Ella recordó el momento, cuando dejó de ser Misi Reveré, y todo el mundo le empezó a llamarla Melisenda Della Altavilla, era en Palermo, donde tenía que asistir por primera vez a la junta directiva de la empresa familiar de Altavilla. Ocho pares de ojos masculinos la miraron con indulgente benevolencia. Estaba confundida, no entendía bien qué esperaban de ella todos esos hombres con trajes caros. Lo único que Misi entendió fue que estaba destinada a ejercer el papel de una marioneta. El negocio de su familia estaba en buenas manos. Podría relajarse y disfrutar de la vida. La junta directiva se encargaría de todo por ella. Para Fran todo esto estaba bien, pero Melisenda, siguiendo los consejos de la vieja marquesa, no quería que nadie tomara decisiones por ella. Era la hora de crecer. Ella