Rosita se había marchado, su ligero aroma aún lo percibía, le causaban extrañeza que no le molestara su olor, no era precisamente su aroma favorito en su totalidad, más bien uno amigable, en complicidad con sus buenas formas, la chica le resultaba apetecible.
Estaba loco, era un vegestorio en comparación a ella. Miraba su currículum vital en esos momentos, apenas cumpliría 22, en cambio, ya el tenía 80 años de vida miserable.
La foto impresa no le hacía justicia a sus hermosos ojos, menos a su linda boquita coqueta. Ni hablar de sus curvas, tal vez, vagamente llegó a imaginarla siendo atravesada por el. ¡Cálmate te Taurus!. Se reprendió a si mismo, no debía cruzar esas barreras, más siendo consciente de su mala suerte para las relaciones, la edad de la chica y lo ingenua que parecía. Otro punto era Danna Sucre, aún no sabía que hacer con ella, no podía evitar sentir un ligero malestar al pensarla. Necesitaba encararla y definir su situación, más temprano que tarde.
Apagó su ordenador, antes de levantarse del escritorio. Estaba oscureciendo, las luces de la cuidad empezaban a tener más protagonismo en la vista exterior del paisaje urbano, se acomodo los guantes que protegían su manos y fue directo a la salida. Después de atravesarla se detuvo un instante para ver la oficina transparente de su secretaria. Rosita se había marchado, extrañamente anhelo que aún estuviera ahí con su irritante personalidad risueña.
Se quejo de su vago interés, se dispuso andar, hasta tomar el ascensor exclusivo para el. Las circunstancias no se podían poner más nefastas. En el estacionamiento el olor de Danna estaba muy vivo, arropó sus sentidos, casi llega a entrar en trance. La razón pronto la tuvo frente a sus ojos, ella aguardaba frente a su coche. Se veía algo ansiosa.
—Lo estaba esperando señor Recio, me urge hablar con usted.—El también lo deseaba, aunque no tanto como arrastrarla con el y follarsela toda la noche.
—Nos urge, Danna Sucre. Dada nuestra conexión es importante hablar en plural.—La loba parecía cansada, incluso estresada. Sospechaba que su lobo elegido, a merced de su desesperación no la satisfacía bien.
—Podemos hacerlo ahora, claro, en un lugar más seguro. No deseo que nos vean aquí, soy una mujer casada.
—Perfecto, si deseas puedes seguirme a mi departamento, queda cerca. De paso nos ahorramos más molestias y terminas rechazandome.—No era una loba altiva, ni vanidosa. Su defecto según había notado a primera vista era la cobardía.
—Ok, señor Recio.—Le quitó la vista de encima.
—Puedes subir a mí coche, luego te regresas a recoger tu auto, en taxi.—Le hizo seña con la mano. Ella no tenía aún valor, de verlo a los ojos. —No debemos olvidar que eres casada, más que nadie debo proteger tu reputación.
—Gracias, señor Recio.—El entro primero, ocupó de manera agil el asiento piloto. Ella le siguió, un minuto después, cuando al parecer logro juntar un poco de valor en su cuerpo.
Estaba casi alucinando, llegó con temblores exitados a su departamento. La conexión era real, aunque su corazón a un no galopaba como estúpido. Sólo Elena tuvo ese poder, su primera luna logro transportarlo desde el instante uno, al paraíso.
Ella parecía muda. parqueo su coche y abordaron el ascensor juntos, hasta el doceavo piso. En completo silencio. Algo incómodo, no le gustaban las damas tan calladas, incluso las prefería berrinchudas antes que momias mudas.
—Pase usted, señora..—Calló, no sabía el apellido del apreciado esposo de su mate. —Esta volteó a verlo antes de cruzar la puerta.
—Smith, mi Alpha. —Avanzo hacia el interior, sin más.—Me imagino que puedo llamarlo así, ya no estamos entre humanos.
—Es cierto, también es prudente que nos quitemos las máscaras, sabemos a la perfección lo que pasa entre nosotros y tú acabas de arruinarlo por no saber esperar.—Fue al grano. No le gustaban los rodeos.
—No arruine nada. Solo no espere a que la caprichosa luna decidiera por mi.—Dio unos pasos firmes hacia el, por fin veía altivez, el aura de una mujer con carácter.—Soy un ser individual, con el derecho de moldear mi destino.
—Un destino precoz por lo que veo.—Levanto las cejas, cuando hizo el comentario. Luego se dirigió a su amplio bar, necesitaba un trago.
—No es bueno andar haciendo suposiciones Alpha. Conformese con saber que soy feliz. Aunque Camell no despierte una montaña rusa en mi cuerpo.
—¡Bla, bla, bla!. No importa lo que opines Danna. Me perteneces, te daré un plazo de un mes para que le cuentes todo a ese lobo. Tienes suerte porque respeto el sagrado matrimonio. —Tomo un trago para aclarar su garganta.—No pienso renuncia a esta conexión, si te alejas de mi, tal vez no vuela a tener otra oportunidad.—Le paso un vaso con brandy, ella temblaba, sabía porque, nada evitaría que la hiciera suya en unos momentos.
—Camell está enfermo, no puedo hacerle eso mi Alpha.—Lo sospechó la primera vez que lo vió, esas condiciones se podían olfatear.
—Tampoco está condenado a muerte.—Se desespero y la tomo de la cintura, ya empezá a excitarse. El olor le estaba poniendo la v***a dura.
—Mí Alpha, esto no es correcto.—No hizo caso, le quitó el vaso de cristal y los dejo reposar sobre una pequeña tallada en roble, junto con el que el acababa de vaciar.
—Tranquila, el no sentira dolor. Ahora te enseñaré lo que es el placer de verdad.—La tomó de la mano, sus pasos en conjunto se fueron acercando a su habitación.
Las prendas fueron cayendo, se desnudaron al unísono. Pura hipocresía de ella, fingir no desear estar con el, una conexión entre un Alpha y su luna era muy fuerte. La sangre corría de forma distinta cuando sus ojos se conectaban.
—Esto es una locura, mí Alpha.—Susurro Danna, mientras la conducía a la ducha.
—Deja de resistirte, lo quieres tanto como yo. —Una sonrisa tímida se logró asomar en ella, no era tan bonita como Rosita, ni dulce, ni debajo de su sostén se notaban unos redondos y abultados pechos. Trago en seco, cuando la imágen de la chica le llegó a la mente.
Un gran esfuerzo tuvo que hacer para volver a concentrase en Danna. Dentro del baño, desabrochó su sostén, tenía unos pezones rosados, con firme apunte acia su boca. Perfectos para el.
Entro primero, luego la atrajo hacia el.
—¿Por qué no te quitas los guantes, mí Alpha?.—Para esa pregunta no podía darle respuesta exacta.
—No.—Acaricio su piel, más con su lengua que con sus manos, todo se humedecia. Más su coño, luego de arrancarle las bragas y mamarselo prácticamente al aire. El agua caí sobres sus cuerpos y los limpiaba de lejanía y otros roces forasteros.
Logro vencerla en pocos minutos. Ponerla de rodilla. Danna se tragaba su v***a, casi por completo. Casi lo hace alcanzar el clímax, más no la dejo. La levantó para hacerla estar, donde tanto deseaba. La volvió alevar, atestada a la pared, luego la hizo descender, para que cayera clavada en su m*****o.
—¡Shhh, ay!.—Un grito placentero, de muchos que le esperaban.
Empezó a moverse dentro de ella. Suave. El ritmo fuerte no se hizo esperar, era amante de follar duro. Le gustaba el sexo salvaje.
Su v***a salía y entraba de su coño con urgencia, ella se movía al son de sus embestidas.
—¿Te gusta?.—La beso en los labios, después de la pregunta. Método para hacerla soportar las puntadas más feroces que le siguieron. Los fluidos de su coño se vinieron abajo, bañando hasta sus testículos. Después de reconocer su placer. Salió de su interior y dejo que su semen se perdiera con el agua.
Eso fue el principio, luego de salir de la ducha. La tiró en la cama y la follo en cuatro, dándole sus respectivas nalgadas. Como le gustaba, sentía su coño vibrar cuando su mano retumbaba contra su culo delicado, ya enrojecido por sus azotes. Se vino tantas veces. En la noche como en la madrugada.
El sol penetro el horizonte así como su frondosa punta en su coño enrojecido. Le hacía pequeños remolinos, Danna se lamía los labios, ya su coño babeaba por sentirlo.
—¡Quieres todo ésto!.
—¡Lo deseo mí Alpha!.—La penetró, con fuerza, dejo sus piernas bien abiertas para gozar la imagen. Fue más feroz mientras la embestía, mordisqueo sus pezones. El orgasmo más intenso que los anteriores, sus fluidos dejaron memorias húmedas en sus sábanas blancas. Sabía de placer. Sabía que despues de esos episodios candentes no podría volver tan a gusto, a su morada fría, con su insulso esposo.
—¡Eres único!. Taurus Recio.
—Lo sé, el mejor.—Dicho esto. Se aparto de ella, para correrse en la intimidad de su baño.