—Deberíamos separarnos —le dijo Christal a su hermano—. Te llevarían a una academia en la capital, en Intelex. Peter mecía lentamente sus piernas en el aire, estaba sentado en una silla de madera, en el comedor principal del refugio donde vivían. Frente a él estaba un plazo con pasta de avena, el cual nunca le había gustado, pero debía comerlo, porque era lo único que le daría a su estómago esa mañana. —¿Y podría verte si te mudas a Intelex? —preguntó Peter. —Podríamos vernos una vez al mes, cuando me dejen visitarte —respondió la joven. Aquello no reconfortó a Peter, todo lo contrario, sus ojos se llenaban de lágrimas entre más tiempo transcurría la conversación. —No quiero dejarte —sollozó el niño. —Yo tampoco, pero son las reglas si queremos tener un hogar. Además… eres un H