Me desperté al amanecer. Los viejos hábitos son difíciles de morir. Sin Alex para volverme a la cama, bajé las escaleras. No sabía qué hacer. Quería desayunar, pero no se me permitía prepararlo. Tenía mucho respeto por Felix. Él era el último trillizo al que desobedecería y me había prohibido cocinar y limpiar, pero aún no habían contratado a las nuevas criadas y cocineras. Mi loba sabía qué hacer y, como siempre, tenía una idea loca.
Felix realmente había dejado su puerta sin llave para mí, como había dicho. Se veía tan dulce e inocente durmiendo. Cada rasgo estaba perfectamente esculpido. Respiré profundamente. Las cosas eran diferentes ahora. No había necesidad de temerle. Él había dicho explícitamente que podía despertarlo si necesitaba algo.
—Felix—, susurré. Mi loba gruñó. Ella que
