Estaba tan cansado, después de un ajetreado día de estudiar y trabajar en la cafetería, me encontraba llegando a mi casa, o mejor dicho a la casa de mis padres, desde el instante en que me acerque a ella, ya pude sentir la densa atmósfera que escapaba de la casa, un fuerte escalofrío recorrió mi espalda y una sensación de mareo me atacó.
-IAN- Pude escuchar la voz de mi padre gritando, al girar el pomo de la puerta pude verlo, ahí estaba él, parado en medio de la sala, con su altura de 1,80 m se veía bastante imponente y aterrador, y junto a él, se encontraba mi hermano menor, no se que estaba tramando pero por la sonrisa en su cara no podía ser nada bueno, o al menos no podía ser bueno para mí.
-¡COMO TE ATREVES SUCIA ALIMAÑA!, ¡SABIA QUE ERAS BASURA, PERO NO PUEDO CREER QUE CAYERAS TAN BAJO!- al principio no entendí de que me estaba hablando, y fue ahí que lo noté Frank, mi hermano, tenía un moretón en el rostro y un rastro de lágrimas recorría sus mejillas, entonces lo entendí, Frank les había dicho que yo lo ataqué, sin embargo el porque supuestamente lo ataque aún no tenía idea. -VIVES EN NUESTRA CASA Y COMES NUESTRA COMIDA Y ASÍ ES COMO NOS PAGAS, GOLPEANDO A NUESTRO HIJO, SOLO ERES UNA SUCIA PROSTITUTA- Esas palabras me dolieron y sin poderlo evitar un suave murmullo escapó de entre mis labios.
-Yo también soy su hijo, y no soy un prostituto-. Dijo Ian entre susurros.
Eso fue lo peor que pude haber dicho, antes de que pudiera moverme, él se acercó y me golpeó en el estómago con fuerza, el aire se me escapaba, mientras él me agarraba por el cabello y volvía a golpear mi rostro, -TU NO ERES NADA PARA NOSOTROS, ESTÁ CLARO MALDITA ZORRA-
Sin importar cuantos veces pasará, sus palabras apuñalaban mi corazón como la primera vez. -Yo no hice nada-. Las lágrimas corrían por mis mejillas y mi voz apenas si era audible por la falta de aire.
-Encima nos mientes-. Entrando por la puerta que conecta al comedor apareció mi madre, su apariencia era hermosa, pero su voz estaba llena de odio hacia mi.
Su andar era suave y elegante, al llegar a mi lado mientras mi padre aún me tenía agarrado por el cabello, ella me dio una cachetada y una de sus uñas me causó un pequeño corte en la mejilla. -¿Quién te permitió abrir tu sucia boca?, lastimaste a mi bebé, y te atreviste a tratar de quitarle el novio a MI HIJO-.
En este punto ya no podía controlar las lágrimas que escapaban de mis ojos. Mi padre siguió golpeándome hasta que perdí la conciencia.
De pronto desperté, y muchas dudas atacaron mi mente. ¿Qué es este dolor que siento?, siento un fuerte dolor en el pecho, no puedo moverme y veo todo n***o, ¿Qué es ese olor tan desagradable?, mientras estaba absorto en mis pensamientos sonó un fuerte ruido que resonó por todo el lugar, y una intensa luz apareció ante mi en este mar de obscuridad.
-¿Donde estoy?- le pregunté a esa extraña luz.
-Esto es el limbo, un lugar entre la tierra de los vivos y los muertos-. Me contestó esta, su voz era fría y plana, sin emociones, pero al mismo tiempo era tranquila y extrañamente relajante.
-Eso quiere decir que ¿estoy muerto?-. Le volví a preguntar.
-No todavía, pero lo estarás dentro de poco-. Me contestó, -lo estás tomando con mucha calma-. Parecía estar ligeramente desconcertada.
-Está bien, siempre supe que este día llegaría-. Le dije, quizás ahora ya no sienta más dolor ni soledad, y pueda descansar en paz.
-Aún no estás muerto, todavía tienes la posibilidad de regresar a la tierra de los vivos-. Esa extraña voz parecía querer darme ánimos.
-Eso solo sería postergar lo inevitable, ya no resisto, cada día es una agonía-. Y no lo decía en broma, el dolor cada día era mayor y había días en los que no podía respirar sin sentir un dolor paralizante.
-Con el tratamiento adecuado podrías alargar tu tiempo de vida-
-Tú mismo lo has dicho, con el tratamiento adecuado, sin embargo no tengo dinero, sin importar cuanto me esfuerce nunca podré reunir el dinero necesario, además no tengo familia ni amigos por los cuales vivir-
-Tus padres y tu hermano están vivos, y vives con ellos, ¿Cómo puedes decir que no tienes familia?-. La voz parecía estar ahora un poco molesta, que tengo padres y un hermano, para mi ellos no eran más que mis verdugos y ellos han dejado muy en claro su opinión sobre mi.
-A mis padres no les importo y mi hermano me detesta, siempre he sido una carga para ellos, seguramente se alegrarán de mi muerte-. Y aunque no quiera admitirlo sé que es la verdad, solo los he decepcionado y avergonzado.
-¿No quieres regresar con ellos?-
-No-. Mi respuesta fue inmediata, lo que pareció desconcertarle, creí que seguiría insistiendo en que regresara hasta que escuche su risa.
-Eres un humano tan extraño, hasta ahora todos los humanos con los que me he encontrado han llorado y suplicado por regresar a la tierra de los vivos, lloran y piden, piden y lloran, una y otra vez, siempre es lo mismo-.
-Pues yo no quiero hacerlo-.
-¿Qué te parece si hacemos una apuesta?-.
-De que clase de apuesta estamos hablando-.
-Una muy sencilla, como he dicho no estás vivo, pero tampoco estás muerto, te curaré y te enviare a otro mundo, un mundo de fantasía, y te apuesto que la próxima vez que nos veamos lloraras y suplicarás para que no te lleve a la tierra de los muertos-.
-Parece una idea muy interesante, pero ¿Qué gano yo si ganara la apuesta?-. La idea estaba rondando mi cabeza.
-Si ganas te concederé un deseo, pero si pierdes tu alma será mía-.
La idea sonaba interesante, es decir estar sano en un nuevo mundo, un mundo de fantasía donde probablemente pueda ver y conocer cosas que son consideradas cuentos de hadas. ~Bien, aceptó~
La voz parecía extrañamente complacida con mi respuesta. -Esperaré con ansias los resultados de nuestra apuesta Ian-.
La luz empezaba a desaparecer frente a mi, pero lo último que dijo me sorprendió mucho.
-Espera, ¿Cómo sabes mi nombre?-. Le pregunté desconcertado mientras se seguía alejando.
-Soy el dios de la muerte, por su puesto que se tu nombre, así como se el nombre da cada una de las personas que van a morir pronto-.
Siempre había imaginado a la muerte como un ser esquelético que vestía una túnica negra, una voz de ultratumba y un olor nauseabundo, y esta extraña voz se alejaba de todo lo que alguna vez había imaginado.
La luz se fue, y yo seguí en medio de este mar de obscuridad, no se en que momento mi vida se fue por el caño, mis padres me amaban y yo los amaba a ellos, estaba tan feliz de tener un hermano menor, mientras mamá se encargaba de cuidar de Frank yo trataba de ser de ayuda, pero un día empezaron los mareos, al principio no eran nada, dolores de cabeza intensos e intermitentes, la cabeza podía dolerme durante unos segundos, y al minuto siguiente estaría como si nada, trate de decirles a mis padres, al principio estos me creyeron y me llevaron el médico, me hicieron varios estudios y dijeron que no había nada, con cada estudio que decía que no tenía nada más se enojaban conmigo. Decían que lo hacía para llamar la atención, que solo les hacía perder su tiempo y dinero, y que era un mentiroso. Y cada vez las cosas se ponían peor, el dolor llegaba en cualquier momento y ellos ya no me creían, e incluso cuando Frank empezó a atacarme ellos no me creyeron, seguían diciendo que era un mentiroso.
Después ya no fueron solo dolores de cabeza, me empezó a doler el cuerpo y a faltar el aire, a pesar de todo había podido conseguir una beca para estudiar, ya que mis padres se negaban a pagar por mis estudios, sin importar cuanto me esforzará a ellos no les importaba, y poco a poco fui perdiendo la esperanza, a mis 16 años conseguí un novio, él era muy dulce y atento conmigo, y yo estaba muy enamorado de él, parecía que mi vida por fin mejoraría, pero no lo hizo, todo fue a peor cuando me enteré de que para él todo había sido una broma, una jodida apuesta con mi hermano menor, Frank en ese tiempo tenia 15, y de algún modo había enamorado y convencido a Tom de que fingiera que yo le gustaba, si conseguía llevarme a la cama y me rompía el corazón Frank aceptaría salir con él. Debí haberlo imaginada, mi corazón estaba destrozado.
Mientras más pensaba en el pasado más me deprimía, decidí que ellos ya no podrían lastimarme que de ahora en adelante me aseguraría de vivir mi vida al máximo.
Sin darme cuenta caí en un profundo sueño, y al volver a abrir mis ojos noté un cielo azul despejado, al levantarme noté un charco de agua cerca de mi, me acerqué lentamente y pude ver mi reflejo, un leve gemido escapó de mis labios por el asombro.
Mi cabello estaba más largo, me llegaba casi hasta los hombros, su color n***o se veía suave y brillante, mi piel se veía levemente bronceada, ya no era de un pálido enfermizo, mis ojos también habían recuperado su brillo, y mis mejillas estaban más llenas, ya no se encontraban hundidas, sin poderlo evitar las lágrimas recorrieron mis mejillas, ya no perecía un c*****r andante.
Limpie mis lágrimas y me levante, me dirigí a la salida de aquel callejón en el que me encontraba, al acercarme pude notar que a la salida había un mercadillo y al fondo se encontraba un castillo. Mientras me acercaba a la salida me di cuenta que el dolor por los golpes de mi padre había desaparecido e incluso el dolor que normalmente sentía al respirar también lo había hecho.
Cuando estaba por salir por fin, oí un leve llanto, me extrañó que parecía que nadie de los que estaban pasando frente al callejón lo notara, lo que me hizo preguntarme si no lo oyeron o decidieron ignorarlo.
Volteé a mi alrededor en busca del origen del llanto, hasta que logre ubicarlo en un contenedor de basura, que no había notado hasta ese momento y que se encontraba dentro del callejón, me acerqué con cuidado para asegurarme de que fuese el lugar correcto, y de que no se tratase de una trampa.
Lentamente y con cuidado levante la tapa del basurero, y no podía creer lo que estaban viendo mis ojos, ahí envuelta en una vieja manta se encontraba un bebé recién nacido o de muy poco tiempo de vida, no sabía si era niño o niña ya que la manta lo estaba cubriendo, con miedo volví a mirar a mi al rededor con la esperanza de encontrar a alguno de sus padres, mi horror fue mayor al notar que no había nadie más ahí.
Estire mi mano hasta alcanzar la mejilla del bebé, se encontraba fría al tacto, los llantos empezaron a disminuir mientras el bebé se acurrucaba contra la palma de mi mano, con suavidad moví un poco la manta, y vi que se trataba de una niña.
Con cuidado la tome en mis brazos, afortunadamente la manta no se encontraba sucia, por lo que volví a arroparla en ella, la sostuve contra mi pecho en un intento de brindarle calor, estaba muy ligera. Tenía que salir de ahí y encontrar a un médico, no sabía cuanto tiempo la bebé había estado ahí, pero entonces tenía dos nuevos problemas.
Uno, ¿Dónde encontraría un médico? y dos, ¿Cómo lo pagaría? No sabía en donde estaba, no sabía qué moneda usaban, ni siquiera sabía si estas personas hablaban el mismo idioma que él.
Al volver mi mirada a la bebe, me di cuenta que mi ropa había cambiado, mi vieja camiseta roja se había transformado en una camisa de franela del mismo color, mis viejos jeans se ahora eran unos pantalones de tela de un color café suave, y mis viejos zapatos deportivos se habían convertido en unas sencillas botas.
Rece a todos los dioses que conocía, porqué si había un Dios de la muerte probablemente había otros, para que el poco dinero que había cobrado ese día antes de llegar a casa estuviese aún en mi bolsillo, y que hubiese cambiado al igual que mi ropa, lentamente metí mi mano derecha en el bolsillo de mi pantalón, pude sentir algo duro y redondo, suavemente saqué aquello que había encontrado y vi que se trataba de una moneda de cobre, era del tamaño de una moneda de cincuenta centavos, un ligero suspiro de alivio salió de mis labios, el dinero también se había transformado, volví a guardar la moneda y pude sentir que tenía otras en mi bolsillo, acomodé a la bebita en su manta y salí de ese lugar, en ningún momento regresé la mirada a aquel callejón, ya no estaba solo, yo me encargaré de que esta bebita tenga una buena vida.
Mientras me movía por aquel mercadillo, noté que no podía entender los letreros, pero afortunadamente podía entender lo que se decía a mi alrededor, me acerqué a una anciana que estaba atendiendo un puesto de verduras frescas.
-Buenos días, ¿me podría indicar donde se encuentra el médico más cercano?-.
-Discúlpeme joven, pero no le entiendo a quien busca, ¿qué es un médico?-
La miré extrañado y le dije -un médico es una persona que se encarga de revisar y curar a las personas-.
-Ah, ya le entendí, usted está buscando un sanador-
Un sanador, era un concepto muy extraño para mi, pero decidí no replicar y solo asentir con la cabeza.
-El más cercano se encuentra a dos calles de aquí, solo siga recto por este camino, hasta que llegue a un puesto con la puerta celeste, entones habrá llegado-
Me despedí de la amable señora, y seguí sus instrucciones, ahora que lo recordaba La Muerte había dicho que este sería un mundo de fantasía,
así que esperaba poder ver cosas geniales, pero ahora lo importante era asegurase de que la bebe entre mis brazos estuviera sana.
Seguí caminado y tal y como dijo la anciana a dos calles de ahí encontré una puerta celeste, acomodando una vez más a la bebe, entre al local, tenía que empezar a pensar en un nombre, no podía seguir llamándola «la bebé» para siempre.
El lugar estaba lleno de repisas con frascos de diferentes tamaños, cada frasco tenía un líquido extraño, al fondo se encontraba una puerta cubierta por una cortina, apareciendo por ella estaba un hombre joven, su larga cabellera rubia, que le llegaba hasta la altura de la cintura, estaba atada en una cola de caballo baja, su piel era pálida y sus ojos verdes, tenía una complexión delgada, sin duda era hermoso.
-Bienvenido, soy Kendall, ¿Qué puedo hacer por ti?-
-Me dijeron que aquí podía encontrar un sanador, ¿Ese serías tú?-.
Kendall soltó una leve risita -No debes de ser de por aquí, y sí tienes razón, yo soy el sanador de este lugar-
-Puedes atenderla, por favor, está muy fría y ya casi no puede llorar-.
-Déjame verla-. Tomo con delicadeza a la bebé de entre mis brazos, la bebe, no, Mielle, se quejó pero sus llantos eran tan bajos que me preocupaban. -La trajiste en un buen momento, un poco más y su condición hubiese empeorado, tiene los pulmones obstruidos, de seguir así hubiese muerto en muy poco tiempo-.
-Sálvala, por favor-. La desesperación se podía notar en mi voz. No podía ser, una niña tan pequeña no podía morir, me miro por un segundo y luego se dirigió a la parte trasera del local, al llegar a la puerta me dijo que lo siguiera, lo miré con duda pero no me negué.
Lo seguí hasta otra habitación, en la cual había una mesa en el centro, recostó a Mielle en medio de esta, ella se veía incómoda, agitaba sus pequeños bracitos y trataba de llorar, en su carita se podía ver el esfuerzo que estaba haciendo.
Esa niña quería vivir, podía sentirlo con todo mi ser, ella tenía que lograr sobrevivir, había pasado tan poco tiempo junto a ella, pero ya la amaba como si fuera mi hija. Ella al igual que yo había sido abandonada por todos, pero estando juntos se tendrían el uno al otro.
Kendall me miraba desde el otro lado de la mesa, su mirada me estaba poniendo incómodo, no dejaba de mirarme y de mirar a Mielle. Antes de poder hacer algo, Kendall se colocó detrás de mi, con un cuchillo en mi garganta.
-Esa niña está muy enferma, ¿qué demonios le hiciste?- Su voz estaba cargada de una furia fría, -No intentes gritar, ni moverte, si intentas algo gracioso té cortare el cuello-.
-T-tran-tranquilo, yo yo no sé nada, lo juro-. El miedo que sentía en este momento era muy grande, vine por ayuda pero me he encontrado con un loco.
-Quieres que crea que tu no tienes nada que ver con el estado de esa bebé, no me trates por estúpido-.
-Es la verdad, acabo de encontrar a esa bebé, no se quien es, o quienes son sus padres, estaba sola en un callejón-.
Kendall pareció dudar, podía sentir el cuchillo rozar mi cuello, esto se estaba poniendo feo.
-Te juro que yo no le hice nada, la oí llorar y la encontré entre la basura-. Mis palabras parecían tener algún efecto en él.
Con un fuerte suspiro Kendall me soltó, instintivamente lleve mis manos a mi cuello, en un intento de asegurarme de que mi cuerpo y mi cabeza todavía estuviesen unidos. Alce mi mirada y pude ver que Kendall aún tenía el cuchillo y se acercaba a Mielle. Trate de levantarme y correr hacia ella, pero Kendall me detuvo, con una movimiento de su mano una ráfaga viento fue lanzada en mi dirección, solo podía mirar horrorizado como se acercaba a mi pequeña.