POV EMILY
Intenté imaginarme explicando todo esto a la versión adolescente de mí misma. La chica que colgaba pósters en las paredes de músicos grunge, atletas musculosos y estrellas del pop sexys. Esa versión de Emily perdería la cabeza por estar casada con un futbolista profesional. Se le pondrían los pelos de punta si le dijera que el chico que dijo "sí, quiero" y nos puso el anillo en el dedo medía 1,85 m, porque cuando eres más alta que todos los chicos de tu clase, eso es como si te tocara la lotería.
Se desmayaría si le dijera que preparó una buena cafetera e hizo cosas tranquilas y atentas, como dejarme una taza el primer día que estuve ahí, aunque se levantó un par de horas antes de lo que a mí me gustaba.
Chillaría a niveles de decibelios inhumanos si le dijera que tenía el cabello y los ojos oscuros, una bonita sonrisa, y que poseía esos músculos profundos que se cortan en V a ambos lados de sus pulcramente apilados abdominales.
No es que anduviera por la casa sin camiseta, pero solo solía llevar pantalones cortos deportivos cuando trabajaba en el jardín, y la casa tenía muchas ventanas, y yo solo era humana, okay.
Y si intentara explicarle a la adolescente Emily que había pasado las dos primeras noches de nuestra vida de casados con este espécimen de hombre de primera en una habitación de invitados con un edredón beige -muy a solas- se preguntaría qué demonios había hecho mal.
No pude evitar preguntarme lo mismo.
Habíamos convivido bastante bien las dos primeras noches. Mi nuevo compañero de piso se mantenía muy ocupado en ausencia de Olive, tanto que no podía evitar preguntarme si era intencionado, dada mi nueva presencia en su casa.
Pero era necesario.
Josie vivía tan cerca que si se pasaba por ahí con Olive, o venía antes, o tenían que recoger algo de su casa, tenía que ser obvio que yo me quedaba ahí. El contrato de alquiler de mi piso terminaba el mes que venía, así que, aunque no tenía mucha prisa por hacer las maletas, quedarme a dormir en casa de los Black era un requisito de mi nuevo trabajo.
Con un estiramiento, me estremecí cuando el dolor de hombros y brazos me gritó.
Como nadie me esperaba de vuelta en el trabajo hasta dentro de un par de días, y mi luna de miel tenía muy pocas actividades de dormitorio que me mantuvieran ocupada, decidí ponerme manos a la obra con la habitación de Olive. Liam y Micah habían recogido los muebles antes de la ceremonia, a petición mía porque sabía que su espacio era el primero de mi lista en aquella casa.
La primera capa de pintura estaba lista -un suave rosa de ensueño en tres de las paredes- y terminaría la segunda después del desayuno, seguida de una ducha caliente y mucho más ibuprofeno del recomendado, pero me dolía el cuerpo de tanto rodar.
Mi empapelador vendría al día siguiente para instalar un precioso estampado floral en la pared donde iba a trasladar la cama de matrimonio. Todo lo demás era cuestión de organizar las cosas divertidas.
Liam solo protestó un poco cuando le dije que no podía ayudar, pero quería que se sorprendiera tanto como Olive cuando estuviera lista para desvelar el producto acabado.
A Josie le encantó todo lo que había elegido y se le saltaron las lágrimas cuando le enseñé el tablón de mis ideas. Y como Liam no escatimó en gastos en la habitación de su hija, mi dedo de compras se puso a trabajar comprando absolutamente todo para este pequeño espacio de ensueño.
La primera de las cajas llegó el día antes de nuestra boda, y en mi segundo día en la casa, me miró largamente y sin decir palabra mientras añadía caja tras caja tras caja a la pila que crecía en el garaje de tres plazas.
Puede que él aún no se haya dado cuenta, pero yo pasaría encantada mi año y pico en esta casa transformándola en un lugar mágico para él y Olive, algo acogedor y cálido y lleno de vida.
En lugar de una simple casa, sería un hogar. Un lugar en el que les encantaría estar, en lugar de cuatro paredes y un tejado que solo cumplía las funciones más básicas.
Ya era un poco extraño estar en la casa cuando Olive no estaba, y sirvió como un duro recordatorio de por qué estaba haciendo todo esto.
La casa que había comprado era grande, un lugar pensado para crecer, con mucho terreno para explorar y aventurarse, y el ochenta por ciento del tiempo estaba aquí solo.
O lo estaba, antes de que yo me metiera en la mezcla.
Me até la corta bata de algodón a la cintura y bajé las escaleras con ojos somnolientos, para encontrarme con una casa silenciosa.
Había una nota en la encimera, escondida bajo el borde de mi taza de café azul favorita, con la prolija letra de Liam.
Fui a entrenar a las instalaciones, debería estar de vuelta alrededor de la cena. Envíame un mensaje si quieres que compre algo en la ciudad.
No había ninguna inscripción florida. No XOXO antes de su nombre.
Pero había algo en esa pequeña nota, escondida bajo la esquina de una gran taza de café, junto a la cafetera que contenía una cantidad más que suficiente de la aromática infusión, que hizo brotar una pequeña semilla en mi pecho.
Quizá fue la discreta atención lo que me hizo sentir los primeros indicios de algo inconveniente. Pero en lugar de aplastarla antes de que creciera o arrancarla como una mala hierba, dejé que se quedara donde estaba y llené la taza de café, que olí con aprecio.
Después del café, busqué en la despensa, sonriendo cuando encontré una nueva caja de avena junto a sus opciones muy sanas y muy aburridas. No había estado ahí el día anterior.
Lo saqué y me reí.
Manzanas y canela.
En ella había otra nota.
Ahora puedes desayunar tarta de manzana.
La sonrisa permaneció en mi rostro durante el desayuno y la segunda mano de pintura de la habitación. Mientras me duchaba y me lavaba el cabello, eliminando las motas rosas, y me preparaba para ir a trabajar al lago, sabía que la adolescente Emily nunca se lo creería, aunque me esforzara en explicárselo.
La casa de Detroit Lake bullía de actividad, los camiones de obras se disputaban los puestos en el límite de la propiedad, así que tuve que caminar un poco hasta el remolque de obras.
Cameron estaba de pie junto al escritorio con Wade y su mejor amigo Jax, estudiando los planos de la casa.
Recibí algunos gruñidos y una inclinación de cabeza a modo de saludo, y mientras descargaba mis muestras sobre la mesa en la que trabajaba, noté que Wade me lanzaba una mirada pensativa. El siempre presente cigarrillo apagado colgaba del borde de su boca.
―Suéltalo ―le dije.
―Te casaste.
No había ninguna pregunta en la frase pronunciada con brusquedad, lo cual no me sorprendió viniendo de nuestro capataz. Cameron y su amigo Jax intercambiaron una mirada silenciosa, y yo cambié mi peso a una pierna, con los brazos cruzados sobre el estómago.