Capítulo 5 Tres semanas más tarde, después de poner la caja de caudales en lugar seguro, pasando a llenar con su armazón de hierro una esquina del dormitorio, Schomberg se volvió hacia su mujer, aunque sin mirarla expresamente, y dijo: —Tengo que deshacerme de esos dos. Esto no marcha. La esposa había sostenido esa misma opinión desde el principio; pero durante años había sido forzada a guardarse las opiniones. Sentada con su atavío nocturno a la luz de una candela, trataba con todo cuidado de no hacer ruido, sabiendo por experiencia que hasta el asentimiento sería tomado a mal. Siguió con los ojos la figura del marido, metido en el pijama y midiendo la habitación de arriba abajo con sus pasos. No le dedicó una sola mirada, por la sencilla razón de que la señora Schomberg, en camisón,