El fotógrafo

1939 Words
Narra Oleg Una emoción que no suelo experimentar. He hecho cosas en mi vida, cosas malas. He matado a gente, herido y torturado. He robado, mentido y engañado. He arruinado la vida de la gente, y rara vez me he sentido culpable por nada de eso, pero aquí estoy, sintiéndome culpable por usar a la mujer en la que gasté un millón de dólares. Como si ella no supiera lo que le esperaba. Como si no supiera que iba a reaccionar como lo hice. Hacía tanto tiempo que no estaba con una mujer, tanto tiempo que no tocaba a una o permitía que me tocara. En cuanto sentí su humedad entre sus muslos, perdí el control. El deseo y la necesidad carnal me invadieron. El placer me consumía por completo y, como soy un caballero, pensé que lo correcto era darle placer. Ahora, creo que fue un error. Ella no puede pensar que me importa ella o sus sentimientos. Porque no lo hago, no puedo, no lo haré. Necesito mantener la línea trazada. Para asegurarme de que ella sabe su lugar y su propósito conmigo. Nunca me he ablandado con nadie ni con nada en mi vida, y ella no será una excepción. Saco algo de ropa al azar del armario, la guardo y espero a que termine en el baño. En cuanto vuelve a salir, le pongo el montón de tela en las manos. —Tengo cosas que hacer. Ven conmigo —le digo, pero antes de que pueda moverse por sí misma, la agarro del brazo y tiro de ella. Mi paciencia se está agotando y no tengo ganas de esperar. Ignorando el calor y la suavidad de su piel, la arrastro por la casa, bajo las escaleras y entro en el sótano. Todo su cuerpo tiembla cuando llegamos abajo. Ese temblor sólo se intensifica cuando llegamos a la celda. Es una estupidez, pero al mirarla me doy cuenta de lo pálida que está. Toda la sangre ha desaparecido de su rostro mientras observa la pequeña habitación de hormigón y sin ventanas. Con un aspecto tan asustado y lamentable, casi doy la vuelta y la acompaño de vuelta al piso de arriba. Casi. Entonces recuerdo lo importante que es demostrar mi punto de vista, mostrarle que no es más que mi propiedad. Nada más que mi posesión, algo con lo que haré lo que quiera—. Está insonorizado, así que nadie oirá tus gritos —le digo como si necesitara algo más para asustarla. La paciencia no es mi fuerte, así que cuando no entra en la celda de inmediato, la empujo a través de la puerta y veo cómo avanza a trompicones, sin apenas poder sujetarse. Me doy la vuelta rápidamente, como si fuera a atacarla, y nuestras miradas chocan. Me suplica sin palabras. Me ruega que no la deje aquí. Como si fuera a ser tan fácil. Ignorando sus ojos de cachorro, le cierro la puerta en las narices. El encierro y me obligo a subir las escaleras, poniendo toda la distancia posible entre nosotros. ¡Maldita sea! Su cuerpo tentador y sus ojos suaves. Es un recordatorio de todo lo que nunca tendré. Sintiendo que estoy a punto de desmoronarme, sé que tengo que encontrar algo que hacer. Esta agresividad tiene que salir de alguna manera, y no confío en mí mismo para desahogarme con ella todavía, no sin hacer un daño grave. No quiero lastimarla, no realmente, pero no soy yo mismo ahora. Cuando le dije a Julio que me iba a tomar unas vacaciones, ni siquiera estaba seguro de lo que eso implicaba. Todo lo que sabía era que quería a la mujer de ese escenario, y quería ir a algún lugar con ella, lejos de la gente. Sin embargo, ahora que estoy aquí, me cuestiono todo. Me pregunto si puedo soportar esto. Hace años que no estoy con una mujer y aún más tiempo que no duermo al lado de una. No se me da bien ser amable y nunca he tenido que cuidar a nadie más que a mí mismo. Al entrar en la cocina, me detengo frente al fregadero y miro por la ventana que da al patio trasero. Hay un montón de troncos que yacen sin partir en el suelo a pocos metros de la casa. Un poco de aire fresco me vendría bien y me ayudaría a despejar la cabeza. El esfuerzo físico suele ayudar a aliviar la agresividad, pero aquí no hay nada ni nadie más que Gisell. Supongo que podría encontrar un hacha y terminar de cortar los troncos esparcidos afuera. No has venido hasta aquí para ser un amante de la naturaleza. Sin embargo, me acerco a la puerta y meto los pies en las botas. Encuentro el hacha con facilidad, colgada en el lateral de la casa sobre una pila de leña ya cortada. La tomo y empiezo a trabajar. Un tronco tras otro, corto la madera como si fuera mantequilla. Trabajo en toda la pila, los músculos de mis brazos empiezan a arder, mi ritmo cardíaco aumenta, canalizo toda mi ira en cada golpe, y finalmente siento que me estoy cansando un poco. Casi he terminado de apilar la leña junto a la casa cuando un movimiento me llama la atención en la esquina más alejada de la propiedad. Son sólo algunas hojas que crujen, lo que podría ser cualquier cosa. Estamos lejos y no he oído que se acerque ningún auto. Nadie sabe dónde estamos, y esta es una de las casas seguras de Julio. Es casi imposible que alguien nos haya seguido hasta aquí. Tiene que ser un animal... pero ¿y si no lo es? Brevemente, contemplo la posibilidad de entrar corriendo y tomar mi pistola de la caja fuerte. No creo que la necesite, y me siento más seguro sin ella por ahí. Un arma sería la única forma en que Gisell podría ganar en una pelea contra mí. Supuse que sería más seguro sacar de la ecuación un elemento como ése. Decidido a arriesgarme, me dirijo al límite de la propiedad armado con un hacha en lugar de mi habitual pistola. Al acercarme, mi corazonada se confirma cuando encuentro un rastro fresco de huellas en la tierra. Hijo de puta. Apretando el hacha, sigo las huellas. No tardo en ver a alguien moviéndose en la distancia. El tipo hace lo posible por alejarse de mí, pero lo alcanzo con facilidad. Mira por encima del hombro al verme acercarme. Levanto el hacha como un puto guerrero vikingo cargando hacia la batalla, listo para atacar. Espero que saque una pistola, pero sigue corriendo como un marica. —¡Por favor! —grita segundos antes de que suelte el hacha y lo tire al suelo. Se debate un poco, agitando los brazos, dejando claro que no tiene ningún tipo de habilidad para pelear. ¿Quién coño es este tipo? No es un policía ni nadie que la mafia enviaría. Si creyera en las coincidencias, diría que está aquí por casualidad, pero no es así. Manteniendo mi rodilla presionada entre sus omóplatos, levanto la parte superior de mi cuerpo para poder registrarlo. Lleva tres cosas encima. Un teléfono, su cartera y una maldita cámara. Me meto los tres objetos en el bolsillo. Poniéndome en pie rápidamente, lo arrastro conmigo y lo golpeo contra el árbol más cercano. Apenas se resiste, y le rodeo el cuello con la mano, inmovilizándolo. —¿Quién eres tú? —exijo. Sus ojos se abren de par en par y su boca se abre, pero parece que no puede sacar nada más que un pequeño resoplido. Aflojo mi agarre lo suficiente para que pueda hablar. —No soy nadie. Sólo estaba caminando —explica, pero me doy cuenta de que es mentira. —Respuesta equivocada —gruño. Agarrando su camisa, lo alejo de un empujón y recojo rápidamente el hacha del suelo —.Vas a caminar unos metros por delante de mí. Si intentas correr o hacer cualquier otra estupidez, te cortaré la cabeza. —Sí, de acuerdo —tropieza con sus pies. Es un tipo delgado con el pelo desgreñado que me recuerda a un surfista. También es mucho más joven que yo. Probablemente más cerca de la edad de Gisell. Lo que me lleva a preguntarme... ¿Es este tipo su novio? —Por ahí, de vuelta a la casa. Ya sabes, con la que tropezaste accidentalmente a pesar de que no hay otra casa en diez millas en cualquier dirección. Camina sin decir nada más, lo que significa que tengo razón. No está aquí por casualidad. Cuando volvemos a la casa, estoy un poco más relajado. Sea quien sea, ha venido sin preparación y sin refuerzos. Le hago entrar en la casa y le obligo a sentarse en una silla de la cocina. Ni siquiera se resiste. Parece demasiado asustado para hacer algo, en realidad. Sólo habla cuando me ve tomar la cuerda. —No tienes que hacer eso. No estoy mintiendo. Doy un paso hacia él. —No te creo—sus ojos parpadean hacia la puerta y trata de correr. Le vuelvo a empujar por los hombros y le ato a la silla antes de sacar los objetos que llevaba encima. Abriendo su cartera, saco todo lo que hay dentro—.Así que, Christopher White.. ¿Quieres decirme por qué estás aquí? —Mira, hombre, no estoy mintiendo. No soy nadie. Un don nadie... —mi puño conecta con su mandíbula. Su cabeza se desplaza hacia un lado y la sangre vuela por el aire. Antes de que tenga la oportunidad de recuperarse del primer puñetazo, le doy dos más. Si fuera honesto. Va a morir de todos modos, pero podría acabar antes si dijera la verdad. —¡Por favor, para! No soy nadie —su voz está temblando, y estoy bastante seguro de que está a punto de llorar. —¿Quién te ha enviado? —pregunto entre puñetazos—. ¡Dime, ahora! —¡No lo sé! Me ha enviado a hacer unas fotos, ¡eso es todo! —¿Quién? —No lo sé. Lo juro. Este tipo se puso en contacto conmigo por correo electrónico. Me transfirió dinero y me dio esta dirección. Me dijo que le consiguiera algunas fotos de una chica rubia. Supongo que es su novia o algo así, y quería pillarla engañándolo. —¿Cuándo? ¿Cuándo se puso en contacto contigo? —Estoy a punto de sacudir al cabrón hasta la muerte. —Esta mañana. Dijo que era urgente, y me pagó mucho dinero, así que conduje hasta aquí enseguida. Pensé que era dinero fácil. ¿Dinero fácil? ¿Este idiota no se da cuenta de con quién está tratando? ¿No se da cuenta de que va a morir por ese dinero? —¿Conseguiste alguna foto? Si es así, ¿Ya se las enviaste a alguien? —pregunto mientras saco la cámara. Es pequeña y compacta, pero tiene un objetivo retráctil que permite hacer fotos claras a larga distancia. Enciendo el aparato y miro la pequeña pantalla de la parte trasera. Casi gimo cuando veo las fotos que ha tomado a través de la ventana. Fotos de Gisell desnuda. Mi Gisell. Ahora va a morir. —Tengo algunas fotos, pero aún no las he enviado. —Bien —asiento con aprobación. Los ojos del chico se iluminan con esperanza. — ¿Significa eso que vas a dejarme ir ahora? Me río de su pregunta. —No, chico, por desgracia para ti, no hay salida. De hecho, puede que sea el único que salga vivo de esta cabaña.
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