El hielo de la reina [No leer] Nueva versión

Los espíritus volaban por el cielo, como un brillo de color chispeante: Plateado, n***o, blanco, azul, rojo, amarillo, fucsia y marrón. Llenos de energía primordial en estado puro e imperceptible ante la mirada y el oído de las personas. Nadie los vio llegar, ni tampoco se sabe de qué etéreo lugar salieron. Recorrían las calles, bosques y arquitecturas de las ciudades, buscando la fortuna que había sido escrita desde la creación, cuando decidieron dar forma a la existencia. Desde su aparición, seis semanas estuvieron vagando en la tierra de los mortales y aprendieron de más cerca de su comportamiento, ideologías y cultura, y por supuesto, de su crueldad, su maldad y su codicia, y, en menor medida, de su nobleza, bondad y amabilidad. En ese entonces, el primer latido de las bebés que habían estado esperando desde su concepción, por fin había ocurrido, como una melodía perfecta de un tambor de guerra. Surcando y cantando en el viento, se apresuraron a la ubicación de sus elegidas. Uno por uno, cada quien se introdujo en el vientre las madres y se mezclaron con las brujas no nacidas. Salvo dos de entes poderosos y trascendentes. El señor de la oscuridad permanecía en el rincón más sombrío del sur del continente de Grandlia, en el reino de Vítores y la dama de hielo que se paseaba con las tempestades y las ventiscas de los países nevados del norte, en Frosthaven. Ambos eran las excepciones, pues aún esperaban el llamado de sus maestras. Sin embargo, el primer retumbar de sus destinos no estaba cerca del punto en que se encontraban, sino que, se hallaban en sitios lejanos y opuestos. Las que se supone serían sus escogidas no eran el ser más compatible con su inmaculada energía. Volaron en direcciones contrarias y se unieron a las niñas, y en la zona más profunda y recóndita de su vitalidad, se fusionaron con su esencia. Los corazones de estas se convirtieron en el elemento del espíritu que las había poseído. Un témpano de hielo gris, una llama de fuego carmesí, en humo carbonado, una tormenta de rayos magenta, una ráfaga de viento blanquecina, un resplandor dorado, una roca de piedra café y una gota enorme azulada. En los minutos siguientes esto no pareció causar ninguna conmoción. Mas, en un siéntanme, en pleno fulgor del día, la oscuridad abrazó el cosmos, como si la noche hubiera apurado su paso, y descendió con una densidad inusual, devorando la luz y sumiendo algunos lugares en una negrura absoluta. Las personas creyeron que se habían quedado ciegos. Las estrellas desaparecieron y las sombras se apoderaron del paisaje, envolviendo todo en un manto de secretos. De manera simultánea, en otros rincones del mundo, el sol, como un ente furioso, castigó a la existencia. Su luz intensa quemó la piel de manera súbita, haciendo que incluso los más intrépidos buscaran refugio. Los vientos, en un frenesí descontrolado, soplaron con furia, llevándose consigo la calma habitual y dejando tras de sí un rastro de desconcierto. Mientras tanto, la tierra misma pareció rebelarse. Un estremecimiento recorrió zona en un temblor que se hizo sentir hasta en los parajes más recónditos de los parajes de los continentes de Grandlia y Paralys, sacudiendo estructuras y avivando al medio ambiente de su sueño. Las aguas de los mares, como agitadas por una fuerza invisible, se alzaron en una danza desenfrenada, rompiendo su serenidad usual. Mientras que, en el norte, las tormentas de nieve se tornaron inquietas. Copos de hielo bailaban en el aire con una intensidad desconocida, como si la misma esencia del invierno estuviera enfadada, manifestándose en una tempestad gélida y descontrolada. Los volcanes, gigantes que durante siglos estuvieron adormecidos, despertaron de su letargo. Erupciones devastadoras iluminaron la tenebrosidad, solo para causar más espanto, lanzando torrentes de lava ardiente hacia el cielo opaco que ya no se dejaba ver. La tierra misma rugía con el poder de la fuerza desatada, recordando a todos que la naturaleza era imparable y que solo responde a sus propias leyes y caprichos. En un compás caótico, el día se vistió de oscuridad, el sol se tornó inclemente, los vientos se enfurecieron, la tierra tembló, las aguas se alzaron, la tormenta de nieve se descontroló y los volcanes rugieron en un espectáculo terrorífico que desafió la comprensión de los sabios y hasta los eruditos de todos los reinos. Los seres humanos estaban espantados con lo que acontecía, pero fueron los habitantes de la tribu de Videntia del Este de Grandlia los que supieron lo que estaba sucediendo. El líder de los adivinos se postró de rodillas y pegó la frente al suelo, haciendo que su gente hiciera lo mismo, dando lugar a una reverencia de una multitud vestida de blanca. El señor de Videntia lo había escuchado en un susurro del viento que se lo había revelado tiempo atrás. En su mano, cargaba el pergamino que había escrito y que había mandado a replicar y esparcir por todas la naciones y tribus existentes. "La profecía de las brujas. En los días por venir, cuando los brillos de las alturas alineen sus destinos, los Espíritus Ancestrales se mezclarán con las almas de las no nacidas. En el vientre de sus madres, las niñas serán tocadas por el aliento mágico de los imperiosos elementos, marcando el nacimiento de las brujas. Estas brujas, portadoras de cualidades únicas, caminarán entre nosotros con el don de dominar la naturaleza misma. Sus corazones serán como los elementos que controlan, su voluntad como un duro témpano de hielo, su tenacidad como el fuego abrazador, su agilidad como el viento que vuela por los cielos, su furia como los rayos en las alturas, su sabiduría como la luz que ve la verdad, su piedad como la oscuridad de la noche, su resistencia como la dureza de la tierra y su pureza como el gua del mar. Serán conocidas por su poder y respetadas por el mundo que las vio nacer. En un tiempo de caos, cuando las naciones estén envueltas en guerras, incertidumbre y desafíos, las brujas ascenderán al trono, y como reinas, gobernarán con intelecto y singularidad, guiando a la humanidad hacia una época nunca antes vista. Sus reinos serán refugios de equilibrio, y sus decisiones resonarán a lo largo de los siglos de los siglos. Que la profecía sea recordada, y no tengan miedo ni se asombren cuando ellas lleguen, y que los dotes de las brujas traigan consigo una era de asombro y transformación. En la danza de los elementos y el poder imparable de los espíritus. La humanidad experimentará una nueva era, donde la magia, la realeza, las brujas, los héroes y el medio se entrelazarán en una sinfonía eterna”. El pergamino había sido escrito por el líder de los adivinos, el gran sabio. Fue copiado y traducido por los escribas de Videntia en todas las lenguas e idiomas que conocían. Después fueron enviadas al centro del continente, en Glories y sus países aliados en el sur, así como al oeste, subiendo por encima de las nubes, al norte en las tierras siempre cubiertas por nieve, a las costas en donde atravesaron el mar hasta otro continente, Paralys. Cada persona, hasta los pocos letrados que conocían de la profecía del nacimiento de las brujas. Se hacían cantos en el que los poetas y artistas hacían muestra de su ingenio al dedicarle sus composiciones. Fue por esto, que los monarcas se mantuvieron tranquilos y estaban al tanto de la llegada de estar malditas brujas que se alzarían en el trono debido a sus poderes mágicos que les habían sido otorgados por los mismos espíritus. El reverso de las manos de todas las personas en el mundo empezó a arder, como si les estuvieran colocando un trozo de hierro ardiente. El dolor era insoportable, como si les estuvieran quemando el alma. Querían cortarse el brazo, para evitar sentir tan enloquecedor sufrimiento. A los pocos segundos una figura centelleante se había dibujado, y resplandecía con un brillo puro y hermoso. Era diferente en los ciudadanos de cada nación en color y diseño, correspondiente a cada elemento de los espíritus. Allí se podían leer su información personal, sus estratos y otras cualidades que dejaron pasmados a los monarcas. Magia, Dones y atributos. Los reyes sabían que una nueva era estaba por comenzar, y debido a que estas brujas solo eran mujeres y las únicas poseedoras de magia, lo único que podían hacer era convertirlas en sus esposas, volverlas sus aliadas y mantenerlas dominadas y bajo control, para no alterar el equilibrio y seguir en el privilegiado mandato. O eso creyeron los soberanos insensatos en su temor por las todavía no nacidas. Aunque contemplaron una cruel y retorcida manera de cambiar la profecía, pero pronto comprendieron que ya nada podían hacer ante el surgimiento de las nuevas soberanas que gobernarían al mundo.