El hombre de ojos oscuros

1296 Words
Narra Gisell Como todos los días, salí de la universidad. Esta vez de noche, ya que me había quedado en la biblioteca hasta tarde. Camino hasta al parque con el objetivo de llegar a la estación de autobuses, sin embargo, el viento helado y la poca visibilidad por la oscuridad de la noche hizo que acelerará mi andar, tenía la sensación de que alguien me observaba, volteé a mi alrededor, pero el parque no estaba muy poblado, quizás porque había un partido de fútbol muy esperado y la personas estarían en algún lugar esperando ese momento. De repente, sentí una mano que tapaba mi boca con un pedazo de tela con un olor extraño, traté de defenderme, pero no pude, me ingresaron a una furgoneta, solo pude sentir poco después que perdía el conocimiento. Tres días después... He intentado prepararme para el día de hoy, sabiendo lo que está por venir. Al menos por fuera, intento parecer una guerrera, mientras que por dentro soy una hoja que se agita con el viento, apenas colgando. He sido prisionera durante los últimos tres días. Nadie oyó mis gritos esa noche, estaba invadida por el miedo, temerosa de lo que pasaría después. Empujo esos recuerdos a los recovecos de mi mente. Quiero olvidar la pequeña y fría celda en la que me mantuvieron sin ropa ni manta. Quiero olvidarlo todo. Lo peor era la oscuridad. No había ventanas ni luz en mi celda, sólo oscuridad. A veces, los bichos se arrastraban sobre mí, pero no podía ver nada. Ahora, la luz y el ruido me rodean. Es abrumador. Las otras cuatro chicas están llorando, algunas sollozan desconsoladamente. Me enorgullezco de no llorar delante de los hombres que están a punto de vendernos. He llorado lo suficiente en los últimos tres días como para durar toda la vida. Me he cansado de llorar. Ninguna cantidad de ruegos o súplicas convencerá a estos monstruos de que me dejen ir. Desnuda como el día en que nací, estoy de pie con las chicas, cada una de nosotras diferente de la otra. Acabamos de conocernos, ya que antes de hoy estábamos solas, pero solas o juntas, ya siento una conexión con cada una de ellas. Espíritus afines por las características de nuestro captor, sabiendo que compartimos un mismo destino. —Ponte esto —gruñe uno de los hombres y nos da a cada una un retazo de tela. El mío es un tejido de encaje blanco con ribetes dorados. Miro el vestido que tengo en la mano, si es que puede llamarse así. Apenas cubre mis partes. Parece el tipo de lencería que una mujer llevaría bajo un vestido de novia. Casi me rio de la idea. No puedo objetar, así que hago lo que me dicen. Al ceñirlo sobre mi cuerpo, espero sentirme un poco más humana, pero no es así. En todo caso, me siento incluso más como una prostituta barata que antes. Se me pone la carne de gallina con esto cubriéndome. Me siento desnuda, y lo odio. La chica que está a mi lado suelta un sollozo ahogado y me giro lo justo para mirarla. Tiene el cabello n***o, liso y brillante. No la miro fijamente ni me fijo en su cuerpo, pero puedo decir que es delgada y joven. Seguramente poco mayor de edad. Las lágrimas corren por sus mejillas y tiembla tanto que todo su cuerpo vibra. Nos habían inyectado un líquido, la persona que lo hizo dijo que era control de natalidad, para no quedar embarazadas. Los compradores no buscaban procrear hijos. A los diecinueve años, nunca pensé que me encontraría en una situación como ésta, pero no puedo deshacer lo que ya está hecho. Me estremezco involuntariamente, con el miedo enroscándose con fuerza en mis entrañas. Un hombre dispuesto a comprar a cualquiera de nosotras no va a llevarnos a casa para que simplemente limpiemos su casa y cocinemos para él. Nos va a utilizar, una y otra vez, dejándonos como una sombra de la persona que solíamos ser. Nada inocente saldrá de quien nos compre. Me he preparado mentalmente para ser violada y enjaulada por el hombre que va a comprarme, pero ¿y si es aún peor? ¿Y si me tortura? ¿Y si me mata? Las preguntas se arremolinan, cobrando la forma de un tornado. Los hombres empiezan a ponernos collares en el cuello como si fuéramos putos perros. Los collares son pesados, de cuero grueso con anillas de metal delante y detrás. Los aprietan hasta el punto de resultar incómodos y los aseguran con un pequeño candado en el lateral. A continuación, nos ponen unas esposas metálicas en las muñecas y las unen a las cadenas, que se enganchan a la parte delantera de los collares. La desesperación y la angustia son todo lo que siento, junto con una profunda tristeza. Miro mi propio cuerpo y siento una vergüenza inmediata. No puedo creer que esté haciendo esto. Incluso después de unos días, pienso que esto tiene que ser un mal sueño. Una pesadilla de la que estoy a punto de despertar. La voz de un hombre llega por los altavoces anunciando el comienzo del evento. —Señores, presten atención, por favor. Nuestra subasta va a comenzar en un momento. Esta noche, sólo tenemos cuatro chicas a la venta, pero créanme, es calidad sobre cantidad. Disfruten, y que gane el mejor postor. El sonido vibra a través de mí, y las palabras dan en el clavo. Ahora es mi turno de empezar a temblar, el miedo casi me sobrepasa. Cuatro hombres entran en la pequeña habitación en la que estamos un momento antes. Nos miran con una sonrisa viscosa en sus rostros, y se puede ver cómo funcionan sus cabezas. Si tuvieran la oportunidad, nos eliminarían ahora mismo. Sin pestañear ni preocuparse. Cada uno escoge a una chica. El tipo que me toca se acerca a mí y me agarra con las manos la cadena que une mi collar, tirando de mí hacia delante y desequilibrándome. —Vamos —dice, su aliento rancio se agita contra mi mejilla, y tengo que evitar vomitar, tragando la bilis en mi garganta. La oscuridad de sus penetrantes ojos me dice que no está mintiendo, y la presión del collar en mi cuello se hace más fuerte mientras intento zafarme de él. Me saca de la habitación de un tirón. En ese concreto momento, me pregunto si puedo hacer esto sin volverme loca. Sé que soy fuerte, pero ¿cuán fuerte tengo que ser para sobrevivir a esto? Si alguna vez salgo de este lío, ¿seré la misma persona que era antes? Ya sé que la respuesta es no. Pase lo que pase, no creo que vuelva a ser la misma. La verdadera pregunta es, ¿quién seré después de esto? Esa pregunta persiste en mi mente mientras me conducen a un escenario como si fuera un perro. Las brillantes luces del techo hacen que sea difícil ver algo, pero puedo oír los gritos y los silbidos de los espectadores. Siento ojos en cada centímetro de mi piel expuesta. Mis labios empiezan a temblar y entrecierro los ojos contra el duro resplandor de las luces, buscando una escapatoria, una salida. No hay ninguna. A medida que mis ojos se adaptan a la luminosidad, observo a la multitud, por encima de los hombres ansiosos por conseguir su porción de carne. En medio de todo el caos que me rodea, mi mirada cruza con la de un hombre al otro lado de la sala. El mundo se detiene. Mis pulmones se expanden y un tipo diferente de miedo se apodera de mí. Sus garras se hunden profundamente en mi piel. Es un hombre con ojos tan oscuros como la noche, y un alma igual de oscura.
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