CAPÍTULO TRES-1

2131 Words
CAPÍTULO TRES Kyra regresaba despacio pasando las puertas de Argos con los ojos de todos los hombres de su padre posándose sobre ella, y ella hervía con vergüenza. Había malentendido su relación con Theos. Había pensado de manera estúpida que podía controlarlo, y él en cambio se la sacudió enfrente de estos hombres. Era claro a los ojos de todos que ella no tenía ningún poder, ningún dominio sobre el dragón. Era simplemente un guerrero más; y ni siquiera un guerrero, sino sólo una chica adolescente que había llevado a su gente a una guerra que, ahora abandonados por el dragón, no podrían ganar. Kyra caminó de vuelta en Argos con los ojos sobre ella en un silencio incómodo. ¿Qué pensaban de ella ahora? se preguntaba. Ni siquiera ella sabía qué pensar. ¿No había venido Theos por ella? ¿Había peleado esta pelea con sus propios objetivos? ¿Es que realmente tenía algún poder especial? Kyra sintió alivio cuando los hombres dejaron de mirarla y volvieron al despojo, todos ocupados recogiendo armas y preparándose para la guerra. Se apuraban de un lado para otro recogiendo todo el botín que habían dejado los Hombres del Señor, llenando carros, guiando caballos y con el sonido del acero siempre presente mientras escudos y armas se amontonaban. Al caer más tiempo y con el cielo oscureciéndose, no tenían tiempo que perder. “Kyra,” dijo una voz familiar. Volteó y miró consolada el rostro sonriente de Anvin mientras se acercaba. Él la miraba con respeto, con la bondad y el calor tranquilizador de la figura paterna que siempre había sido. Le puso un brazo de manera afectiva sobre los hombros con una gran sonrisa sobre su barba y puso delante de ella una nueva y brillante espada, con su hoja grabada con símbolos Pandesianos. “El acero más fino que he sostenido en años,” dijo con una amplia sonrisa. “Gracias a ti, aquí tenemos suficientes armas para iniciar una guerra. Nos has hecho mucho más formidables.” Kyra halló consuelo en sus palabras como siempre lo hacía; pero aun así no podía dejar sus sentimientos de depresión, de confusión, del rechazo del dragón. Se encogió de hombros. “Yo no hice todo esto,” respondió. “Theos lo hizo.” “Pero Theos regresó por ti,” respondió él. Kyra volteó hacia el cielo gris ahora vacía, y pensaba. “No estoy tan segura.” Ambos miraban al cielo en medio de un gran silencio que sólo se interrumpía por el silbido del viento. “Tu padre te espera,” dijo Anvin finalmente con voz seria. Kyra se unió a Anvin mientras caminaban con sus botas crujiendo sobre el hielo y nieve, pasando por el patio en medio de toda la actividad. Pasaron por docenas de los hombres de su padre que caminaban por el extenso fuerte de Argos, hombres en todas partes que finalmente se miraban relajados después de mucho tiempo. Los miró reír, beber, y bromear entre ellos mientras juntaban las armas y provisiones. Eran como niños en día festivo. Docenas más de los hombres de su padre estaban en línea mientras pasaban sacos de grano Pandesiano, pasándolos entre ellos amontonándolos en los carros; a su lado pasó otro carro repleto con escudos que sonaban al chocar entre ellos. Estaba amontonado tan alto que algunos cayeron a los lados, y los soldados se apuraron a volverlos a acomodar. Todo a su alrededor había carros saliendo de la fortaleza, algunos ya de camino a Volis y otros separándose en direcciones diferentes que había designado su padre, todos llenos hasta el tope. Kyra sintió un poco de consuelo al ver esto, sintiéndose menos mal por la guerra que había instigado. Doblaron una esquina y Kyra pudo ver a su padre rodeado por sus hombres, ocupado inspeccionando espadas y lanzas que ellos sostenían para su aprobación. Él la miró acercarse y les hizo una señal a sus hombres, que al momento se dispersaron y los dejaron solos. Su padre se volteó y miró a Anvin, y Anvin se quedó parado un momento, inseguro de la mirada callada de su padre pidiéndole claramente que se fuera también. Finalmente Anvin se volteó y se unió a los otros, dejando a Kyra sola con él. Ella también se sorprendió; nunca antes le había pedido a Anvin que se fuera. Kyra lo miró y él tenía una mirada inescrutable como siempre, portando el rostro público y distante de un líder entre los hombres, y no el rostro íntimo del padre que ella conocía y amaba. Él la miró y ella se puso nerviosa al pasarle muchos pensamientos por la cabeza: ¿Estaba orgulloso de ella? ¿Estaba molesto por haberlos llevado a esta guerra? ¿Estaba decepcionado de que Theos la hubiera rechazado y abandonado a su ejército? Kyra esperó, acostumbrada a sus largos silencios antes de hablar pero que ahora la confundían; mucho había cambiado entre ellos y muy rápido. Sentía como si hubiera crecido en una sola noche, mientras que él había cambiado por los eventos recientes; era como si ya no supieran como relacionarse el uno con el otro. ¿Era él el padre que siempre había conocido y amado, que le leía historias hasta muy entrada la noche? ¿O era ahora su comandante? Él se quedó ahí observado, y ella se dio cuenta de que él no sabía qué decir mientras el silencio se hacía pesado entre ellos, con el único sonido siendo el del viento que pasaba entre ellos y el de antorchas siendo encendidas por los hombres que se preparaban para la noche. Finalmente Kyra no pudo soportar más el silencio. “¿Vas a llevar todo esto de vuelta a Volis?” le preguntó mientras pasaba un carro lleno de espadas. Él examinó el carro y pareció al fin salir de su meditación. No le regresó la mirada a Kyra, sino en vez de eso negó con la cabeza mientras miraba el carro. “Ya no queda nada en Volis para nosotros sino la muerte,” dijo con una voz profunda y definitiva. “Ahora iremos al sur.” Kyra se sorprendió. “¿Al sur?” preguntó. Él asintió. “Espehus,” dijo él. El corazón de Kyra se llenó de excitación al imaginarse su viaje a Espehus, la antigua fortaleza que se alzaba sobre el mar, su vecino más grande hacia el sur. Su excitación creció aún más al darse cuenta de que el ir ahí podría significar sólo una cosa: se preparaba para la guerra. Él asintió como leyendo su mente. “Ahora no hay marcha atrás,” dijo. Kyra miraba a su padre con una sensación de orgullo que no había sentido en años. Ya no era más el guerrero complaciente viviendo su vida en la seguridad de un pequeño fuerte, sino ahora el valiente comandante que había conocido dispuesto a arriesgarlo todo por la libertad. “¿Cuándo nos vamos?” preguntó con el corazón latiéndole anticipando su primer batalla. Se sorprendió al verlo negar con la cabeza. “Nosotros no,” la corrigió. “Yo y mis hombre. Tú no.” Kyra estaba deshecha, con sus palabras como una daga en el corazón. “¿Me dejarías atrás?” preguntó tartamudeando. “¿Después de todo lo que ha pasado? ¿Qué más debo hacer para probarte lo que soy?” Él negó con la cabeza firmemente y ella estaba devastada al ver la dureza en sus ojos, mirada que ella sabía significaba que no iba a ceder. “Tú irás con tu tío,” dijo. Era una orden, no una petición, y con estas palabras ella supo cuál era su posición: ahora ella era su soldado, no su hija. Eso le dolió. Kyra respiró profundamente dispuesta a no rendirse tan pronto. “Yo quiero pelear a tu lado,” insistió ella. “Puedo ayudarte.” “Tú estarás ayudándome,” dijo él, “yendo a donde se te necesita. Necesito que vayas con él.” Ella frunció el ceño tratando de entender. “¿Pero por qué?” preguntó. Él guardó silencio por un momento hasta que finalmente suspiró. “Tu posees…” inició, “…habilidades que yo no entiendo. Habilidades que necesitaremos para ganar esta guerra. Habilidades que sólo tu tío sabrá cómo fomentar.” Él extendió la mano y la tomó de los hombros con cariño. “Si quieres ayudarnos,” añadió, “si quieres ayudar a nuestra gente, ahí es donde se te necesita. No necesito otro soldado, necesito los talentos especiales que tienes para ofrecer; las habilidades que nadie más tiene.” Ella vio el deseo en sus ojos, y aunque se sintió horrible con la idea de no poder unírsele, sintió cierta tranquilidad en sus palabras junto con una elevada curiosidad. Se preguntaba a qué habilidades se refería y quien sería su tío. “Ve y aprende lo que no puedo enseñarte,” añadió. “Vuelve más fuerte, y ayúdame a ganar.” Kyra lo miró a los ojos y sintió como regresaban el respeto y el calor, y se sintió recuperada de nuevo. “Es un viaje largo hasta Ur,” añadió. “Una cabalgata de tres días hacia el oeste y norte. Tendrás que cruzar Escalon sola. Tendrás que ser rápida y sigilosa evitando los caminos. La palabra se extenderá rápido sobre lo que ha ocurrido aquí, y los señores Pandesianos estarán furiosos. Los caminos serán peligrosos; permanecerás en los bosques. Cabalga al norte hasta el mar y mantenlo a la vista. Este será tu brújula. Sigue la costa y llegarás a Ur. Mantente alejada de las aldeas y de las personas. No te detengas. No le digas a nadie a dónde vas. No hables con nadie.” La tomó de los hombros firmemente y sus ojos se oscurecieron con urgencia, asustándola. “¿Me entiendes?” imploró. “Es una viaje peligroso para cualquier hombre, y mucho más para una chica sola. No puedo hacer que nadie te acompañe. Necesito que seas fuerte para poder hacerlo sola. ¿Lo eres?” Ella pudo sentir el temor en su voz, el cariño de un padre consternado, y asintió con la cabeza enorgullecida de que le confiara una misión como esta. “Lo soy, padre,” dijo con orgullo. Él la observó y finalmente asintió con satisfacción. Lentamente sus ojos se hincharon con lágrimas. “De todos mis hombres,” dijo, “de todos estos guerrero, tú eres a quien más necesito. No a tus hermanos y ni siquiera a mis confiables soldados. Eres sólo tú, tú eres la única que puede ganar esta guerra.” Kyra se sintió confundida y abrumada; no podía entender completamente a lo que se refería. Abrió la boca para preguntarle cuando de repente sintió movimiento acercándose. Se volteó para mirar a Baylor, el maestro de caballos de su padre, acercándose con su característica sonrisa. Un hombre bajo y pesado con cejas espesas y cabello fibroso, acercándose con su habitual jactancia y le dio una sonrisa a ella, y entonces volteó hacia su padre como esperando su aprobación. Su padre asintió con la cabeza y Kyra se preguntó qué estaba pasando mientras Baylor volvía a voltear hacia ella. “Escuché que estarás realizando un viaje,” dijo Baylor con su voz nasal. “Para eso, necesitarás un caballo.” Kyra se encogió confundida. “Ya tengo un caballo,” respondió mirando al fino caballo que había cabalgado en su batalla contra los Hombres del Señor, atado al otro lado del patio. Baylor sonrió. “Eso no es un caballo,” dijo. Baylor miró a su padre y su padre asintió, y Kyra trató de entender qué estaba pasando. “Sígueme,” dijo él y, sin esperar, empezó a caminar hacia los establos. Kyra lo vio irse, confundida, y entonces miró hacia su padre. Este asintió. “Síguelo,” dijo. “No te arrepentirás.” * Kyra cruzó el nevado patio junto con Baylor, y uniéndose Anvin, Arthfael y Vidar, dirigiéndose hacia los bajos establos de piedra en la distancia. Al caminar, Kyra se preguntaba a qué se había referido Baylor y qué clase de caballo tenía en mente. Para ella, en realidad no había mucha diferencia de un caballo a otro. Al acercarse al establo de piedra de una cien yardas de largo, Baylor volteó hacia ella abriendo los ojos en regocijo. “La hija de nuestro Señor necesitará un fino caballo para llevarla a donde sea que tenga que ir.” El corazón de Kyra latió con fuerza; Baylor nunca antes le había dado un caballo, honor que sólo se reservaba para los mejores guerreros. Siempre había soñado con tener uno cuando tuviera la edad y cuando lo mereciera. Era un honor que ni siquiera sus hermanos mayores tenían.
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