Era de noche y las luces en el departamento de Cristian estaban apagadas, a excepción de una que era la de su oficina.
Estaba tras el escritorio, tenía una gran máquina de lupa ubicada cerca del ojo derecho, una pinza delicada de metal y sobre la madera cajas con las diferentes joyas que pueden existir en la tierra, eran pequeñas como el grano de un arroz, pero brillantes.
También había hojas con dibujos hechos por él, seguía los pasos, no quería errores, lo quería todo perfecto que sus ojos puedan quedar complacidos por el resultado. Mientras trabajaba a las altas horas de la noche, el móvil sonó indicando un mensaje.
“Cristian, volvemos al principio” – era corto, pero esas palabras traían consecuencias en él.
“¿Gravedad?” – preguntó al tomarlo.
“Sólo te diré que no te acercas a
