El toque incesante en mi puerta me saca de la cama, la mañana siguiente.
―No puede ser ―gruño arreglando mi cabello en una coleta algo desordenada.
Abro la puerta de un tirón y me sorprendo al encontrarme con Dante.
―Buenos días, solecito.
― ¿Cómo carajos sabes en qué departamento vivo?
Sonríe.
―Un par de dólares tienen la capacidad de hacer mucho.
―Sabes que puedo llamar a la policía y denunciarte. Esto podría considerarse acoso.
―Yo podría denunciarte.
―A ver, genio ¿Por qué?
―Porque me has embrujado.
Me rio.
Una risa cínica.
―Tú estás acostumbrado a ser un jugador, ¿cierto?
Deja escapar un suspiro dramático.
―Bella e inteligente ―me guiña.
―Imbécil ―replico.
―Vamos, ¿a qué le tienes miedo?
―No le temo a nada. Pero no te conozco.
―Bueno, eso es un soplo de aire fresco para variar.
―Eres raro ―espeto ―y, no raro de intrigante, raro de raro.
Hace una especie de mueca.
―Bien, esa oración tiene muchos “raros”
Me rio.
―Es que en realidad lo eres.
Resopla.
― ¿Qué es lo peor que puede pasar al salir con un extraño?
―No sé―finjo pensarlo antes de mirarlo directamente a los ojos―amanecer debajo de un puente.
Resopla.
―Tienes una lengua rápida.
―Y tú eres muy egocéntrico.
Su carcajada llena el pasillo.
―Bajo en unos minutos ―anuncio cerrando.
― ¿No me invitas a pasar?
―No ―digo con diversión.
⭐⭐⭐⭐⭐
Media hora Después bajo y encuentro a Dante esperando con gesto serio.
Me acerco con aspereza y me alegro haberme esmerado en verme bien esta mañana.
Llevo unos vaqueros negros, una blusa bonita en color rojo y mis sandalias de tacón favoritas.
―Sabes que estoy esperando desde hace media hora.
―Lo siento, pero no se llega a la casa de una mujer al despuntar el alba y la invita a desayunar, debe primero arreglarse para la ocasión.
― ¿A eso te invité? ―arquea una ceja.
―Es a lo único que me llevaras, así que es tu momento de dimitir, guapo.
―No me rindo tan fácil―. Dice con una sonrisa socarrona.
Me abre la perta del coche y antes de subir me mira con atención.
― ¿Por qué me intrigas tanto?
―Quizás porque no beso el suelo que pisas ―replico.
―Eso es evidente―murmura.
*Meses después. *
Apenas lo veo entrar al restaurante tomo las cartas y me encamino hasta mi área asignada.
―Siempre te sientas en esta área ―recrimina uno de sus amigos mientras me acerco ―la otra mesa tiene vista al gimnasio.
―Me gusta este lado del restaurante ―dice como si nada al tiempo que desase el botón de su americana.
―Buenas tardes, mi nombre en Jenna y seré su mesera esta tarde.
―Puedes ser lo que quieras ―murmura uno de estos antes de quejarse de dolor.
― ¿Me pateaste? ―Inquiere con indignación.
―Compórtate.
Dante habla antes de poner sus ojos oscuros en mí.
―Hola, Jenna Disculpa a mi amigo.
Niego y me aclaro la garganta.
―Hoy el chef preparo paleta de cordero y una ensalada rústica para acompañar digo.
―Lo tomo ―espeta Dante tendiéndome el menú, lo tomo y este me roza la mano con sutileza.
― ¿Tú que vas a querer?
―Prefiero el cerdo.
―No me sorprende ―espeta con humor el otro hombre que si conozco.
Es Osmán, el primo de Dante.
― ¡Dante, cariño! ―Ambos volteamos ante el chillido de una mujer que atraviesa el restaurante, vistiendo de manera elegante y con el cabello rubio cortado en capaz.
Cuando llega a la mesa se dirige al mencionado antes de inclinarse y dejar un beso en la comisura de los labios.
Veo rojo.
― ¡Qué carajos, Sabrina!
―Ay, pero que arisco bebé ―espeta con tono quejumbroso.
Me aclaro la garganta y mantengo mi postura profesional, aunque solo quiero dejarla sin extensiones.
―Pídeme algo con cero en grasa y sin carbohidratos.
―Agua ―murmuro y Osmán que me escucha se ríe antes de aclararse la garganta.
―Una ensalada griega para ella.
Asiento y me retiro.
Llego a la cocina y dejo el pedido a la vista.
―Vengo en cinco minutos ―digo y Manuel, el chef asiente.
Camino por el pasillo hasta los baños antes de que una mano tire de mí y no tardo es estar contra la pared y el duro cuerpo de Dante presionando.
―Hola ―susurra.
―No me hables ―siseo.
Este no responde, solo sonríe antes de cubrir mi boca con la suya en un abrazador beso que me hace temblar las piernas.
Cuando el beso acaba lo miro con los ojos entornados.
―Deberías irte con tu amiga.
― ¿Esos son celos?
Golpeo su brazo y él se ríe antes de rodearme con sus brazos y pegarme más a su cuerpo sin la intensión de soltarme.
―No te enojes, ella solo es un incordio.
―Vaya incordio ―murmuro cuando este deja un beso en mi frente.
―Debo ir de viaje a escocia por unos días.
Tuerzo el gesto.
Odio cuando Dante se va.
―Te prometo que, al regresar, podremos irnos de vacaciones como te prometí. Y luego de este viaje haremos pública nuestra relación.
Hago una mueca ante lo último.
No es algo que me anime.
Conozco como se pondrá más de uno.
Suspiro e intento dejar ese tema a un lado y centrarme en el más próximo.
―No quiero a esa mujer cerca de ti.
―No me interesa, la única que lo hace, está aquí trabajando en este restaurante cuando le he pedido mil veces que lo deje.
―No me vas a mantener ―espeto con voz seria.
―Eres una cabezota.
―Gracias ―murmuro con diversión antes de darle un rápido beso ―debo ir a la cocina.
Él me libera y comienzo a alejarme.
―Ven conmigo a Escocia.
―Sabes que tengo trabajo.
―Por supuesto ―dice con un suspiro de resignación.
―Te prometo que iré contigo a donde me digas cuando vuelvas.
― ¿Me lo prometes?
―Es un hecho señor Dante Ferraro ―le guiño antes de alejarme.
Regreso a la cocina con mejor humor y espero a que Manuel termine.
Mientras espero, mi mente divaga entre Dante y yo.
Quien iba a pensar que entre Dante y yo surgiría algo tan fuerte. Desde nuestra primera salida hemos sido inseparables. Cada noche regresaba y me esperaba para llevarme a casa.
Ahí le conocí en realidad. Me contó de él y a que se dedicaba su familia.
El hombre egocéntrico y toca pelotas que conocí no es más que un amor que me consiente en mis locuras.
No es para menos que Dante sea tan egocéntrico y lleno de sí mismo.
Dante es un magnate de whiskey escocés, el cual pertenecía a su abuelo materno. Además, maneja junto a su padre una inmobiliaria de lujo.
Los Ferraro son conocidos por su riqueza y estatus.
Por eso, cuando él me pidió salir de manera formal, le pedí tiempo antes de dar a conocer nuestra relación. Realmente no había escuchado nada bueno de su madre.
Celina Ferrero no es una perita en dulce.
Sé que me odiaría al conocerme por mis orígenes, y eso pondría a Dante en una incómoda situación.
Pero Dante está decidido y el hombre sabe lo que quiere y va por ello.
Como cuando, decidí ir a su casa y pasar la noche. Esa vez me mentalicé que iba a desaparecer, que no le vería más en el restaurante.
Sin embargo, regreso y me pidió salir de nuevo.
Desde entonces, han pasado varios meses y no podría amarlo menos.
Por otro lado, sé por Osmán que la madre de Dante desea que este se case con una mujer que ella considera la adecuada para su hijo. Y no hay que ser un genio para saber que la rubia en la mesa en la mencionada.
―Menuda cruz.
Mientras llevo el pedido de la mesa, noto la incomodidad de Dante y como ella solo tiene ojos para él.
Con la mayor profesionalidad que puedo dejo el pedido en la mesa y con eso me alejo no sin perder de vista la mesa.
La comida marcha sin inconvenientes, lo único extraño es la mirada que da la mujer en la mesa de Dante.
Cuando llega la hora de dejar la cuenta no puedo evitar escuchar.
―Dante, dime que tiene calefacción a donde vamos ―abro ligeramente los ojos.
Dante la mira con el ceño fruncido.
―Yo no te he invitado a ningún lado ―dice dejando la mesa en silencio.
La mujer chasquea los labios.
―Celina me ha invitado y sería de mala educación que niegue su invitación.
―Lo que creo, es que tú y mi madre se toman muchas libertades
Sin querer escuchar más, tomo la tarjeta que Osmán me da y, rápidamente, hago el proceso de cobro antes de alejarme.
El resto dela tarde lo paso ajetreada y con la idea de que esa mujer va a ir con Dante a Escocia.
Podría arrancarle el cabello hebra por hebra si se acerca a mi hombre.
Cuando el servicio termina y hemos dejado todo perfecto para el día siguiente es hora de ir a casa.
―Hasta mañana ―me despido de Brian, mis compañeras de trabajo y Maite antes de salir por la puerta trasera del restaurante.
Maite sigue sin ser mi fan. Pero ahora no es tan estricta como antes.
Tal vez porque ahora manejo todo con eficacia.
Me estoy haciendo de nuevo la coleta, cuando al salir a la calle de enfrente no me sorprende encontrarme con Dante esperando, apoyado sobre su auto.
Paso por su lado como si le conociera.
Le escucho resoplar.
―Jenna, sube al coche.
Lo miro por encima de mi hombro.
―Invita a tu amiga, esa que tu madre quiere tanto.
―En serio, ¿estás enojada por algo en lo que no tuve voz ni voto?
―Sí. Estoy enojada y celosa, ¿feliz?
Sus brazos me rodean desde atrás y apoya su barbilla en mi hombro.
― ¿Quieres ir a cenar?
―No.
― ¿Ir a casa, meternos a la bañera y luego te doy un masaje?
Me encojo de hombros y le escucho reírse.
―El baño suena interesante.
―Andando ―me libera y me da una palmada en el trasero.
Lo sigo.
Me tiende la mano y la tomo con algo de renuencia.
Él me ve atentamente.
―No pienses en otra casa que no sea que estoy completamente enamorado de ti.
―Eres muy bueno con la labia para tu propia bien ―entrecierro los ojos.
Deja un beso rápido en mis labios.
―Ya lo sabes, cielo.
El camino hasta la casa de Dante es corto.
Amo la privacidad que nos da y que solo somos los dos.
Apenas entro a su casa este, me toma en voladas.
Es un hombre con una misión.
― ¿Por qué la prisa? ―inquiero al tiempo que mordisqueo su cuello.
―Porque te necesito desnuda ahora mismo.
―Me prometiste un baño y masaje ―hago un falso puchero mientras sube conmigo las escaleras hasta su habitación.
―Lo tendrás, pero luego de que te demuestre lo importante que eres ―me guiña.
―Tú solo quieres cogerme ―me burlo.
―También ―se ríe ―Es culpa tuya porque cada día estás más apetecible.
Llegamos a la puerta de su habitación y abro la puerta.
Sin ceremonias, este me deja caer sobre la cama.
― ¿De verdad crees que después de esta tarde voy a dejar que me pongas un dedo encima? ―lo pincho.
Se sube a la cama.
Como cuando un depredador acecha a su presa.
Cuando llega hasta mí, roza sus labios contra los míos.
―No hay ninguna mujer que me haga sentir como tú ―dice en voz baja.
Acaricio su rostro con suavidad.
―Amo tu espontaneidad, tu lengua viperina y larga.
―Es alabarme, no hacer que me enoje ―cuchicheo en broma.
―También amo lo dedicada y dulce que eres debajo de esa fachada de irreverencia.
―Yo te amo a pesar de lo asno que puedes llegar a ser.
―Lo sé ―sonríe. ―Me tienes Jenna, y siempre me tendrás ―susurra con vehemencia ―no he conocido y nunca conoceré a otra mujer que me llene el corazón como lo haces tú.
―También eres un cursi―. Digo con una tonta sonrisa.
Asiente.
―Es parte de mi encanto.
No me da tregua.
Su boca cubre la mía en un candoroso mientras nos deshacemos de la ropa que nos estorba.