Traición en vísperas de navidad.
Ethan Graham Taylor permanecía inmóvil frente a la vitrina, su mirada fija en la colección de anillos que brillaba bajo las luces estratégicamente colocadas. Su postura recta, las manos metidas en los bolsillos del abrigo oscuro, y la expresión severa en su rostro lo hacían parecer más una estatua que un hombre en busca de algo tan íntimo como un anillo de compromiso. Sin embargo, detrás de esa apariencia impecable y controlada, su mente era un torbellino, sopesando cada detalle.
A su lado, Alayna Rivers mantenía el paso con discreción. Su perfil, de una elegancia sencilla, reflejaba un profesionalismo absoluto. Era como si ella misma hubiera trazado la línea que separaba su cercanía laboral con el hombre que tenía al lado. Y, aun así, bastaba con que Ethan girara ligeramente la cabeza para que la tensión invisible que los unía se hiciera evidente.
—¿Qué piensas de este? —preguntó Ethan finalmente, señalando un anillo de corte clásico.
Alayna inclinó la cabeza para observar mejor. El diamante, un corte redondo rodeado de un halo de pequeños brillantes, descansaba sobre una delicada banda de oro blanco. Ella tomó un momento antes de responder, consciente de que cada palabra debía ser medida.
—Es hermoso, señor Graham —dijo, cuidando cada inflexión de su voz.
Ethan giró hacia ella, ladeando ligeramente la cabeza, como si buscara algo más que una simple respuesta. Sus ojos, de un azul helado, la estudiaron por un instante que se sintió eterno.
—Pero no lo suficiente, ¿verdad? —continuó, con una leve arruga en el ceño.
Alayna tragó saliva. Había trabajado a su lado durante tres años, y en ese tiempo había aprendido a leerlo como pocos podían hacerlo. Sabía que esa pregunta no era solo una solicitud de opinión; era un desafío, una invitación a cruzar la barrera que siempre separaba sus mundos.
—Tracy merece algo único —se atrevió a decir, evitando con precisión usar adjetivos vacíos.
La comisura de los labios de Ethan se curvó apenas, una reacción que solo alguien que lo conociera tan bien como Alayna podría notar.
—Único… —repitió, como si probara la palabra. Su mirada volvió a la vitrina, pero no antes de percibir el ligero estremecimiento que había recorrido a su asistente.
No era la primera vez que lo notaba, y aunque siempre elegía ignorarlo, había algo en esa reacción que lo desarmaba de una forma que no terminaba de comprender. Pero Ethan Graham Taylor no era un hombre que se permitiera distracciones, ni siquiera las que él mismo provocaba.
Se inclinó sobre el mostrador, indicando al vendedor un anillo diferente, uno que destacaba entre todos los demás. Alayna lo siguió con la mirada, y cuando el joyero lo colocó sobre el terciopelo n***o, ambos se quedaron en silencio.
Era una pieza excepcional: un diamante corte esmeralda, perfectamente transparente, montado en una banda de platino con pequeños detalles que simulaban ramas entrelazadas. Era elegante, pero poseía una fuerza discreta que parecía hablar por sí mismo.
—Este será —anunció Ethan.
Alayna no dijo nada. No era necesario. Era imposible negar que ese anillo era perfecto para Tracy. Y aun así, mientras el joyero lo colocaba en una pequeña caja de terciopelo n***o, algo en su pecho se comprimió, una sensación tan familiar como dolorosa.
Ethan giró hacia ella una vez más, la caja firmemente sujeta en su mano.
—Regresa a la oficina —ordenó, su tono tan neutro que habría sido fácil malinterpretarlo como desinterés—. Voy a mostrarle esto a Tadeo.
—Por supuesto, señor Graham.
Él dudó un instante antes de añadir algo más, pero finalmente se limitó a asentir levemente, como si eso bastara para cerrar la conversación.
El trayecto de regreso a la empresa fue un ejercicio de control para Alayna. Sentada en el taxi, apretaba con fuerza su bolso contra su regazo, como si eso pudiera contener las emociones que amenazaban con desbordarse.
Había sido testigo de cientos de momentos significativos en la vida de Ethan Graham, pero ninguno tan personal como este. Y aunque sabía que su lugar no era más que el de una espectadora eficiente, no podía evitar la sensación de que había algo irremediablemente roto en ella cada vez que él decía el nombre de Tracy.
De vuelta en la oficina, intentó sumergirse en las tareas pendientes, en los informes que debía revisar, pero su mente volvía insistentemente al momento en que Ethan la había mirado en la joyería. Era la misma mirada que siempre la desacoplaba: intensa, directa, como si buscara algo que ni siquiera él entendía.
[…]
Ethan condujo hasta el despacho de Tadeo, un loft minimalista que servía tanto de oficina como de refugio personal. Su mejor amigo y abogado lo recibió con una sonrisa tranquila, tan familiar como el sonido del viento invernal golpeando las ventanas.
—¿Es esto lo que creo que es? —preguntó Tadeo, levantando una ceja mientras Ethan dejaba la caja sobre la mesa.
Ethan se dejó caer en un sillón cercano, su expresión más relajada ahora que estaba lejos de las miradas curiosas de la oficina o la perfección meticulosa de la joyería.
—Voy a pedírselo en Navidad—dijo, tan sonriente que él mismo se sorprendía.
Deseaba casarse, ya llevaba varios años de noviazgo con ella y, aunque las cosas no eran perfectas, era la relación más completa que había tenido hasta ahora.
Tadeo abrió la caja, observando el anillo con una mirada de aprobación y diversión.
—Es impresionante. ¿Ella ya tiene idea? —pregunta, levantando los ojos hacia su amigo.
—No lo sé. —Ethan cruzó los brazos, su mirada fija en algún punto indefinido—. Pero es lo correcto. Creo que es lo que ella también desea.
Tadeo lo estudió por un momento antes de hablar.
—¿Y es lo que quieres?
Ethan no respondió de inmediato. Su mente, contra su voluntad, lo llevó de vuelta a la joyería, al breve pero intenso momento en que los ojos de Alayna se habían encontrado con los suyos. Sacudió la cabeza como si eso pudiera disipar la imagen.
—Es lo que quiero... Esto es lo que debe ser.
Tadeo no insistió, pero la duda quedó flotando en el aire como una sombra invisible.
—¿Te brindo algo?
—No… tenía deseos de mostrarle esto a alguien. Ya sabes, todos se han ido de vacaciones y…—su familia no estaba en la ciudad, se llevaría la sorpresa del compromiso cuando llegaran, quería mostrarles el anillo, ver la cara de su madre cuando se lo enseñara, o la mirada de orgullo en los ojos de su padre. La sonrisa de su hermana Paula, estaba ansioso porque regresaran. Aunque no sabía si su hermana Paula fuese capaz de guardar el secreto hasta la pedida de mano—. De hecho, creo que me marcho ya.
—¿Seguro que no quieres tomar algo?
—Seguro—dijo poniéndose de pie y tomando la caja con el anillo.
Ethan Graham Taylor salió del loft de Tadeo con la caja del anillo en la mano.
Sin embargo, justo cuando se acercaba a su coche, algo lo hizo detenerse. Su mente, siempre meticulosamente organizada, se tropezó con un detalle: no tenía su teléfono.
Con una sonrisa irónica, negó con la cabeza.
—Distraído, Graham. Muy propio de ti.
Dio media vuelta y regresó hacia el loft, revisando mentalmente dónde podría haber dejado el dispositivo. Estaba casi seguro de que lo había dejado sobre la mesa de café.
Cuando llegó a la puerta, algo lo hizo detenerse en seco.
Una risa.
No era la risa ligera de alguien que bromea inocentemente. Era diferente. Conocía bien ese sonido, porque lo había escuchado cientos de veces. Era Tracy.
Frunció el ceño, confundido. No la había visto entrar. Ni siquiera sabía que estaba en la ciudad a esa hora, y mucho menos que tuviera algún motivo para estar con Tadeo.
Avanzó un poco más y escuchó una segunda voz. Esta vez, la de su amigo.
—Es que el anillo es tan... ¿cómo decirlo? Simple. ¿De verdad pensó que algo así te impresionaría? —La voz de Tadeo tenía ese tono casual que siempre usaba para suavizar comentarios hirientes.
Tracy dejó escapar otra carcajada, más sonora esta vez.
—¿Impresionarme? ¡Por favor! Seguro lo eligió en cinco minutos. Todo en él es tan predecible. Estoy completamente segura de que iba con esa tonta detrás. No la soporto.
—¿Celosa de una simple asistente? No niego que es hermosa, pero no como para que Ethan se fije en ella. Es más superficial.
—¡Oye! —le reclamó ella—. Tiene mejores gustos, por eso yo le gusto. Por eso quiere casarse conmigo. No sé qué parte de mí le habrá insinuado que quiero ser su esposa.
Ethan sintió un nudo formarse en su pecho. Sus pasos se volvieron más lentos mientras las palabras seguían fluyendo desde el interior.
—Y lo mejor es que él piensa que está siendo romántico —continuó Tadeo, con una risa corta—. "Oh, mira, Tracy, un anillo. ¿Quieres compartir mi vida perfecta y aburrida para siempre?"
—Es patético. —La voz de Tracy se volvió más baja, más íntima—. Lo único bueno de Ethan es lo fácil que es manipularlo. Un poco de sexo, algo de afecto. ¿Sabías que era virgen cuando lo conocí? Me pareció tierno, es decir, ¿qué tipo de hombre es virgen a los veinticinco años? No me lo creía.
—Es tradicional, quiere un romance como el de sus padres, por eso está mirando en casarse contigo.
—Sí… puede ser. Es bonito, se ve frío, decidido, pero conmigo esa fachada se quiebra. Lo tengo comiendo de mis manos, pero esto del anillo no me lo esperaba. Ahora tendré que parecer sorprendida y fingir que me gusta el anillo.
Ethan apretó los dientes, el nudo en su pecho transformándose en una mezcla de incredulidad y rabia.
—Necesitas algo mejor.
—Y aquí estás tú para recordarme que no tengo por qué conformarme, ¿verdad? —agregó Tracy, su tono goteando descaro.
Ethan dio un paso hacia adelante y se detuvo en seco al escuchar un sonido distinto. Un murmullo ahogado. Una respiración entrecortada.
Su mente procesó lo que estaba pasando antes de que sus ojos pudieran confirmarlo.
La puerta se abrió de golpe, golpeando la pared con un estruendo que hizo eco en el loft. Ethan Graham Taylor cruzó el umbral como una tormenta, su mirada helada, teñida de furia, se posó en ellos: Tracy en los brazos de Tadeo, ambos todavía demasiado cerca, con el aire cargado de un calor que confirmaba todo lo que ya había escuchado.
No hubo palabras.
No hubo advertencia.
Ethan se lanzó sobre Tadeo como una fiera, cerrando el puño con tanta fuerza que sintió sus propias uñas clavarse en la palma. El primer golpe lo hizo retroceder, pero no fue suficiente. La fuerza que imprimió al segundo fue mucho mayor, directo al pómulo derecho, y el sonido del impacto llenó la habitación.
—¡Ethan! ¡Detente! —gritó Tracy, corriendo hacia ellos.
La traición, las risas, las palabras que se habían burlado de él minutos antes seguían resonando en su cabeza como un eco infernal. No escuchaba otra cosa. No veía otra cosa.
Ethan aferró a Tadeo por el cuello de la camisa y lo empujó contra la pared, golpeándolo una y otra vez sin detenerse. El rostro de Tadeo empezó a llenarse de sangre, y aunque intentó defenderse, la fuerza descomunal de Ethan lo mantenía completamente sometido.
—¡Ethan, por favor! —gritó Tracy nuevamente, tirando de su brazo.
Él se giró hacia ella, sus ojos azules desbordados de ira. La empujó con tanta fuerza que cayó al suelo, sollozando de puro miedo al verlo completamente transformado.
—¡No te atrevas a tocarme! —rugió, su voz rota por el dolor.
Volvió a centrar su atención en Tadeo, quien ahora yacía en el suelo, tratando de recuperar el aliento. Pero Ethan no había terminado. Se arrodilló sobre él, inmovilizándolo con una rodilla en el pecho, mientras sus manos temblorosas seguían descargando golpes.
—¿Esto es lo que haces? —gritó, cada palabra acompañada de un puñetazo—. ¿Esto es lo que significa la amistad para ti?
El rostro de Tadeo estaba casi irreconocible. Sus ojos hinchados y su boca ensangrentada apenas podían emitir un gemido. Tracy se arrastró hacia la mesa, temblando, intentando encontrar su teléfono.
—¡Voy a llamar a la policía! —amenazó, sus dedos apenas logrando marcar el número.
Ethan no la escuchó. Su mundo estaba reducido al dolor que lo consumía desde dentro, al rostro de Tadeo bajo sus manos, al deseo irrefrenable de devolver el daño que le habían causado.
—¡Por favor, detente! ¡Lo vas a matar! —suplicó Tracy desde la esquina, con el móvil pegado al oído.
Pero sus palabras eran un ruido lejano.
El cuerpo de Tadeo dejó de resistirse. Ya no emitía sonidos, no se movía. Pero Ethan seguía golpeando, con las manos cubiertas de sangre, sus nudillos abiertos y temblorosos.
Finalmente, cuando sus brazos empezaron a fallar, se detuvo. Sus respiraciones eran erráticas, jadeos profundos que llenaron el silencio repentino de la habitación. Sus manos, aún levantadas, se quedaron suspendidas en el aire, goteando sangre.
Miró hacia abajo y vio el rostro de Tadeo: un desastre de hematomas, cortes y sangre seca. Estaba inconsciente.
—Ethan… —musitó Tracy con voz temblorosa, pero él no la miró.
Se levantó lentamente, tambaleándose, y retrocedió un par de pasos hasta dejarse caer sobre el suelo, apoyando la espalda contra la pared. Su pecho subía y bajaba descontroladamente mientras sus ojos azules, ahora fríos y vacíos, se llenaban de lágrimas que no intentó detener.
Tracy, asustada, corrió hacia la puerta y desapareció. El sonido de sus pasos apresurados en la escalera se desvaneció rápidamente.
Ethan se llevó las manos al rostro, temblando. Las bajó de inmediato, incapaz de ignorar el olor a hierro que impregnaba sus palmas cubiertas de sangre. Era una escena salida de una pesadilla, pero no había nada de irreal en ella.
Ethan miró a Tadeo, su pecho subiendo y bajando apenas perceptiblemente. Las lágrimas seguían corriendo por su rostro mientras sentía cómo una parte de sí mismo se derrumbaba.
Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas, y dejó caer la cabeza entre las manos.
Ya no sentía ira. Solo un vacío insondable, un abismo frío y oscuro que amenazaba con devorarlo por completo.