abrazó por detrás, rodeándole el vientre con sus brazos. Reposó su cara detrás de la cabeaz, por el hombro izquierdo, acariciándole el sedoso cabello castaño. Así, la siguió a donde ella fuera, sin soltarla. Heris continuaba hablando, dándole consejos.
—Debes preparar un obsequio cuando te presentas a la reina y a la princesa —dijo Heris, mientras Hercus la abrazaba.
—Comprendo. Iré a buscar —dijo Hercus. Pero no se movió un centímetro.
—¿Qué sucede? Acabas de decir que ibas a explorar.
—Sí. Más tarde. Quiero seguir así contigo…
Hercus se adentró más al bosque donde encontró flores de muchos colores y hasta rosas de muchos tonos. Agarró varias y armó un paquete. Tomó otras de reserva para su hermano. Al regresar, Heris ya tenía todo preparado.
—Esto es para ti —dijo ella. Sostenía una funda de cuero con una daga y una lanza de madera con punta de acero—. Este es mi dinero ahorrado. Úsalo para lo que necesites. No digas que no puede aceptarlo.
Hercus admiró Heris con intensidad. Desde que la había conocido, solo lo había ayudado. A pesar de esa sería personalidad, era buena y amable con él.
—Gracias por todo.
—Quizás vaya un día a verte.
—Eso me haría feliz.
—Cumple tu deseo, Hercus —dijo Heris, con su característica inexpresión.
—Escribe tu libro, Heris —respondió Hercus con una sonrisa afable en su rostro.
—Así será.
Hercus se acercó a Heris y le dio un beso lento y suave en los dulces labios, que lo recibían con cariño. Ya tenía su equipaje preparado en Galand. Se quedó pensativo, cuando estuvo por subirse. Entonces, regresó a donde Heris que lo observaba con fijeza. Le dio un fuerte abrazo y la cargó por la cintura.
—Volveré pronto. Espera por mí.
—Ve y enorgullece a tu esposa en los juegos —dijo Heris con calma—. Honra a tu reina y enaltece a tu pueblo y a tu reino. Gana. Muestrales a todos tu fuerza y tu habilidad sin igual. Yo grabaré tus proezas para que perduren por siempre.
—Lo haré.
Hercus pegó su mano con la de Heris, en donde estaba su anillo de bodas, los cuales se tocaron de manera maravillosa. Se despidió de ella con un melancólico beso y se marchó de la casa con el corazón afligido, ya que no quería dejarla. Tenía un presentimiento de distancia y pesar. Pero no era momento para lamentos.
Luego, Hercus se encontraba en el pueblo de Honor, sumergido en la atmósfera animada que la tarde traía consigo. Había ocultado su sortija de matrimonio, para que nadie la viera. Con la llegada de la tarde, los habitantes de Honor se congregaron en la bulliciosa plaza para participar en una celebración especial. La energía vibrante del lugar era palpable, mientras la comunidad se preparaba para despedir a los valientes participantes que los representarían en los juegos de la gloria. El sitio se llenó de risas, música y el aroma tentador de la comida. Los pueblerinos se entregaron al gozo de la danza, el canto y el bullicio, creando un ambiente festivo que reflejaba la unidad y el espíritu comunitario. Se asaron ciervos para compartir en una abundante comida, y el vino fluía de forma generosa, marcando el final de una etapa y el inicio de la siguiente. Hercus, inmerso en la celebración, contempló a las personas con felicidad y alegría, expresando su apoyo y ellos lo recibían con gratitud. El evento no solo enmarcaba el atrevimiento de aquellos que se aventurarían en el torneo, sino que también manifestaba los lazos entre la gente de Honor, creando recuerdos compartidos que resonarían en la memoria por los años venideros. Era como un poema épico de los héroes que iban al campo de batalla a enaltecer su nombre y a bañar de gloria al pueblo de campesinos y plebeyos de Honor.
Hercus estaba sentado en su puesto, pensando en todo lo que había pasado. En una mañana había estado de cacería, había estado a punto de morir. Pero había llegado a la choza de Heris, y desde ese día había cambiado su vida. Además de que ella se había convertido en su esposa. Ahora tenía un motivo para visitarla por siempre. O eso creyó. Nunca imaginó lo que estaba por suceder. Desde entonces, su mundo fue abarcado por la oscuridad.