—¡Pero mira lo que tenemos aquí! ¿No es realmente asombroso y extraordinario que no pueda visitar la casa de un semejante sin toparme con un trozo de este m*****o aliado del cirujano en la escalera? Una piel de naranja ya me dejó cojo una vez, y sé que una piel de naranja acabará matándome. Así será, mire usted por donde; una piel de naranja será mi muerte, y si no, que me coma la cabeza. Esta era la expresión favorita con la que el señor Grimwig apoyaba y confirmaba casi todos sus asertos, lo cual resultaba especialmente llamativo en su caso, ya que, aun estando dispuestos a admitir la posibilidad de que la ciencia avanzara hasta el extremo de permitir a un hombre comerse su propia cabeza si a ello estuviera dispuesto, la del señor Grimwig era, en cualquier caso, tan descomunal que ni el