CAPÍTULO DIECISIETE Steffen sintió la palma de sus manos en carne viva, mientras estaba parado ante la enorme fábrica, empujando la manivela de madera con todos los otros trabajadores. Era un trabajo agotador, al que estaba acostumbrado, y le hacía olvidar las preocupaciones del mundo. Solamente le habían dado suficiente grano y agua para sobrevivir, durmiendo en el suelo como un animal con todos los otros sirvientes obligados a trabajar como esclavos. No era una vida: era una existencia. El resto de su vida, como había sido antes, estaría lleno de trabajo y dolor y monotonía. Pero a Steffen ya no le importaba. Este era el tipo de vida que había llevado en el castillo del rey, trabajando para el rey MacGil en el sótano, atendiendo los hornos. Esa también había sido una vida dura, y realm