El martes, a poco más de las once de la mañana, me encontraba en un pequeño Starb#cks de Whilshire Boulevard a pocas calles del museo del cine, esperando a las afuera de un ostentoso gimnasio, luego de haber recibido en mensaje de Kane donde decía que era tiempo de dejarnos ver otra vez, así que iríamos a almorzar, pero que lo encontrara ahí porque no tenía tiempo para ir hasta Pasadena. Lo autoritario, antipático y poco caballeroso de su mensaje importó poco esa vez, porque en realidad aquello me venía de maravilla ese día. Había salido de casa muy temprano, cargada de los vales de descuento que me habían conseguido Liz y Elsa, y lo que consideré era un presupuesto decente para comprar algunas cosas nuevas sin quedar en la indigencia por el resto del mes. Me había tomado un par de horas