Al oír su tono, entrecerré los ojos.
―¿Dejar qué?
―Ese jersey azul.
―¿Te refieres al jersey azul que dijiste que no habías tomado prestado cuando te pregunté cómo había desaparecido de mi armario?
Poppy se quedó callada un momento.
―¿Sí?
Puse los ojos en blanco.
―Estoy en Portland un par de días.
―¿Por qué?
Con suerte, para encontrar a alguien que pretenda casarse conmigo a cambio de una compensación económica, porque no sabía de qué otra forma sentirme en control de una situación muy incontrolable.
Me aclaré la garganta.
―Reuniones.
―¿Saldrás con Parker?
Ante la mención del nombre de nuestro hermano, resoplé.
―No. Sigue haciéndose el duro, pero me mandó un mensaje el otro día para ver si le hacía un favor a uno de sus compañeros de equipo. ―Miré la esfera de mi reloj―. Debería estar aquí en cualquier momento para nuestra consulta inicial de diseño.
―Oooh. ¿Qué compañero?
―¿Importa?
―Sí. ―Poppy se rio―. ¿No te interesa ni un poco con quién te vas a encontrar?
Saqué el tacón por debajo de la mesa y arqueé el pie, gimiendo por el estiramiento después de llevarlos todo el día.
―Claro que me interesa con quién me reúno, pero también... en realidad no importa, ¿sabes?
Suspiró, uno de esos suspiros de hermana pequeña que a sus ojos me hacían sentir como si estuviera vieja y fuera de ayuda.
―¿Qué? ―le pregunté―. Solo le estoy ayudando con un diseño para la habitación de su hija, y eso es todo. Realmente no me importa quién es o qué hace.
―Oooh, una hija. Así que es uno de los solteros.
―¿Cómo diablos sabes eso? ―A pesar de la bruschetta, mi estómago seguía refunfuñando infelizmente. Le di otro bocado.
―Si estuviera casado o saliendo con alguien, su pareja le ayudaría con la habitación, ¿no?
―Supongo ―dije, palabras amortiguadas a través de la comida en mi boca.
―Dios, Emily. Por favor, no hables con la boca llena cuando llegue.
Me reí.
―No lo haré.
―¿Qué llevas puesto?
―Ropa.
Ella gimió.
Con un suspiro, miré hacia abajo.
―Vaqueros oscuros, tacones nude y el top n***o envolvente que dijiste que hace que mis tetas se vean bien.
Poppy tarareó.
―Lo acepto.
―No es una cita, Pops. ―En realidad no estaba segura de cómo se podrían llamar mis actividades, aparte de una noche atrapada en un infierno de mi propia creación.
Maldigo mi corazón blando y pegajoso que haría cualquier cosa por mi familia. Maldita sea de arriba a abajo y de lado a lado.
Ella me ignoró.
―No puedo creer que no sepas quién es.
―No he dicho que no lo sepa. Estás poniendo palabras en mi boca.
―Emily.
Puse los ojos en blanco.
―¿Por qué, tienes toda la lista memorizada?
―Sí.
Me reí aunque sabía perfectamente que mi hermana pequeña hablaba en serio. El equipo de expansión de Portland todavía era relativamente nuevo en la liga, y nuestro hermano Parker se había trasladado en la temporada baja.
Estaba cerca de casa, a solo unas horas al oeste de Sisters, Oregón, donde vivía nuestra familia. Y nuestra familia... bueno... era un tema delicado en ese momento. Estábamos todos un poco crudos y, a juzgar por mi estado actual, no tomábamos las mejores decisiones.
―Mándame un mensaje cuando llegue. Quiero saber quién es.
―No voy a mandarte un mensaje cuando empiece mi reunión ―dije con displicencia, volviéndome para mirar la fachada del restaurante. Miranda se encogió de hombros. Si llegaba demasiado tarde, podría toparse con el tiempo del concursante cinco, y yo no pretendía hacer esta noche más difícil de lo que ya era―. Pero se llama Liam. Ya está. Ahora puedes seguir con tu velada y dejarme con la mía.
―Espera ―dijo Poppy―, ¿Liam Álvarez o Liam Black? Los dos son guapos. Álvarez es su centro. Black es un ala cerrada con Parker.
Me froté la frente.
―No lo sé, Poppy.
―¡No puedo creer que seas tan indiferente!
Volví a mirar el reloj y me di cuenta de que había llegado incluso más tarde de lo que pensaba.
―Emily. ―Suspiré―. Déjalo ya.
―¿Qué? Es una gran cosa que Parker te haya pedido ayuda. Ahora mismo no habla con ninguno de nosotros. El muy imbécil ―murmuró en voz baja.
Me pellizqué el puente de la nariz.
―No es un imbécil. Está de luto.
―Todos lo estamos ―señaló―. Pero él es el único que está afligido y nos evita.
―Lo sé. ―Tomé otro bocado de comida. Uno muy, muy grande.
―Tienen que ser amigos si Parker te pidió ayuda.
No había suficiente bruschetta delante de mí. Me quedé mirando los trozos que quedaban e intenté no hacer pucheros cuando Rocco se abalanzó y limpió el plato antes de que llegara Liam Apellido Desconocido.
Comer emocionalmente era tan real, y cuanto más hablaba Poppy de por qué Parker ignoraba a nuestra familia y por qué yo estaba en Portland, más iba a necesitar una barra de pan del tamaño de mi cara.
―Poppy, no voy a arrastrar a un nuevo cliente a nuestro drama familiar.
―Ahora estoy mirando la página web de Voyagers ―dijo distraídamente―. Hay otro Liam en la defensa. No es titular.
―Por favor, para.
―Demasiado tarde, ya estoy googleando. Álvarez está casado. Tal vez sea Black. ―Poppy. ―Hundí la frente en la palma de la mano y me quedé mirando la mesa―. Averiguaré quién es en unos dos minutos, así que para, por favor.
―Dios, espero que sea Black. Es guapísimo. Esta oportunidad se desperdicia en ti.
―Porque no importa ―exclamé―. ¡Es un jugador de fútbol! ¿Y qué
demonios? ―De acuerdo, estaba gritando un poco. El hambre y yo y las
malas citas y las grandes emociones aterradoras que me estaban llevando a
Portland para tratar de encontrar un esposo aparentemente me pusieron un
poco nerviosa. Poppy se quedó callada al otro lado del teléfono.
Mi corazón latía con fuerza. No lo decía en serio, pero lo único en lo que
podía pensar sentada en aquella estúpida cabina era en el rostro demacrado
de mi papá y en oír su voz cansada diciendo lo mucho que deseaba llevar a
una hija al altar antes de morir.
Mi pecho empezó a hundirse cuanto más pensaba en ello. Se hundía en
algo hueco, triste y aterrador.
Todos los pequeños ladrillos que mantenían mis emociones en su sitio
empezaron a desmoronarse, uno a uno.
Exhalé con fuerza y los volví a colocar en su sitio.
―No me importa quién sea, Poppy, porque solo es un hombre que lleva
pantalones ajustados y se gana la vida placando tipos sobre una estúpida
pelota de cuero, y eso no me importa. Hay muchas otras cosas que me
importan más.
Un carraspeo por encima de mí.
Apreté los ojos.
Mierda, mierda. Mierda.
―Poppy, tengo que irme ―susurré.
Lentamente, dejé el teléfono sobre la
mesa y me pregunté si sería una evasión obvia meterme debajo de la mesa y
esconderme ahí hasta que se fuera.
Mi mirada se desvió hacia una gran mano que colgaba suelta a su lado,
llena de venas y sin anillo. Luego siguió subiendo, y subiendo, por encima
de una cintura ceñida, una camisa blanca abotonada que cubría un pecho y unos hombros muy bonitos, hasta un rostro realmente espectacular.
Simétrico y de mandíbula firme, con el tipo de cabello oscuro y piel
dorada y barba incipiente y penetrantes ojos oscuros que cubrirían una
revista.
Tragué saliva.
―Tú debes de ser Liam ―murmuré.
Lentamente, muy lentamente, arqueó una ceja.
Recogiendo los jirones de mi dignidad, me levanté de la cabina, solté un suspiro controlado y extendí el brazo hacia él.
Liam me miró la mano durante un instante, luego su palma se deslizó sobre la mía y sus dedos grandes y cálidos se enroscaron sobre los míos en un apretón firme.
Algo siniestro me recorrió la espalda, cálido y silencioso.
―Emily Anderson ―dije. Luego me aclaré la garganta―. Pido disculpas por lo que he dicho. Fue... poco profesional. Y falso.
Emitió un murmullo bajo.
Cosas que nunca, nunca experimenté: nervios frente a un hombre. No porque fuera inmune a los nervios. Pero yo había estado cerca de un montón de hombres impresionantes en mi día. Tenía dos hermanos que eran jugadores profesionales de fútbol. Todo eso del abdomen cincelado no me causaba ningún estremecimiento de barriga.
Pero cuando Liam introdujo su largo cuerpo en la cabina, con las piernas abiertas, la mano tamborileando sobre la mesa y los ojos clavados en mí, sentí una especie de inestabilidad extraña.
No me gustó. Ni un poquito.
―Me gusta el fútbol. No me parece estúpido. ―Tragué saliva―. De hecho, me encanta. Llevo toda la vida viendo jugar a Parker y a Erik, así que sería ridículo por mi parte juzgar negativamente a alguien por algo así.
―Okay.
Eso fue todo. Solo una palabra. Fue firme y baja.
Rocco se detuvo junto a la mesa, con los ojos cada vez más abiertos cuando vio a Liam. Se recuperó rápidamente cuando le di una patada en el pie por debajo de la mesa.
―¿Algo de beber, señor?
Liam miró mi copa de vino vacía y yo apreté la mandíbula ante el leve brillo de un ceño fruncido en sus ojos.
―Solo agua, creo ―dijo.
El ligero filo de sus palabras me hizo apretar la mandíbula.
―Tuve una reunión antes de esto ―me encontré diciendo―. Solo... intento aprovechar al máximo la noche mientras estoy en la ciudad.
―De acuerdo.
Eché un vistazo nervioso a mi reloj y respiré lentamente.
―¿Empezamos?
Sus ojos, oscuros e insondables, se entrecerraron cada vez más.
―No sé si esto va a funcionar.
Una burbuja histérica de risa se me subió a la garganta y traté desesperadamente de tragármela. El Señor Alto, Moreno y Guapo no tenía ni idea de cuánta razón tenía.