Los pequeños Santiago y Diana vitoreaban triunfantes con una bolsa de dulces, cada uno en sus manos. Noemí se mantenía renegada en un rincón de la sala observando el espectáculo, parecía preocupada y concentrada en sus pensamientos. Luz, la madre de Alma, estaba sentada en el sofá de la sala, con una máscara de inexpresividad. Ricardo Contreras, el padre de Alma, sonreía al ver a los más pequeños celebrando, cuando la puerta se abrió para darle paso a su hija mayor, Alma. — ¿Pa…? ¿Papá?. — Preguntó ella perpleja, al ver la escena. — ¡Oh! ¡Alma, hija!. — Ricardo se acercó para estrecharla entre sus brazos, mientras ella se mantenía estática. Fue solo un instante, pero fue el tiempo suficiente como para que Alma pudiera sentir el intenso aroma de lic0r. Al parecer, las viejas mañas, n